Pablo García Mexía - Tribuna abierta

En defensa de la neutralidad de la Red

Proyectos de tanto éxito mundial como Google o Facebook, el europeo de Spotify o el español de Tuenti quizá se hubieran quedado en nada, de haber podido ser «tabicados» e incluso excluidos de Internet cuando empezaban a despuntar, reflexiona el autor

PABLO GARCÍA MEXÍA

La actual Administración norteamericana cumple su objetivo de revertir la regulación sobre neutralidad de la Red, sentada en una Orden de la anterior Administración del año 2015. Esta Orden establecía una Internet neutral, es decir, libre de discriminaciones injustificadas, para cualesquiera aplicaciones y servicios. Dentro del mismo 2015, la propia Unión Europea aprobaba una norma de pautas similares.

En una y otra se aseguraba así que, salvo causas absolutamente justificadas, el gestor de la red (léase Telefónica, Vodafone u Orange entre nosotros) no pueda bloquear o ralentizar tráfico en Internet. En suma, en las dos riberas del Atlántico se garantizaba que nadie se erija en «guardián» de Internet. Proyectos de tanto éxito mundial como Google o Facebook, el europeo de Spotify o el español de Tuenti quizá se hubieran quedado en nada, de haber podido ser «tabicados» e incluso excluidos de Internet cuando empezaban a despuntar.

Por no hablar de que, sin una neutralidad que está en su ADN, Internet habría podido ser censurada desde sus mismos orígenes. No es casualidad que sea Internet uno de los primeros objetivos de control por parte de gobiernos autoritarios. Como tampoco que, incluso los gobiernos democráticos, deban alcanzar complejos equilibrios entre las libertades que Internet facilita y, por ejemplo, la seguridad que aquéllos han de garantizar. Aducir que, como hacen los defensores de esta nueva normativa anti-neutralidad, privilegiar ciertos servicios sobre otros beneficiará al consumidor, supone en el fondo aceptar que quienes gestionen las redes decidan por ellos con qué proveedores podrán beneficiarse más, siendo éstos siempre, eso sí, los que el gestor hubiera determinado de antemano.

Mientras que argumentar, como asimismo hacen los defensores de esta nueva normativa, que nada tiene esto que ver con censura, implica ignorar que márgenes excesivamente amplios de gestión del tráfico pueden hoy comenzar con inocencia política, sin que nadie pueda mañana asegurar esa misma imparcialidad. La neutralidad de la Red es condición capital para que Internet conserve su esencia original. Internet fue concebida como una red que permitía la comunicación entre ordenadores sin barrera alguna; en palabras de sus pioneros, «de extremo a extremo».

Es una red que se limita a eso, a permitir la comunicación, a enlazar. Lo hace sin indagar acerca de la tecnología que pueda estar detrás de los dispositivos enlazados. Lo hace sin dar un tratamiento distinto a según qué contenidos, en función de que puedan gustar más o menos a quien los envía o recibe, sea por razones políticas, económicas o de cualquier otra índole. Y, habiendo sido diseñada así por sus ingenieros… funciona, hasta el punto de haberse erigido en instrumento esencial para las libertades y el progreso de la Humanidad. Hagamos pues caso a los ingenieros cuando afirman: «Si funciona, no lo toques». No toquemos la neutralidad de la Red.

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