El día que Doñana iba a contar con una central nuclear en pleno parque

En 1974 se planteó la construcción de una planta de energía nuclear en Huelva, concretamente en el Asperillo, en pleno parque natural onubense

El Asperillo, donde iba a ir ubicada la central nuclear ABC

M. A. Jiménez

La estricta política de conservación con la que se protege la Reserva de la Biosfera de Doñana, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, no ha imposibilitado que a lo largo de la historia de un espacio natural que cumple el 50 aniversario de su constitución como Parque Nacional se hayan producido ciertos «agujeros» dentro de las limitaciones que establecen sus gestores, contrasentidos que han generado una enorme controversia sobre todo en las poblaciones de la comarca. El último ha sido el proyecto gasístico al que la comisión de Peticiones del Parlamento Europeo intenta poner coto.

Pero no ha sido la única incoherencia en la historia del Espacio Natural. En 1974, nada más comenzar el año, la prensa de la época -fundamentalmente ABC y el onubense Odiel-, anunciaba la presentación del anteproyecto para la construcción de una central nuclear en Huelva, concretamente en El Asperillo -cuyo acantilado está hoy considerado como un «monumento natural»-, e irónicamente, en terrenos propiedad del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza.

Noticia del proyecto en ABC ABC

Así lo publicaba el 16 de enero de 1974 la edición andaluza de ABC , que daba todo tipo de detalles acerca de la segunda central programada por la Compañía Sevillana de Electricidad «para atender la demanda prevista de energía eléctrica en la región». El flujo de petróleo era ya un problema por aquellos entonces por lo que acuciaba hallar alternativas energéticas, algo que explicó a este diario el entonces delegado provincial de Industria, José de Moya, quien también describió «con profusión de datos, planos y gráficos» los detalles del proyecto.

Ocuparía 1.732.500 metros cuadrados entonces plantados de pinos, constaría de dos grupos de una potencia de mil megavatios cada uno y se hacía especial hincapié en la dotación de «los últimos adelantos» y «exigencias de seguridad, contrastadas mundialmente, para este tipo de instalaciones». Era vital dejar clara la ausencia de riesgo para las poblaciones limítrofes : Matalascañas y Mazagón.

El emplazamiento se describía como «idóneo» : disponía de agua, fundamental para la refrigeración de la central, la densidad de población era baja y estaba cerca del puerto exterior de Huelva. Además, se tenía en cuenta «el trazado, en proyecto muy avanzado, de la carretera costera Huelva-Cádiz » y se insistía en la ausencia de contaminación de los vertidos del agua usada en la refrigeración.

Miles de millones

Sin embargo, el feliz proyecto en el que se invertirían más de 32.000 millones de pesetas, no tardó en ser objeto de polémica. Los defensores de la central nuclear esgrimían la limpieza de la energía que allí se habría de producir: «Los reactores no consumen oxígeno ni expulsan polvo ni elementos contaminantes», subtitulaba el Odiel en una información basada en el boletín mensual que publicaba Unesa, la Asociación Española de las Industrias Eléctricas . La población no tenía por qué temer radiaciones y las instalaciones serían capaces de resistir «el más potente terremoto registrado en la región». Llegaba incluso a defender el calentamiento «moderado» de las aguas de superficie -en el proceso de enfriamiento de la central, «sobre todo en periodos de grandes fríos».

Aún faltaba mucho para el desastre nuclear de Chernóbil , en Ucrania, que sucedería en 1986 , pero el rechazo a que una de las zonas más prometedoras turísticamente hablando contara en su paisaje con una central nuclear no tardó en llegar. En febrero, el subdirector general de Planeamiento de la Dirección General de Promoción del Turismo, Manuel Sáenz Vicuña , admitía que se estaba estudiando la impugnación al proyecto energético presentada por la Mancomunidad Turística de Palos y de Moguer.

El organismo intermunicipal alegaba que la peligrosidad que, ellos sí, veían en esta instalación, «alejaría a los promotores y en general , al turismo», del que, por otro lado, se podían obtener más riqueza y puestos de trabajo. A su escrito de oposición se unirían poco después los del Sindicato Provincial de Hostelería, el Colegio Oficial de Farmacéuticos, el Ayuntamiento de Almonte y la empresa Construcciones Matalascañas, S.A., así como el Colegio Oficial de Arquitectos y el de Aparejadores.

Pronto surgirían las contestaciones de los defensores , entre ellos Hein, Primitivo Valverde o el delegado de Industria, José Moya, que achacaban a la «psicosis» la oposición a la central, mientras que periodista s como Antonio Burgos o Luis Garmat se posicionaban junto a los ciudadanos anónimos, fundamentalmente almonteños, que consideraban que Huelva había sido ya «suficientemente sacrificada en cuanto a instalaciones de industrias contaminantes» .

La polémica, eso sí, tuvo poco recorrido : el 10 de abril aparecía en los medios una información en la que se aseguraba que la Comisión Provincial de Servicios Técnicos de Huelva «no se ha pronunciado en contra», pero consideraba que no podía contar con los beneficios del Polo de Huelva por no estar el proyecto ubicado en esa zona. Sin estos privilegios, la historia de la central nuclear que pudo haber ocupado el corazón de Doñana se pierde en el tiempo, aunque no faltarían nuevas amenazas para el Espacio Natural.

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