Historia

Molinos de mareas, una ruta insólita por la memoria de Cádiz

En su día fueron vanguardia tecnológica y hoy están en su mayor parte abandonados, sin que se aprovechen como recurso turístico

alejandro díaz pinto
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En su día fueron símbolo de prestigio, de avance científico. Pertenecientes a la nobleza o a ricos comerciantes, aunque arrendados a quienes se encargaban de su mantenimiento, constituían una fuente de actividad económica esencial en siglos pasados. Hoy, en cambio, sólo algunos mantienen sus ruinas pese al paso del tiempo, en ocasiones de difícil acceso, pero otros, y gracias a la voluntad de quien apuesta por el patrimonio como recurso, permanecen adaptados como espacio de interpretación, como eco de lo que un día fueron.

Los primeros vestigios aparecen en oriente, en el Golfo Pérsico. Allí proliferaron, al parecer, hacia el siglo X de nuestra era. Uno más tarde, surgirían en las costas británicas, de ahí a las francesas y, por fin, entre los siglos XIII y XV, se extendieron por las costas cantábrica y atlántica, en la Península Ibérica.

Aunque suene paradójico –teniendo en cuenta que constituyeron un pilar básico en la economía gaditana hasta hace pocos años–, fue la Bahía a donde más tiempo tardaron en llegar. Son los famosos molinos de marea, «engendros mecánicos», como se les ha llegado a llamar, que aprovechaban la fuerza motriz de las mareas para moler el grano. Una industria activa y muy viva en el Cádiz de los siglos XVII al XIX.

Pero… ¿cómo funciona un molino de mareas?

La respuesta es bien sencilla, dado que al dividir el caño en dos, el molinero tenía la posibilidad de almacenar toda el agua posible en uno de los espacios durante la pleamar. Es la zona conocida como «caldera» Al cabo de las horas, y habiendo descendido el nivel en la otra parte, la que conectaba con el resto del caño, se activaban las compuertas que permitían la fuga del agua a toda presión. Ésta transcurría por unos pequeños canales denominados «saetines» hasta llegar a las «cubas de regolfo» -embrión de las actuales turbinas hidráulicas- en cuyo interior permanecía depositado el «rodete»: una rueda giratoria conectada a las piedras molturadoras colocadas en el primer piso del molino, a las que hacía girar con tanta fuerza que el grano que caía entre ambas salía disparado por toda la planta, para ser posteriormente recogido y almacenado.

Muchos de ellos han desaparecido, pero otros tantos pueden disfrutarse in situ, bien por el encanto de la ruina, necesitada de una buena consolidación o, en otros casos, puestos a punto para recibir a los turistas con intereses históricos, artísticos y culturales.

San Fernando

Es el caso del molino de San José, el más importante entre cuantos existieron en el término municipal de San Fernando y que llegó a contar, incluso, con oratorio abierto a los feligreses. Advierte Jonatan Alcina, historiador experto en Patrimonio Histórico, que «sólo las avocetas y cigüeñuelas conocen el devenir histórico de este edificio que ya figuraba en los mapas del siglo XVII», en referencia a la importancia de un icono gaditano que destaca no sólo por lo que ha sido o es, sino por lo que puede llegar a ser, ya que «así como la marea generaba energía para la moliendas, hoy día puede generar riqueza».

Restaurado y abierto a visitas turísticas se encuentra el famoso molino isleño de «Zaporito», nombre que proviene del apellido ‘Saporito’ perteneciente al genovés que construyó el caño artificial sobre el que se asienta para unir el embarcadero de su finca con el caño de Sancti Petri. Una vía fundamental para la comunicación y los intercambios comerciales entre la entonces Isla de León (San Fernando) y Chiclana de la Frontera desde finales del siglo XVII. El edificio del molino sería construido por el segundo propietario de la citada finca, José Micón; aunque de menor complejidad que el anterior llama la atención por su cubierta a dos aguas, parte de la pavimentación original recuperada y, en definitiva, por constituir uno de los centros neurálgicos de San Fernando durante los siglos XVIII y XIX gracias a distintas industrias instaladas en la zona como el mercado, los baños de agua de mar o la carpintería de ribera, destinada a la construcción de embarcaciones de poco calado susceptibles de navegar por las marismas, aguas poco profundas.

«Se trata de un lugar completamente integrado en el centro de la localidad, conectado tanto con el Puente Suazo -límite de la España libre durante la Guerra de la Independencia como con el Ayuntamiento, entre las más monumentales casas consistoriales de España. Un sitio donde aún se palpa la Historia y que está en plena armonía con el Parque Natural», dice María Elena Martínez, Dra. en Filología Clásica y autora de la monografía «El Zaporito, su nombre, su origen y su historia» junto con su padre, descendientes ambos a la familia que desde finales del XIX dirigió la carpintería emplazada en este barrio para nutrir de embarcaciones a numerosas poblaciones gaditanas costeras e incluso del interior de la provincia.

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Cádiz

Digno de ser destacado es también el de «Río Arillo», muy cercano aunque bajo la jurisdicción de la capital gaditana. Este molino es, dentro de las distintas tipologías arquitectónicas, el más complejo por las múltiples dependencias que acogía en su interior. Dice sobre él Julio Molina Font, gran investigador del tema, que «puede considerarse de los más importantes no sólo de la Península sino de todo el occidente atlántico», ya que llegó a contar con hasta una docena de piedras molturadoras.

Su primer propietario fue don Miguel Álvarez Montañés, quien inició los trámites para su construcción en 1798 dando como resultado, tras varias revisiones del proyecto, una novedosa planta en forma de «L» que aprovecha todo lo posible la superficie del caño, permitiendo así un gran número de piedras moledoras. Este paradigmático ejemplo es de sobra conocido por la arquitecta gaditana Carmen Machuca, quien en su día propuso adecuar la estructura como centro de interpretación a la vez que acceso al espacio natural donde está ubicado. Este molino fue declarado Bien de Interés Cultural desde 2002 e inscrito en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.

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El Puerto

Curiosamente y pese a constituir uno de los principales núcleos poblacionales de la Bahía, El Puerto sólo cuenta con un molino de mareas documentado por Julio Molina Font, quien fija la fecha de su construcción en torno a 1815 por Diego Álvarez tras sucesivos intentos infructuosos de aprovechar las aguas del caño del Guadalete sobre el que se asienta.

Se trata de un edificio imponente, de una sola planta rectangular ampliada con nuevas dependencias en época posterior, construida, como la mayoría de sus hermanos, en piedra ostionera -configurada a base de sedimentos marinos- tan típica en la zona. Además de servir de fortificación y barrera, como explica Alcina, ostentando un importante papel defensivo durante el asedio de las tropas napoleónicas a principios del siglo XIX, destacan, sobre todo, «por la impronta social que dejaron en la zona, por ser un exponente tecnológico de la época pre-industrial en la Bahía de Cádiz», recuerda Molina Font en su obra «Molinos de marea de la Bahía de Cádiz.

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