Verso suelto

Dios está de guardia

Las capuchinas lo fían todo a la cobertura de la Providencia y en su iglesia hay gente cada mañana rezando ante el Santísimo

La estatua del obispo Osio a las puertas de la iglesia de San Rafael VALERIO MERINO
Luis Miranda

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Los mejores santuarios son aquellos que se alzan en territorio hostil. Mínimos, clandestinos casi, en apariencia intimidados por la grandilocuencia de lo que los rodea y sin embargo fuertes como rocas que verán derrumbarse las torres de la soberbia que crecen alrededor como maleza descarada. En ninguna basílica famosa sucede lo que en esos templos recónditos e íntimos que resisten en el corazón comercial de las ciudades: que se abren sin hacer ruido ni necesidad de convocar a nadie y sin embargo jamás les faltan bastantes almas que entran a rezar y después salen con el corazón iluminado.

En Córdoba no hay una de esas capillas para la adoración perpetua al Santísimo , pero sí una iglesia que se abre para eso bastantes horas al día, sobre todo por las mañanas, y que muchos cristianos conocen y tienen como un tesoro íntimo, como si notaran que Dios les ha citado a ellos solos precisamente allí para que le cuenten sus cosas y busquen consuelo en el ajetreo de los días en que parece que ni rezar se puede. En los tiempos en que todo hay que avisarlo por redes sociales y teléfono móvil, las madres capuchinas saben que pueden fiarlo todo a la cobertura infinitiva de la Divina Providencia , que llama a los suyos hasta el pequeño convento que pocos saben que se llama de San Rafael y donde todos los días es tarde de Jueves Santo en que el Señor espera entronizado.

El retablo es de madera oscura y suele estar en penumbra, vigilado siempre por el Arcángel ; en el centro, el limpio corazón del Sacramento iluminado y al que saben que tienen que mirar quienes pasan por allí como junto a una fuente de la que se sacian para seguir caminando, agradecidos por lo que reciben. Nadie será capaz de hacer una foto de la pequeña iglesia atestada, pero nunca he encontrado menos de cinco en las pocas filas de bancos en que cada pocos minutos hay gente que se arrodilla o que se levanta, que entra y sale buscando lo que nunca falta allí. Forman una cofradía sin reglas , una congregación sin superior y sin escudo, siempre imprevista y siempre abandonada a los designios de Aquel que espera en el altar , que sabe el momento en que tiene que llamar a los suyos y estos miran la puerta y no tienen más remedio que entrar. No tendrán dudas las monjas de que es bueno que su iglesia siga abierta .

Fuera se camina con prisas subiendo o bajando la calle Alfonso XIII mientras los coches zumban como insectos; la estatua de Osio ejerce de barrera contra el mundo y detiene el ruido y todos los códigos que rigen fuera. Al pasar por la puerta en la fachada tapizada de buganvillas el reloj se para y el que entra sabe que llega a la lógica divina y que es mejor abandonarse a ella, porque igual que el corazón se sana allí donde duela, también se saldrá a tiempo para seguir con los necesarios afanes del día. Muchos pasan por el encantandor patio tan monjil; otros encontrarán fuera, en la ayuda que dan las Hermanas de la Cruz a los pobres, una forma de comprometerse con la fe que les ha llevado hasta allí. Seguramente muchos no salieron de su casa pensando que entrarían a la iglesia de las Capuchinas , pero casi todos pensarán luego que ese ratito ha estado entre los mejores del día. Como nada allí está al azar, antes de irse hasta se puede saludar a la Madre en el rincón junto a la puerta en que espera un avemaría, en su exquisito luto del siglo XVII y el manto de estrellas, belleza eterna, la Virgen de las Angustias .

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación