Un grupo de turistas toma el sol en la playa de Zandvoort, a pocos minutos de Ámsterdam
Un grupo de turistas toma el sol en la playa de Zandvoort, a pocos minutos de Ámsterdam

Así es la playa de Ámsterdam que no imaginas

Más allá de los canales, los museos y el Barrio Rojo, a pocos kilómetros de la ciudad espera un destino de playa poco conocido por los españoles

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Museos, canales, el Barrio Rojo, la Casa de Ana Frank, el Begijnhof, o el Mercado de las Flores son algunos de los distintivos de esa Ámsterdam que embauca a los visitantes que se acercan a esta bella ciudad holandesa. Pocos imaginan, en cambio, que también puede ser un destino de playa. Y lo es sobre todo para los amsterdaneses, que encuentran a 30 kilómetros un larguísimo arenal que lleva el nombre de Zandvoort.

Playa de Zandvoort
Playa de Zandvoort

Todos ellos lo conocen por la «playa de Ámsterdam», aunque en realidad Zandvoort fue históricamente un pequeño pueblo pesquero. Ahora las cestas para evitar el viento y los clubes de playa copan este extenso arenal, especialmente en Bloomendaal, donde los jóvenes beben y se divierten, de día y de noche, pisando la arena fina de esta playa, que también llama la atención a los curiosos por los camiones de marisco y bebida que circulan, entre surferos y bañistas, casi donde rompen las olas.

Zandvoort no tiene monumentos importantes, pero sí es recomendable alquilar una bici en una pequeña tienda situada enfrente del bar de Oliver y Hardy («El Gordo y el Flaco») por unos 10 euros el día y rodar hasta el Parque Nacional Zuid-Kennemerland. En estos senderos, confundidos con las dunas, resulta muy fácil encontrarse con restos defensivos de la II Guerra Mundial.

Mercados de quesos

Mercado de quesos de Alkmaar
Mercado de quesos de Alkmaar

El pueblo más visitado al norte de Ámsterdam es Alkmaar por su magnífico mercado de quesos, de abril a septiembre. Solo han sobrevivido cuatro antiguos mercados queseros en esta zona, pero este de Alkmaar es el más llamativo desde que se inaugurara a finales del siglo XVI. El espectáculo, que transcurre entre las nueve y media y las doce y media de la mañana, se puede seguir por la megafonía de la plaza en varios idiomas, incluido el español, al mismo tiempo que se produce el transporte de quesos, fundamentalmente de las variedades Gouda y Edam, y su pesado previo a la subasta.

Los cargadores del queso, vestidos con un traje tradicional de color blanco y un sombrero de paja con una cinta de color (rojo, verde, amarillo y azul), pertenecen a un sindicato formado por cuatro grupos de siete hombres cada uno con su color correspondiente y lo hacen medio andando medio corriendo en un increíble ejercicio de equilibrio para evitar cualquier caída de algún queso o de los propios portadores. Y si ocurre algún accidente no previsto los hombres no pueden soltar ningún taco o palabra malsonante. Así lo manda la tradición. Esta «carrera» al viejo Edificio del Peso Público, el más bello de la plaza en estilo renacentista, nunca es un paseo fácil ya que cada pareja de portadores traslada diez quesos, de entre 12 y 13 kilos, acercándose por tanto a los 130 kilos en cada viaje.

El público jalea y aplaude a estos hombres, que tienen prohibido fumar y beber alcohol durante el mercado, en un ambiente muy animado, con mercadillo incluido para comprar quesos de las granjas que concurren a la subasta. Y el que no queda contento puede apuntarse a un crucero por los canales de Alkmaar. La escasa altura de los puentes del recorrido obliga a sus viajeros a agachar la cabeza y a tumbarse en la embarcación para evitar un coscorrón.

De camino a Edam, el siguiente punto del recorrido, se pueden hacer dos paradas cortas. Una en los molinos de Schermerhorn para comprobar como estas típicas construcciones drenaban antiguamente el agua para ganar terreno al mar y dedicar tierras al cultivo, y otra en De Rijp para admirar su bonito ayuntamiento y sus bellas casas pegadas a los canales con unas cornisas imaginativas y muy vistosas. Solo hará falta recorrer 16 kilómetros para llegar a Edam, otra ciudad quesera situada en un pintoresco canal donde destacan las fachadas de los almacenes de queso del siglo XVIII. También aquí se celebra un tradicional mercado de queso los miércoles por la mañana en los meses de julio y agosto.

La vida en el Mar del Sur

Terraza junto a los canales de Enkhuizen
Terraza junto a los canales de Enkhuizen

La visita por este norte amsterdanés puede concluir en dos ciudades vinculadas a la Compañía de las Indias Orientales. Enkhuizen, una de las más adineradas del país en el siglo XVII, fue una de las más influyentes en la «edad de oro» de Holanda y ese poder queda de manifiesto en sus mansiones majestuosas, canales, iglesias y puertos. Su atracción más visitada es, sin embargo, el Zuiderzee Museum (Museo del Mar del Sur), que ofrece una pincelada de como era la vida rutinaria en el antiguo Mar del Sur, mostrando los oficios artesanales de la época, las comidas más habituales -no hay que perderse los arenques que preparan al aire libre- o cómo eran la farmacia o la escuela de esta ciudad marinera.

A 20 kilómetros, situada a orillas del lago Ijsse, se encuentra Hoorn, otra ciudad próspera durante el «siglo dorado holandés» que esconde 300 monumentos protegidos en su casco antiguo. Llama la atención su embarcadero porque los antiguos veleros de carga se han convertido en barcos de recreo y porque allí se levanta su principal baluarte defensivo: la Torre Principal. Junto a sus piedras podemos poner punto final al viaje en cualquiera de los bares y terrazas donde se sirve una cerveza fresca, acompañada de un vaso de ginebra que hay que tomar al mismo tiempo y sin rechistar...

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