Diez secretos de Madrid que querrás conocer

Sara Medialdea, autora de «500 ideas para descubrir Madrid», selecciona rincones desconocidos y bellos de la capital

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  1. Cementerio británico

    Sara Medialdea, periodista de ABC, ha dedicado más de 25 años de su vida a narrar la vida social y política de Madrid. Durante ese tiempo ha descubierto infinidad de rincones de la capital poco o nada conocidos, que a veces se esconden tras una puerta anónima. De esa experiencia impagable ha nacido «500 ideas para descubrir Madrid» ( Ediciones La Librería), un libro de cabecera para salir a pasear los fines de semana (en el caso de los madrileños) o para llegar a la capital con una agenda de visitas que van más allá de la almendra central de la ciudad. En este reportaje, Sara ha seleccionado diez de esos 500 lugares. Secretos de Madrid, contados por quien mejor los conoce.

    Cementerio británico

    Situado en el madrileño distrito de Carabanchel, en la calle Comandante Fontanes, 7, el Cementerio Británico se considera suelo inglés: es propiedad de su majestad la reina Isabel II de Inglaterra. Se construyó con el fin de dar sepultura a los nacidos en la Gran Bretaña, cristianos pero no católicos, que no eran admitidos en los camposantos españoles, aunque también hay en su interior enterramientos hebreos y hasta alguno musulmán.

    El cementerio data del siglo XIX, y está prácticamente ocupado en su totalidad, salvo una zona de columbarios situada sobre lo que en otro tiempo fue la casa del guarda. Un escudo del Reino Unido adorna su entrada. Su puesta en marcha vino tras arduas negociaciones entre ambos gobiernos, el británico y el español, y de convenios con el Ayuntamiento madrileño de entonces, ya que hubo que realizar una permuta de terrenos para ponerlo en marcha.

    Desde su entrada se aprecian sus particularidades; un estilo muy «british» que lo diferencia de los cementerios españoles al uso. Cuenta con alrededor de 600 sepulturas.

    La amplia colonia británica que ha habitado en Madrid en los últimos doscientos años ha dejado un amplio reflejo en el cementerio inglés: allí están enterradas muchas de las personalidades de procedencia foránea que se han asentado en España, como los Loewe, los Bauer o los Terscht. Una placa en la entrada recuerda que también estuvo allí el fotógrafo Charles Clifford, muerto en Madrid el dí de Año Nuevo de 1863. La placa se la dedica su viuda.

  2. Hospital de San José

    El Instituto Homeopático-Hospital San José fue construido, en la calle de Eloy Gonzalo, 3-5, por orden de José Núñez Pernía, médico de cámara de Isabel II, a través de su fundación Sociedad Hohnemanniana Matritense, dirigida a extender la homeopatía. La Sociedad nació en 1845 y el doctor tuvo que recurrir a una suscripción popular para construirlo. Con aportaciones de 700 personas de diferentes puntos de Europa e Hispanoamérica, consiguió recaudar más de 433.000 reales. La construcción costó el doble y el doctor Núñez se hizo cargo de la diferencia de su propio bolsillo.

    Debía ser un docto peculiar, pues además de ocuparse de la salud real, también atendía dos días en semana gratis en su consulta de la calle Atocha, 16. El edificio del Instituto Homeopático, declarado bien de interés cultural en 1997, es un auténtico regalo para la vista. Cuenta con una singular galería acristalada, y aún conserva en algunas de sus salas los azulejos originales en la pared, así como la capilla, ahora convertida en salón de actos, con un friso en el que figuran los nombres de los primeros homeópatas españoles.

    Tras muchos avatares, entre ellos su conversión en hospital de convalecencia y en comedor del Socorro Rojo durante la guerra civil, el edificio se resintió del paso del tiempo y del deterioro. El Ayuntamiento tuvo que intervenir en él por acción sustitutoria, y la Comunidad de Madrid se encargó recientemente de su restauración.

  3. Parque El Capricho

    En una escala de 1 al 10, al parque de El Capricho habría que darle un 11: es un espacio verde maravilloso, lleno de sorpresas arquitectónicas, con una historia más que novelesca y una capacidad paisajística y vegetal que le convierten en un reciento único. Donde, por cierto, no se admiten ni bicicletas, ni pelotas; toda una declaración de principios para un parque que es, en el fondo, un museo en plena naturaleza.

    Enclavado en la Alameda de Osuna, sus 14 hectáreas son una sorpresa continua. Dada su variedad de especies, puede decirse sin riesgo a equivocarse que El Capricho no es uno, sino cuatro parques en el mismo lugar, dado lo diferente que resulta si se visita en primavera, verano, otoño o invierno.

    Su origen data de 1784, cuando los duques de Osuna adquirieron la finca, y la duquesa, considerada la mujer más inteligente de la época, desplegó sus inquietudes artísticas, su buen gusto y sus conocimientos creando un parque diseñado para el disfrute de la vista. El resultado no podía ser de otro modo que el que fue: un paraíso en el que recogerse cuando era su voluntad o invitar a amigos y conocidos.

    El Capricho se llama así porque está, precisamente, lleno de antojos: la duquesa los convirtió en joyas arquitectónicas, como la exedra, el paseo de los Duelistas, el parterre francés, el laberinto, la casa de la vieja, la ermita, el templete de Baco... Pasear por El Capricho es encontrarse con una estatua de Saturno devorando a sus hijos, y dos pasos más allá, disfrutar del incomparable aroma de los tilos, para seguir y tropezar con el estanque y su casa de cañas, de inspiración oriental.

  4. Una plaza diseñada por Dalí

    Madid es una caja de sorpresas. Las hay de todos los tipos, y esta tiene el doble interés de pertenecer a la historia más actual, y a veces por eso más desconocida, y de involucrar a uno de los mayores genios de la pintura española: Salvador Dalí. Y es que es de su creatividad ilimitada de donde surgió la idea de la plaza de la avenida de Felipe II y del monumento que la adorna, dedicado al físico Isaac Newton.

    Parece ser que fue en una conversación entre el alcalde madrileño Enrique Tierno Galván y el pintor Dalí cuando surgió la idea de ese monumento a Newton, a partir de una escultura del Museo de Figueras que se basaba en el cuadro del artista titulado Fosfeno de Laporte. La figura humanoide que se ve al fondo del cuadro es la que se reproduce en la plaza de Dalí.

    La estatua, de 3,90 metros de alto, está colocada sobre un cubo de piedra pulida negra en cuyas cuatro caras laterales se leen las letras que forman la palabra «Gala», la musa y compañera del artista. Tras la figura aparece un enorme dolmen de granito -su piedra superior pesa 350 toneladas-, que primero iba a ser más naturalista, pero resultó finalmente con formas geométricas recias. El ingeniero Jesús Jiménez y el arquitecto municipal Alfonso Güemes desarrollaron la idea, que se acompaño de un trabajo en el pavimento de toda la plaza. Un pavimento que, con gran disgusto de las asociaciones vecinales de la zona, fue sustituido en 2005 tras una remodelación municipal.

  5. Casa y torre de los Lujanes y Casa de don Álvaro de Luján: Las casas más antiguas de Madrid

    Tanto la torre como las callas de la plaza de la Villa, 2 y 3, fueron mandadas construir por don Álvaro de Luján en 1470 aproximadamente. Puede que sean las más antiguas del Madrid actual. Por la casa han pasado multitud de instalaciones diferentes, entre ellas su actual función como sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, que la ocupa desde 1858. También fue sede de la Hemeroteca Municipal.

    Conserva su portada principal, con tres escudos nobiliarios en piedra, y una segunda con un bonito arco. Tiene un luminoso patio interior, al cual daban las oficinas de prensa del cercano Ayuntamiento de Madrid en una época no muy lejana, en la que las condiciones del inmueble no eran precismente las idóneas, y llegó a entrarse -quien esto escribe ha sido testigo de ello- por una de las ventanas que daban la patio.

    La torre es de planta cuadrada y conserva todo su encanto. En sus plantas inferiores se situaba la original entrada a las Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, a la que se accedía por un arco de herradura con dovelas de piedra único en Madrid, situado en la calle del Codo.

  6. San Pedro ad Víncula

    Otra joya no suficientemente conocida de Madrid es la iglesia de San Pedro ad Víncula, en el casco histórico de Vallecas Villa. Construida según el proyecto de Juan de Herrera en 1600, posteriormente Ventura Rodríguez le añadió, en 1775, la torre que aún se puede ver. Nombres de lujo para un templo de impresionante fachada. Después ha sufrido otras restauraciones: la de Caballero Lasierra en 1965, y la de Ávila Jalvo entre 1996 y 2002. Es bien de interés cultural desde 1995.

    La villa de Vallecas contaba con un importante núcleo de población ya desde el siglo XV; de ahí que existan varios documentos que recogen la existencia de templos en la zona donde más tarde se levantaría San Pedro ad Víncula. Pero la llegada de la corte a Madrid hace que se incremente también la población de este pueblo tan cercano, y de ahí la construcción de un templo mayor que los anteriores.

    Si uno se sitúa al pie de la magnífica escalera que conduce al templo -situado además sobre una elevación-, la visión es formidable: una impresionante fachada de aparejo de estilo toledano, con una bella portada y una torre que destaca por su elegante planta, sus arcos de medio punto y el chapitel con que se remata. Torre que, por cierto, tuvo que ser sometida a una restauración cuidadosa tras sufrir un desplome parcial.

    En su interior, tiene planta basilical con tres naves, y la central se cubre con una bóveda de cañón. Atesora cuadros de Rizzi y de Lucas Giordano, estos últimos explicando el milagro de la liberación de San Pedro de sus cadenas -ad vincula- por intercesión de un ángel.

  7. El aparcamiento más bonito del mundo

    La arquitecta italiana Teresa Sapey se encargó de la remodelación del parque de la plaza de Vázquez de Mella. Y desde el principio se propuso convertirlo en un espacio singular, donde su funcionalidad no constriñeras las posibilidades del lugar. De momento decidió darle más luz. Y también color, dos conceptos que no suelen ser habituales en los aparcamientos subterráneos, caracterizados antes por la grisura del hormigón y la única claridad de los fluorescentes.

    Teresa decidió darle otro aire a aquel aparcamiento. Primero, por su situación: estaba en la entrada de un barrio muy especial de Madrid, el de Chueca, que el colectivo homosexual logró despertar, recuperar y sacar de la decadencia en la que habían caído sus calles y muchos de sus comercios. Por eso, en el acceso exterior al parking colocó un inmenso lazo rojo -símbolo de la lucha contra el sida- hecho en material metálico.

    Pero las auténticas novedades están en el interior: luces de neones en la entrada peatonal, que se encienden cada noche y proyectan su luz hacia la calle; y, un poco más abajo, en el primer descanso de la escalera, el cartel que da nombre a la intervención: Chueca An-dante. Las paredes del aparcamiento son rojas, el techo negro, y una colección de fotos en blanco y negro se encargan de decorar el conjunto con imágenes relacionadas con el amor en todas sus vertientes. Y desplegadas a lo largo de los muros, frases de la «Divina comedia»: «Amor que ama obliga al que es amado, me ata a tus brazos con placer tan fuerte que, como ves, ni aún muerto me abandona»

  8. Los viajes de agua

    Esto sí que es un auténtico tesoro oculto de Madrid: los restos de las traídas de agua por las que, 400 años atrás, la ciudad se surtía del líquido elemento. Aunque sin uso hace muchos años -el progreso, ya se sabe-, aún siguen siendo una red laberíntica de kilómetros de conducciones subterráneas, algunas en muy buen estado -se hicieron a conciencia- e incluso, en algunos casos, se pueden visitar.

    Unas cruzaban la Castellana, otras bombardeaban la Cibeles y las cámaras acorazadas del Banco de España; las hay bajo el suelo del distrito de Tetuán... en ocasiones, las nuevas construcciones o las conducciones las han cercenado, impidiendo el paso del agua. También en ocasiones les llega menos aporte de agua -la de lluvia resulta «interceptada» por los suelos asfaltados-, pero aún es posible ver, debajo de algunos parques que atraviesan, cómo las gotas se deslizan desde el techo por los abovedados de ladrillo.

    Caminar por su interior es toda una aventura: de tamaño de una persona, estrechas, y con decenas de ramificaciones saliendo en dirección a vaya usted a saber dónde, a cada pocos metros hay oquedades laterales en las que apoyar una vela. Se camina en total oscuridad -salvo la luz que uno lleve consigo-, con el agua a nuestros pies como un suave arroyo, o hasta la altura del muslo en las zonas en las que se recibe más cantidad...

    Las galerías se construían abriendo pozos verticales con paredes de ladrillo, para recoger las aguas procedentes del drenaje de las arenas húmedas. Unas tuberías cerámicas distribuían el agua a lo largo de túneles. La profundidad oscilaba entre 5 y 40 metros, y la distancia a recorre, entre 7 y 12 kilómetros.

    Madrid tenía la configuración ideal para el desarrollo de esta infraestructura: su casco antiguo, a unos 70 metros por encima del nivel del río Manzanares, estaba estructurado en torno a dos vertientes de escorrentía, y drenado por 15 arroyos cuyos nombres han pasado luego a las calles que discurren por los antiguos cauces: Barquillo, Recoletos, Infantas, Prado, Segovia...

  9. Barrio de las Letras

    Este conjunto de callejuelas, en unas pocas manzanas, sí que es una rareza madrileña de la que muy pocas ciudades en el mundo -tal vez ninguna- puede presumir: un barrio en el que se concentraron los mayores genios de la literatura de un periodo que se conoce históricamente como Siglo de Oro por la calidad de sus figuras. Y todos, o casi, viviendo pared con pared, coincidiendo en las calles, en las tabernas y en las iglesias.

    ¡Qué harían los ingleses, y no digamos los franceses, si contaran con un barrio de estas características! Porque en media docena de calles residieron en la misma época Pedro Antonio de Alarcón, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo y Villegas, Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega y un larguísimo etcétera de nombres que han pasado a la historia de la literatura.

    El barrio presume ahora de sus orígenes con algunas placas en determinadas calles y un adoquinado especial que contiene algunas frases de obras célebres de sus antiguos vecinos. Pero a poco que se piense, resulta emocionante pensar que a la salida de la visita de la casa original de Lope de Vega, con solo dar unos pasos uno se encuentra en la esquina donde estuvo en tiempo la morada del autor del Quijote, y una calle en paralelo está la iglesia donde fue enterrado, y algo más arriba la parroquia en la que todos oían misa. Ciertamente, este de las Letras es u barrio singular donde los haya.

  10. Estatua de la Mariblanca

    La Mariblanca ha estado asociada a la Puerta del Sol madrileña desde el siglo XVII. Nació como remate superior de una fuente que se encargó para engalanar la Puerta del Sol y que diseñó el italiano Rutilio Gaci, en 1618. Esa figura de mármol blanco, a modo de Venus, Diana o símbolo de la Fe, comenzó a conocerse popularmente por el pueblo de Madrid como la Mariblanca. La estatua en sí fue encargada a Ludovico Turqui, aunque no se sabe si este, que la trajo de Florencia en 1625, la esculpió personalmente o la compró. Llegó hasta Alicante entera, pero en el viaje a Madrid se quedó sin cabeza, lo que dio lugar a un descuento en el precio.

    Pasó el tiempo y vino el deterioro, ente otras causas, por quienes se subían a la fuente. Por eso, se encargó en 1726 a Pedro de Ribera que la reparara. Y este cambió algunos elementos, dificultando las «escaladas» y manteniendo a Mariblanca en el remate. En 1781 se sustituye el pilón de la fuente por otro más pequeño, por orden de Ventura Rodríguez. Y en 1838 se decide eliminar por su mal estado general. Algunas partes se llevaron a la plaza de las Descalzas, formando una fuente más pequeña en la que la Mariblanca continuaba apareciendo. Pero la musa terminó en el almacén municipal a finales del XIX,´y allí estuvo hasta que en 1912 se la rescató y llevó al parque del Retiro.

    De nuevo desaparecida de la vía pública, y de nuevo reencontrada en 1969, ahora en Recoletos, fue objeto de vandalismo en 1984. Fue restaurada con mucho cuidado, y colocada en el vestíbulo de la escalera principal de la Casa de la Villa en tiempos del alcalde Enrique Tierno Galván.

    La que ahora se puede ver en la Puerta del Sol es una réplica de esta, realizada en 1986 y que desde entonces ha variado al menos en dos veces su posición: primero estuvo donde la fuente original, luego en la confluencia con Arenal.

    Hay aún otra Mariblanca, en el jardín trasero del pabellón de la Masía Catalana de la Casa de Campo.

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