Crónicas de Pegoland

Tres naranjos

Operarios de Infraestructuras han cortado tres árboles que daban sombra y han dejado la calle hecha un erial, todo un «naranjicidio»

Operarios recogen naranjas de algunos árboles en el Casco de Córdoba ABC
Rafael Ruiz

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Los operarios de Infraestructuras del Ayuntamiento de Córdoba se han cepillado los tres frondosos naranjos que daban sombra a mi calle. Llegaron de mañana con sus motosierras y sus cosas de cepillarse naranjos para, con una actitud totalmente profesional, convertirlos primeros en tres palitos que se sostenían a duras penas y mero serrín acabada a la faena. A la hora de la caña, los tres naranjos ya eran historia antigua de una vieja calle que mantiene contra viento y marea el nombre popular sobre el que le proporcionó la municipalidad. Los vecinos le teníamos cariño a los naranjos y hemos asistido al «naranjicidio» con rictus de duelo, de velatorio. De pérdida. Hubo minuto de silencio ante el contenedor de Barea donde reposaban los restos, las ramas, las hojas, las últimas flores de azahar.

Los naranjos que se han cepillado los del Ayuntamiento no eran unos arbolitos cualquiera, no se vayan ustedes a pensar. Esos de calle noble, turista japonesa con teléfono ultramoderno y olor a primavera. Eran, y lo digo con pesar, naranjos tipo carpa de circo, frondosos de selva amazónica, verdes como el verde limón. Naranjos okupas que entraban en las casas por las ventanas abiertas, por los balcones a la calle. Allí paraban las señoras a descansar a la sombra cuando iban a comprar pan de masa madre y tocino añejo para el cocido, que las damas de mi barrio son hípster cañí. Bajo sus ramas, hacían un alto los muchachos camino de la plaza de la Corredera para liarse el cigarrito de Virginia y se refugiaban los que no llevaban paraguas de las lluvias intermitentes de la primavera.

Los naranjos que se han cepillado los señores que manda Amparo Pernichi tenían un papel social para evitar el despoblamiento, la turistificación , las despedidas de soltera, los males de nuestro tiempo. Además, daban sombra y quedaban monos. Eran el sostén de las madrugadas, la columna del niño con ganas de orinar, el refugio del pitillo del cartero con ganas de fumar y del empleado de Sadeco que necesita llamar a la señora. Ahora lo que queda es un agujero, polvo, nada. Esa sensación de vacío que dejan las cosas que están ahí cuando dejan de ocupar su lugar en el mundo.

Hasta los verdes-verdes, se cepillan naranjos en este mundo perro. Mucho pacto de Milán y mucha puñeta pero a la primera que se les ocurren, llegan los de la sostenibilidad y te dejan la calle como un erial, pendiente de que en la obra futura te coloquen el palito chunguérrimo que no es lo mismo. En esta ciudad, la concejalía la deben dar con la motosierra, con las ganas de cepillarse de buena mañana lo que, aparte de no molestar, le da el puntito «feng shui» a la calle. Mucha bicicleta y mucho papelito para que comamos tomates de Alcolea en vez de los que nos traen los del supermercado y ni respeto queda ya para unos pobres naranjos que estaban de buen ver y no habían dado un ruido. Que a ver qué artículo de la ordenanza se sacan ahora para explicar ese genocidio naranjil, esa matanza cítrica.

Mira, Pernichi. Que como te lo digo lo siento. Vete preparando porque en mi barrio te han echado la cruz. Que estamos todavía que no nos llega la camisa al cuerpo, con ese mal rollo del que sale del tanatorio, ya tú sabes, de asistir al responso del que cae antes de tiempo de forma inexplicable. Avisada quedas, Amparo, avisada quedas.

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