Retrato de Antonio Barceló
Retrato de Antonio Barceló - museo naval de madrid
Refranes

El Barceló que tantas aventuras pasó por la mar

Así se llamaba el terror de los piratas mallorquín del siglo XVIII

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Cuántas aventuras hubo de pasar Barceló por la mar, como reza el dicho, para que el mismísimo Carlos III quisiera conocer en persona a Antonio Barceló, el marino más brillante de su tiempo y terror de los piratas. Francisco Casares contaba hace 70 años en ABC cómo el ministro de Marina les presentó y al preguntar el Rey por los berberiscos, Barceló le contestó con modestia: «Señor, como siempre, están temiendo el nombre de vuestra majestad».

A quien en verdad temían los corsarios moros que atacaban las costas españolas era a este intrépido mallorquín, considerado ya a mediados del siglo XVIII un héroe de los mares.

Nacido en 1717, Barceló era hijo del patrón de mar Onofre Barceló, quien se dedicaba al transporte de mercancías entre las Islas Baleares y la Península. Ya de niño acompañó a su padre en el jabeque y con 18 años era un audaz y experto piloto. Pronto comenzaron sus persecuciones y batallas contra los piratas argelinos, tunecinos y berberiscos que llegaron hasta los oídos de Carlos III, quien en 1738 le nombró alférez de fragata. Tenía 21 años.

«A la mar voy; mis hechos dirán quién soy» era el lema de este bravo marino que entraba al abordaje con su jabeque cosechando victorias casi inverosímiles. Como aquella en la que luchó en desiguales condiciones contra una galeota berberisca y logró echarla a pique pese a que la batalla en un principio le era desfavorable, o cuando ya siendo Comandante de los reales jabeques hizo prisionero en 1769 al famoso Sahim ( o Selim) con más de 1.600 piratas.

Aquel 1769, ascendido a capitán de navío, tuvo lugar el citado encuentro con el monarca, que le concedió una pensión vitalicia de 12.000 reales anuales. En 1779 sería nombrado Comandante general de la escuadra encargada del tercer sitio de Gibraltar, donde su valía quedó inmortalizada en la copla «si el rey de España tuviera cuatro como Barceló, Gibraltar fuera de España, que de los ingleses, no».

Aún comandaría dos expediciones a Argel y una frustrada a Algeciras antes de retirarse en Mallorca, donde el 30 de enero de 1797 falleció a los 80 años. «Si no llegó al Cuerpo general de la Armada, como era preceptivo por la limpieza de sangre, obtuvo este singular privilegio por la fama, la heroicidad y el prestigio conseguidos cuando apenas era un adolescente en sus luchas -con aire legendario- contra los piratas», concluía el perfil «de una vida heroica consagrada fervorosamente a las luchas en los mares» que publicó ABC en 1944.

Carlos Martínez-Valverde lo describió como un general «muy discutido en su tiempo», que no contó con muchos amigos entre los jefes de la Armada probablemente por sus bruscos modales, su parca educación («su instrucción se limitaba a saber escribir su nombre», dice), su cara poco atractiva por la cicatriz de una herida y «la expresión de suspicacia que le hacía tener su sordera, defecto que le ennoblecía por haber sido causado por el estampido de los cañones».

«Era en cambio el ídolo de sus marineros» y «poseía un corazón bondadoso y noble», señaló Martínez-Valverde, quien aseguró que «en todo el litoral mediterráneo gozaba de una popularidad por nadie superada».

Ramón Codina Bonet destacaba en «Don Antonio Barceló: almirante de la Real Armada y corsario del Rey» sus dotes corsarias como destructor de jaquebes y su estrategia en abordajes, «aspectos todos ellos que le han convertido en una de las figuras militares más destacadas del siglo XVIII», según la web del Ministerio de Defensa.

Estas dotes son las que refleja una copla andaluza que cita Luis Montoto en «Un paquete de cartas»: «Tengo que ser más pirata, que Barselón por la mar».

En el Panteón de Marinos ilustres de San Fernando, una lápida le recuerda con esta inscripción: «A la memoria del Teniente general Don Antonio Barceló».

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