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ANÁLISIS

«Resident Evil VII»: rompe con su pasado para recrearse en el miedo visceral

La nueva entrega del videojuego supera el primer gran exámen de la realidad virtual con su cambio de rumbo, apelando al terror psicológico en plano subjetivo y una historia que, pese a algunos altibajos, atrapa pronto al espectador

MADRID Actualizado: Guardar
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Hay obras culturales que son imprescindibles. Son las mismas que deben ser tratadas como lo que son, necesarias para el conocimiento global e historiográfico aunque no logren atrapar de lleno a los consumidores pero que, en su momento, lograron mover la industria. En este caso, en el universo artístico y cultural de los videojuegos, Resident Evil ha formado parte durante veinte largos años del imaginario colectivo, aunque con mayor o peor fortuna. Con «Resident Evil VII» se deja atrás la acción para regodearse en sus inicios como aventuras de terror.

Esta entrega supone, en efecto, un cambio radical para la franquicia, lo que le ha permitido abrazar un mar de tensión y deambular por una corriente más propia de las películas de terror clásicas.

La primera gran consecuencia es la recreación de un miedo más visceral que rompe con su tradición y devuelve, sin caer en la peligrosa nostalgia, a los inicios de la serie. Un movimiento arriesgado pero necesario.

En un tiempo efímero como el que nos ha tocado vivir en nuestros días, volver a ponerse a los mandos de esta saga es un ejercicio ciertamente controvertido. Más que nada porque existen unos condicionantes arrastrados por la nostalgia y los patrones prefijados que pueden lastrar la sensación de afrontar la historia. Pero no. Todo lo que nos encontramos en este juego es novedoso, distinto y original, al menos en comparación con sus predecesores.

Porque hasta la cuarta entrega -posiblemente la mejor de su historia- el juego había previamente introducido el gusanillo del miedo. Pronto su estilo cambió, dando un giro importante en lo que se refiere a mecánicas y ambientación. Centrándose más en la acción y con un sistema de visionado -la cámara colocada en un hombro, por ejemplo, muy innovadora en sus tiempos- el juego captó rápidamente la atención. Y logró influenciar a nuevos títulos posteriores. Una fórmula que se ha mantenido intacta durante los últimos años, justo en el mismo periodo en el que las ventas no acompañaban.

Un rumbo más psicológico y alejado de la acción

La perspectiva subjetiva con la que se ha optado para ilusionar en «Resident Evil VII» consigue que el jugador se meta en el papel de una manera más psicológica. La propuesta es solvente y robusta, sin caer en obviedades. Además, la compatibilidad con la tecnología de realidad virtual gracias a su adaptación a PlayStation VR cumple con creces ese desafío de generar tensión permanente y verdadero terror. Primer examen de una superproducción inmersiva superada.

Es evidente que la fricción que se produce al cruzar los sonidos envolventes, los ruidos y crujidos capaces de estimular la mente, junto con una ambientación truculenta y oscura ayuda a meterse de lleno en el papel. La intención, precisamente, es jugar con la imaginación y el terror psicológico, puesto que hay situaciones (una ventana entreabierta o un grillo subiendo por la mano) puede provocar un verdadero respingo. Hay momentos inesperados que provocan que el estómago tiemble en la garganta, y más si se juega a oscuras, con auriculares y en la noche.

La trama, sin más dilación, parte de una búsqueda por parte de Ethan Winters a su esposa Mia, creída muerta desde hacía tres años, pero una extraña llamada enciende las esperanzas de encontrarla viva. En el interior de una vivienda derruida, que cumple a rajatabla con el estereotipo de casa encantada, el jugador se apoya en la exploración y localización de objetos para poder avanzar bajo una atmósfera asfixiante.

Es el entorno en donde transcurre la mayor parte de una historia cargada de emociones y secretos y escenario de una nueva narrativa audiovisual que le confiere un mayor grado de sensaciones. Eso sí, con la salvedad de algunos altibajos que se producen, sobre todo, a mitad de la narración que, después de activar nuestro instinto de supervivencia, nos movemos en planos más centrados en sencillos puzles y enfrentamientos de poca monta.

En cuanto a su diseño gráfico, el juego se regodea en el realismo sin llegar a romper moldes en comparación con la potencia lograda en otros títulos previamente lanzados, pero el perfecto efecto de iluminación de «Resident Evil VII» y el sinfín de detalles que se recrean a lo largo y ancho de los escenarios nos envuelve un título necesario para los amantes del género, aunque posiblemente lejos de estar entre los más vendidos del año. Pasarlo mal bien vale una oportunidad a pesar que su rejugabilidad sea algo escasa.

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