Los glaciares más bellos de Europa

Paisajes de hielo y nieve amenazados por el aumento de las temperaturas, aunque aún lucen todo su esplendor

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  1. Aletsch, Suiza

    Una imagen del glaciar Aletsch
    Una imagen del glaciar Aletsch

    Los Alpes extienden su arco a través de media docena de naciones, pero es Suiza la que se apropia del mayor número de macizos importantes. En toda la cadena hay 88 montañas que superan los 4.000 metros, de las que 42 -casi la mitad- se encuentran en territorio helvético. Y, siendo el país alpino por excelencia, no podía por menos que poseer también el más extenso de sus glaciares: el Aletsch, que tiene su nicho de nivación en las faldas meridionales del Jungfrau (4.158 m) y cuyos 120 km² de superficie y 23 km de longitud forman parte, junto a los valles circundantes, del Patrimonio Mundial.

    El 18 de agosto de 2007, el fotógrafo Spencer Tunick, en colaboración con Greenpeace, tomó imágenes de 600 personas que posaron desnudas formando una escultura viviente sobre sus hielos. El objetivo fue el de llamar la atención sobre el calentamiento global y el derretimiento general de los glaciares. En un solo año, entre 2005 y 2006, el Aletsch tuvo un retroceso de 100 metros. Lasreferencias durante la Pequeña Edad de Hielo (comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX) sitúan su frente 2,5 km, valle abajo, delante del actual.

    El glaciar Aletsch es un lugar especial para viajeros célebres y para científicos. En el Riederfurka, a 2.046 metros, se halla la histórica Villa Cassel, antigua residencia veraniega de huéspedes famosos y personajes influyentes del mundo de la política y las finanzas. La casa, perteneciente hoy a la organización ecologista Pro Natura, alberga una exposición permanente sobre el sitio. Desde las cimas del Bettmerhorn (2.872 m) y del Eggishorn (2.927 m), accesibles por teleférico, las vistas del frente y del curso inferior del Aletsch son impresionantes. Por el norte, un tren de cremallera sube desde Grindelwald, por el interior de la montaña, a la estación de Jungfraujoch (3.454 m), donde un ascensor salva los 118 metros que restan hasta el Sphinx, el centro de investigación meteorológica más alto de Europa. Su terraza panorámica es usada por miles de turistas al año para asomarse al nacimiento y a la parte superior del glaciar.

  2. Mer de Glace, Francia

    Está más allá de cualquier duda que constituye el glaciar más célebre de Europa -y aun puede que del mundo entero-. Con sus 40 km² de superficie y sus 7 km de longitud es también el más grande de Francia. Descubierto en 1741 por los exploradores ingleses William Windham y Richard Pocock, el Mer de Glace (Mar de Hielo) es hoy la atracción estelar del bellísimo valle de Chamonix, popular entre los montañeros de todas las latitudes, ya que sobre él se alza el Mont Blanc (4.810 m), el monarca de los Alpes. Accesible desde 1802 a lomos de mula, la inauguración, aproximadamente un siglo más tarde (en 1908), del tren de cremallera a Montenvers fue el desencadenante inicial de la avalancha turística que actualmente hace de sus hielos uno de los escenarios naturales más visitados del Planeta.

    El Montenvers es, ciertamente, un punto clave: en él se franquea un umbral de silencios geológicos y perseguidas revelaciones. A nuestros pies, repentinamente, el Mer de Glace despliega sus heleros sinuosos; y, levantando la mirada, descubrimos, también de golpe, su séquito de montañas, algunas de las más prestigiosas del macizo del Mont Blanc: Drus, Aiguille Verte, Moine, Grandes Jorasses, Dent du Geant… ¡Qué extraordinaria creación de la tierra y del tiempo! El hielo y la roca forman un conjunto, valorizándose mutuamente, ya que el uno sin la otra, y viceversa, aun poseyendo una belleza indiscutible, tendría mucho menos carácter.

    En 1820, a consecuencia de su retroceso, el Mer de Glace dejó de ser visible desde Chamonix. Sin embargo, al contrario que la mayoría de los glaciares, hoy experimenta un avance en su frente de 90 metros al año, lo cual se evidencia en el desplazamiento de la entrada a la gruta que, anualmente y desde hace medio siglo, se excava en su lengua, justamente debajo de la estación de Montenvers, como una atracción más para el público visitante. En su interior, los hielos esculpidos escenifican la vida montañesa desde principios del siglo XIX; los 8º de temperatura y los reflejos azulinos en las paredes crean un ambiente glacial de paradójico encanto.

  3. Pasterze, Austria

    Situado en la cadena montañosa del Hohe Tauern, en el estado de Carintia, el Pasterze, con sus casi 9 kilómetros de longitud, es el glaciar más largo de Austria y de los Alpes orientales. Desde las primeras mediciones, efectuadas en 1856, el volumen de sus hielos se ha reducido a la mitad. Su aspecto actual, el de una lengua a todas luces exangüe que apenas rellena el fondo de un amplio lecho de pendientes desnudas, resulta innegablemente menguado al compararlo con el que presentaba siglo y medio antes, en detrimento, claro está, de su belleza escénica. Si, a pesar de ello, es hoy el glaciar más visitado de Austria, esto se debe a dos circunstancias externas: el hallarse directamente debajo del Grossglockner (3.798 metros), el techo del territorio austríaco, y al extremo de la carretera homónima, que brinda las panorámicas más hermosas del país.

    Tentación permanente para los practicantes de la escalada en hielo, el Grossglockner es, tras el Mont Blanc, la cumbre alpina que goza de mayor aislamiento topográfico. La vista, desde su cúspide, abarca horizontes más lejanos que los que se divisan desde cualquier otra eminencia de los Alpes orientales. Ya en 1951, Oskar Kühlken, autor del libro Glockner, indagando el mito que lo rodea, lo describió con estas frases: «El Grossglockner es más que la montaña más alta de Austria. Está envuelta en el aura de una individualidad extraordinaria que avasalla a todos los que se rinden a su encanto».

    Al Pasterze se accede desde Salzburgo por la Alta Carretera Alpina Grossglockner, la cual atraviesa el histórico paso de Hochtor (2.576 m.), el más elevado de Austria. Dicha carretera, inaugurada el 3 de agosto 1935, constituye la segunda atracción turística del país -después del palacio vienés de Schönbrunn-, con una afluencia de casi 300.000 vehículos y 900.000 visitantes anuales. En su tramo final acomete una fuerte subida a base de curvas en horquilla, antes de concluir su trazado en el centro de visitantes Kaiser Franz Josefs Höhe, desde donde la vista del glaciar, abrazado por el Grossglockner y su cohorte de gigantes, es tan soberbia como insuperable.

  4. Jostedalsbreen, Noruega

    Con una superficie de 487 km², una longitud que supera los 60 km y más de 600 metros de espesor en ciertos puntos de su lengua, el glaciar de Jostedal o Jostedalsbreen, en el sur de Noruega, se presenta como el más grande de la Europa continental. Alrededor de 1750, durante la anteriormente citada Pequeña Edad de Hielo, gozó de su mayor extensión. Desde entonces su masa helada y la de sus 50 brazos colaterales no cesan de disminuir.

    Jostedalsbreen se integra en el parque nacional homónimo, delimitado por dos de los más sobresalientes fiordos de Noruega: el de Sogne, al sur, y el de Geiranger, al norte. Este espacio natural protegido posee múltiples contrastes: imponentes montañas y profundos valles, saltos de aguas efervescentes y lagos apacibles, morrenas terrosas y prados floreados en primavera. Algunos de sus glaciares figuran entre los parajes noruegos más frecuentados por el turismo. Durante la temporada alta, Briksdal y Nigard, los más accesibles, resultan invadidos a diario por grupos de excursionistas encordados con sus guías. Y si esquiar por sus ventisqueros se ha vuelto una actividad popular en los últimos años, las viejas rutas, tales como la de Oldeskardet, constituyen hoy emocionantes recorridos para los senderistas.

    Breheimsenteret, el centro de visitantes del parque, se encuentra en el valle de Jostedal, a los pies del glaciar Nigard. Pero quien desee profundizar en las cuestiones relativas a los hielos puede visitar, en la vecina Fjerland, el Museo Noruego del Glaciar. El edificio, vanguardista combinación de volúmenes geométricos de hormigón y madera, es obra del arquitecto Sverre Fehn, ganador del premio Pritzker en 1997. No sin razón fue designado Museo Europeo del año en 1994. Su exposición comienza informando sobre los glaciares y su forma de modelar el paisaje y concluye bosquejando el futuro terrestre en relación con el clima y la influencia ejercida por los seres humanos sobre el mismo.

  5. Vatnajökull, Islandia

    Una vista impresionante del glaciar Vatnajökull
    Una vista impresionante del glaciar Vatnajökull

    La naturaleza, en Islandia, parece obra de titanes: desmedida, vigorosa, y aplastante. Aquí todo es a lo grande: las enormes lenguas de hielo, las montañas ciclópeas y las huellas formidables de las fuerzas telúricas. Ahora bien: en ninguna otra parte del país podemos percibir tan avasalladoramente nuestra pequeñez como ante la presencia del Vatnajökull, el más voluminoso de los glaciares del Viejo Continente. Lo que nos desconcierta no es solamente su fachada colosal. También lo hace su viva paleta de colores. Y es que en pocos lugares la costra vegetal es tan intensamente verde, los heleros tan blancos, las arenas tan negras y los cielos tan azules como en los dominios de esta vasta y poderosa maravilla geológica.

    Por lo expuesto se comprende que no fue casual que a los pies del Vatnajökull se inaugurase, en 1967, el primer parque nacional islandés: el de Skaftafell. Hoy, además de constituir uno de los reclamos turísticos punteros del país, dicho parque es un escenario natural de lo más cotizado internacionalmente por las productoras de cine y publicidad para rodar películas y anuncios. Su Centro de Información nos descubre sus aspectos naturales más relevantes y cómo contratar paseos en barca por la laguna glacial de Breidamerkurlón. El propio Vatnajökull se presta también a actividades diversas, entre ellas la de la ascensión –no apta para principiantes- al volcán Hvannadalshnjúkur (2.119 m.), la montaña más elevada de Islandia, localizada en la periferia sur de su campo de hielo.

    En el cercano pueblo de Höfn se ha abierto el museo del Glaciar. El espesor medio de sus diversas lenguas es de 400 m., con máximos zonales que alcanzan el kilómetro de profundidad. El complejo volcánico subyacente causó una considerable aunque breve erupción a comienzos de noviembre de 2004. La región, por otra parte, oficia de refugio de una abundante fauna aviar. La mayoría de las aves migratorias llega en primavera. A menudo toman tierra asimismo ejemplares de especies erráticas desviadas desde otras regiones de Europa.

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