TOROS

En busca de la gloria de un califa en Córdoba

Una veintena de jóvenes sueñan con vestirse de luces y aprenden la técnica de todas las suertes en la Escuela Taurina

Dos alumnos de la Escuela Taurina en un entrenamiento ROLDÁN SERRANO

Luis Miranda

A simple vista no parecen distintos de aquellos niños que por las tardes se reúnen para jugar al fútbol y sudan mientras sueñan con parecerse a sus ídolos . Como ellos, tienen que calentar y estar en buena forma física. Tampoco hay mucha distancia con los que aprenden a tocar un instrumento en una banda o en el conservatorio. Saben, como ellos, que necesitan trabajo y ensayo para que de vez en cuando aparezca ese pellizco que hace pasar de lo que está bien hecho a aquello que tiene ángel y duende. Como los demás, tienen que escuchar de sus padres y de los adultos que les acompañan esa tarde que lo primero es estudiar y que las malas notas les pueden distanciar de su vocación; como los demás, son conscientes de lo difícil del camino.

En algo hay una diferencia: la mayor parte de la sociedad admira, o al menos respeta, a quienes practican deporte o hacen música, y ellos, en el año 2019, tienen de vez en cuando que soportar la incomprensión de quien tiene que nadar a contracorriente . Los chavales de entre 7 años y 17 llevan estoques de plástico y cornamentas , capotes y muletas, carretones para ensayar la suerte suprema y hasta banderillas, porque tienen que aprender todos los tercios. Son alumnos de la Escuela Taurina de Córdoba , en la que está al mando el diestro retirado Rafael González «Chiquilín» , y se entrenan, porque es la palabra que emplean, en la plaza de toros, aunque cuando hay escenarios de conciertos se marchan al Parque Cruz Conde.

A pocos metros de donde los deportistas hacen ejercicios, ellos toman la muleta o dan derechazos a toros que son sus compañeros. Javier Merino tiene 17 años y lleva tres aprendiendo en la Escuela Taurina. Con catorce años, se puso delante de un becerro. «He aprendido a base de revolcones , como todos», dice, y habla con ilusión de su debut, que será el 17 de noviembre en La Carlota , con un novillo . Como casi todos, viene de una familia taurina, que le comprende, aunque le insiste que no deje de estudiar, porque es el primero que sabe que su camino es difícil. «Tienes que tenerlo claro», cuenta mientras habla de su admiración por Belmonte y Joselito , pero también por Manolete y Morante de la Puebla. Javier Merino ha llegado cuando ha escuchado su apellido con toda disciplina: «Dígame, maestro» . Y quien le ha llamado es Juan Antonio García, que con el sobrenombre de «El Califa» fue novillero y terminó en subalterno en las cuadrillas de varios rejoneadores, con don Ángel Peralta a la cabeza . Ahora enseña a los chavales que quieren coger su camino. Y lo primero que hacen es calentar como si fueran deportistas, porque lo suyo tiene mucho de deporte. «Es fundamental. Delante del toro, por el miedo que hay siempre y por la tensión, se pierden facultades, y además el vestido pesa mucho, sobre todo al principio, así que la forma tiene que ser muy buena», explica.

Entre los chavales que se entrenan, a los más aventajados ya les ha cambiado la voz y están en el instituto, pero hay alguno especialmente joven. Álvaro tiene seis años, y con dos y medio, al ver a su tío en la televisión, dijo que quería ser torero . Su familia, venezolana, tiene toreros y subalternos, y a él le interesa todo del mundo del toro, cuenta con menos palabras que determinación en la mirada, aunque sea tan joven.

Dos alumnos en el entrenamiento de la Escuela de Tauromaquia ROLDÁN SERRANO

Los chicos van a la Escuela Taurina dos veces por semana, durante dos horas, y allí se aprende la técnica, pero no es lo mismo tener delante a un compañero que simula los movimientos de un toro que tener a un animal, que se mueve y que puede ser imprevisible, y que condiciona con su sola presencia. Por eso hay un momento en que se va al campo, a algún tentadero en que se ponen delante de añojos, de becerros de un año , todavía sin matar, y hasta algunos dan muerte. La escuela tiene el apoyo del Círculo Taurino de Córdoba y los alumnos no tienen que pagar nada ni por las clases ni por los tentaderos, cuando acudan. Todo va por cuenta de una asociación privada, que no recibe dinero de administraciones públicas y que busca mantener vivo el fuego de la tauromaquia en Córdoba justo cuando arrecian los malos vientos de la falta de figuras que den el relevo a Finito y ante la crisis de la plaza y de la Feria. No se sabe si estará allí el futuro de la Fiesta en Córdoba, pero ellos al menos tienen la esperanza de que alguno consiga dar el salto, tomar la alternativa y llevar el nombre de Córdoba por las plazas de España y América.

Dificultad

No es fácil. Entrenarse para ser matador es duro y lo sabe Antonio Cañero, que también ejerce de maestro para los chavales. «Lo tienen todo, para que no se lo tengan que comprar antes de tiempo», dice. Por eso no quiere ver el espectáculo de aprendices que tienen muletas, capotes y hasta trajes que al poco descansan en un armario, cuando el que quería ser torero deja de serlo. Además, allí los estudios son lo primero. Miran las notas y si no son buenas ya tienen el castigo: los chavales van al entrenamiento, pero no están con sus compañeros, sino repasando. «Al final las madres nos dicen que se han puesto las pilas con eso», relata mientras los niños siguen preparándose: «Claro que saben cómo embiste un toro. Es que para saber torear primero hay que saber embestir». Lejos de allí está Lola, la única niña, que tiene once años y acaba de empezar. En otra situación llega David Gavilán Fuentes «Bocanegra», descendiente del diestro que tiene calle en Córdoba, y uno de los que lo tiene más claro. A sus 16 años lleva desde los tres pensando en los toros, y ha estado en becerradas y en novilladas. Ni él tiene dudas ni su familia se las alentó. «Me han dicho que todo lo que haga lo haga con el corazón, pero que no deje los estudios», resume. No sólo tiene ganas de ser torero, sino también de aprender, y por eso sabe los diestros a los que admira y por qué lo hace: Manuel Benítez «El Cordobés» , por «su raza», y Rafael de Paula «por su pureza». De todos los que hablan es el que habla con más claridad de que no se le comprende, y de que hay compañeros en el instituto que directamente piensan mal de él porque quiere ser torero: «Yo procuro decir que no estoy haciendo esto». Quizá no lo diga, pero se coloca delante de un compañero y comienza a dar pases, y coloca la muñeca como lo haría cualquier maestro delante de un toro. «¿Si me dan miedo los becerros? Respeto, más que miedo», cuenta, y relata que mira vídeos de los grandes para seguir aprendiendo.

Cae la tarde en Córdoba y los niños alimentan los sueños de torero que antes cantaban las coplas en romancillos y que tienen la forma de un redondel de albero y aplausos en los tendidos.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación