Luis Miranda - VERSO SUELTO

Feliz día del vecino

Los cordobeses se adelantaron a los de Ganemos en quitar las fiestas a la Virgen de la Fuesanta y aligerar la de San Rafael

Luis Miranda
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Llegan tarde, como siempre. Querían estos de Ganemos inventar el salmorejo con lo de hacer fiestas laicas y acaso quitar las que celebran a la Virgen de la Fuensanta y a San Rafael, pero los cordobeses hace mucho tiempo que se les adelantaron. Esta izquierda patanegra, que de tan pura e ideal no ha querido ni siquiera mezclarse en las tareas de gobierno que a lo mejor les hubieran bajado de las nubes dogmáticas al lodo de las decisiones, funciona mucho a base de estereotipos y clichés y todavía se imagina un mundo con cristianos que obedecen a ciegas las consignas de obispos de cuento gótico y teme, o quizá desea, conspiraciones del poder económico para silenciar sus ocurrencias.

La ideíta de crear fiestas locales laicas con el pretexto de cualquier cursilada ideológica, que necesariamente supondría retirar las dos que ahora hay, al pueblo soberano le importaría tanto como la llamada del podólogo para aplazar una cita.

En todas las civilizaciones, las fiestas sirven para unir a la comunidad en un rito o en una memoria común que celebra a la vez a los que están presentes, a los que les enseñaron a hacerlo y a quienes lo harán en el futuro. Por eso tienen que liberarse del yugo del trabajo y por eso también deberían diferenciarse de cualquier domingo de chándal y fútbol en el bar. Aunque venga en rojo en el calendario, hace mucho tiempo que el 8 de septiembre no es fiesta en Córdoba, porque ya no son muchos los que llegan al santuario (o no tantos como para decir que es día de fiesta) y los hay más para escuchar soflamas políticas, tomar el fresco y comer sardinas que para ver a la Virgen.

La cosa no pasó de un día para otro: si antes el santuario había sido una ermita mariana en el campo, cuando nació el barrio que lo rodeaba el Partido Comunista lo proclamó una especie de república independiente o barataria de la participación ciudadana, y si aquello eran sus tierras, era natural que el templo no fuese más que la parroquia del barrio, tan de todos los cordobeses como cualquiera de las que se hacían por aquellos años en los bajos de bloques Ciudad Jardín y el Sector Sur. Quienes desangelaron la iglesia, largaron el retablo neoclásico y lo sustituyeron por solería de cuarto de baño de gastrobar se sumaron con diligencia a la causa, y entre eso y la natural tendencia de la ciudad a olvidarse de sí misma, quizá por los aluviones de emigración o tal vez por desidia, en los años 80 al día de la Fuensanta sólo había que pedirle buena situación en el almanaque para apurar el sol ya tranquilo de Los Boliches.

Con San Rafael es más difícil o es que el derribo empezó después, pero tarde o temprano las estampas repetidas de tipos meneando el arroz y niños jugando con gorra entre los árboles terminarán por cargarse la veneración al icono más hondo de Córdoba. Estos de Ganemos o viven en la luna o son listos y quieren cortar las dos orejas y el rabo (con perdón) por apuntillar a un toro moribundo.

Para saber el resultado de las fiestas de carácter cívico y político no habrá que fantasear mucho, que ya se sabe el caso que el contribuyente le hace al aniversario de la Constitución o al día de Andalucía, en el que encima hay que cantar versos de Blas Infante. Cuando implanten el Día del Vecino y el de la Lucha contra la Violencia de Género, los mismos políticos lo pondrán en su sitio colocando sus actos de discursos vacíos en la antevíspera para darse una escapadita en el puente.

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