Perdonen las molestias

El contexto

Historia de dos deportistas que luchan contra el crono y contra el machismo

La ciclista Silvia Juárez Álvaro Carmona
Aristóteles Moreno

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Quizás no le suene el nombre. Silvia Juárez . Hizo historia encima de una bicicleta de carreras. Fue la primera andaluza en participar en competiciones internacionales. Portugal, Noruega, Italia. Y pulverizó todos los registros cuando logró meter un pie en la prueba más importante del mundo: el Tour de Francia . La primera vez que disputó una carrera ciclista, algunos años antes, era la única mujer. Un pelotón de 70 hombres y Silvia Juárez. Apareció con la bicicleta, el casco y el culotte . Dispuesta a competir en igualdad de condiciones por un lugar en la meta.

Quizás por eso (precisamente por eso) se produjo un silencio espectral. La cordobesa Silvia Juárez se sintió fuera de tiesto como un pingüino en una carrera de camellos. Es decir: como una intrusa en territorio exclusivo de hombres. Le llovieron los insultos . Ni uno ni dos. Un chaparrón. Pero ella se los echó en la mochila y no paró de pedalear. A Silvia Juárez, años después, no la expulsaron del ciclismo las ofensas, antediluvianas y frecuentes, que la persiguieron durante años. La echó el machismo institucionalizado que otorgaba a la selección española masculina lo que le negaba a las seis mujeres ciclistas del combinado nacional.

Silvia Juárez era una de ellas. Los hombres cobraban un salario y recibían soporte logístico por representar a España en las competiciones internacionales. Las mujeres, ni un duro. Cero patatero. Si querían representar a su país al más alto nivel deportivo se veían obligadas a buscar un trabajo para pagar de su bolsillo los entrenamientos. Algunas chicas se amotinaron . Hay discriminaciones que tocan la propia dignidad. Por ejemplo, esta. Tanto que Silvia Juárez prefirió renunciar a las Olimpiadas de Atlanta antes que soportar tamaña humillación. Para denunciar lo primero y preservar lo segundo.

¿Eternidad o suspiro?

De aquella vergüenza hace ya 22 años. Una eternidad o un suspiro, según se mire. ¿Han cambiado mucho las cosas? Depende. La campeona del mundo de duatlón, Mónica Ortiz , visitó las páginas de este periódico la semana pasada. Tengo anécdotas para no dormir, dijo en el curso de la entrevista. ¿Qué anécdotas? Por ejemplo, los piropos cutres que aún tiene que escuchar en medio del pelotón. ¡Qué culo!, ha oído más de una vez a sus espaldas. O los cabreos ridículos de muchos hombres que no aceptan que una mujer los adelante. O los premios injustificablemente discriminatorios en algunas pruebas del circuito: un jamón para él; un chorizo para ella. Queda mucho camino por andar, lamenta Mónica Ortiz. Y tanto.

Este es el contexto en el que la Manada se siente impune para invadir la libertad sexual de una joven de 18 años. El contexto de la supremacía y la masculinidad averiada en que se ha sustentado la educación durante generaciones. El mismo contexto en el que una de cada cuatro mujeres ha sufrido acoso o violencia sexual a lo largo de su vida. El contexto que limita a las mujeres a salir solas de casa por miedo. El contexto.

Los miembros de la Manada abusaron de la joven de Pozoblanco al modo en que un cazador furtivo levanta complaciente un leopardo sin vida. Este es mi trofeo, este es mi ego triunfante. Luego compartieron el vídeo como quien se ufana de una hazaña viril entre la tribu. ¿Nadie le afeó la bajeza? ¿A nadie le ofendió?

Silvia Juárez y Mónica Ortiz son dos deportivas de alto nivel que no únicamente han luchado en cuerpo y alma contra el cronómetro. También han combatido una cultura dominante que todavía hoy se resiste a morir.

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