Verso suelto

Poeta de pueblo

Su mundo, el que explicó, era Fernán Núñez, donde confesó que decidió anclarse para siempre

El poeta Fernando Serrano en la presentación de un libro suyo ABC
Luis Miranda

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FUE saber que había muerto Fernando Serrano y llenárseme la cabeza de versos. Lo había dicho Eduardo Mendoza el día anterior: la poesía no sólo se lee, sino que se recuerda, se guarda y vuelve a la cabeza, para decirse en voz alta o pensarse en voz baja, en el momento justo. Ni me esforcé en pensar en lo que había leído hacía tantos años ni mucho menos me fui a los libros impresos: la memoria me los puso a los pies en cuanto desfilaron los recuerdos del hombre que acababa de irse y recordé los primeros versos de muchos, con los que siempre quería invitar al lector a que se quedara, y el universo de palabras sencillas pero bien pensadas .

« Si preguntáis por mí a algún hombre del pueblo » fue uno de los versos que se me apareció, porque Fernando Serrano fue por encima de todo un poeta de pueblo , o un poeta con todas las letras, dotado del don de plasmar su mundo en la música de los versos. Y su mundo era Fernán Núñez , su pueblo, el mío, en el que confesó que había decidido anclarse para siempre, el sitio donde le podían decir a los visitantes que preguntaran por él para conocer gran parte de su verdad y también una pequeña parte del ser de cualquiera en el mundo; allí donde su Caído , mío también, cae al suelo rendido después de tanto repartir aliento.

Cuando se ha terminado de pensar, la poesía no es más que una forma de poner en letras precisas, en música, el abismo del hombre que se enfrenta al misterio del mundo y sólo es capaz de explicarlo con el dedo elusivo de las metáforas, con las sombras platonianas que apenas reflejan, con belleza, lo que no se puede conocer con certeza. Su villancico de todas las misas del gallo quizá fuera en cierto modo una predicación en miniatura, un lujo a su medida que ofrecía a sus paisanos.

García Pavón hizo pensar a su detective Plinio , cuando en Madrid se vio rodeado de caras desconocidas, que él no veía a nadie de forma individual, sino que cada uno en Tomelloso era miembro de una familia, el eslabón de una historia que habría empezado con sus abuelos y que continuaría en sus hijos y nietos. De un pueblo de labradores acomodados a otro, también la poesía de Fernando Serrano había sido capaz de descifrar el misterio de ese mundo y le había dado categoría literaria, porque la poesía nunca es lujo inútil, aunque esté bien escrita, ni adorno de virtuosos , aunque sea necesario darle muchas vueltas. Así, quienes habían asumido que la vida en su lugar no podía ser de otra forma, o quienes no se lo habían cuestionado, podían pensar en cómo un pueblo se parece a una asamblea en la que se recibe a los nuevos, se observa lo que se puede ver de la vida de cada uno y se despide a los que se marchan.

Todo esto puede que no sean más que teorías, reflexiones a las que lleva la cabeza adulta cuando el niño que había sido le recuerda algunos versos o algunas estampas, la forma en que las voces que quedaron en el pasado se aparecen cuando ya no volverá a ser posible tropezárselas en una esquina. Para eso está también la poesía: para que un día encuentre «La lenta cera ardida», la antología de poemas de Semana Santa alejados de las formas clásicas con la que me ayudó y que se cerraba con un poema suyo, y entonces acudirá intacto el viejo Viernes Santo en que hay que ayudar a Nuestro Padre Jesús a llevar la cruz por las calles del pueblo porque la redención ya está de sobra cumplida.

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