El velo islámico: ¿tradición o símbolo religioso?

La contienda entre los propios musulmanes sobre la obligación del velo femenino es antigua

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El uso del velo islámico, que se extiende entre las niñas y mujeres de los millones de musulmanes europeos para subrayar su identidad, es una causa aparentemente nimia que esconde mucha dinamita. Para los activistas radicales del islam, la prenda femenina musulmana es un símbolo religioso (como el crucifijo cristiano), que debe ser aceptado en Occidente en virtud de la libertad de creencias.

Los laicistas franceses están, en este punto, de acuerdo con los islamistas. El velo es un signo religioso, y por eso debe ser prohibido en todos los «templos del Estado laico», como los colegios públicos, en virtud de la separación de Iglesia y Estado.

Muchos estudiosos del islam y no pocos ulemas discrepan del carácter religioso del velo.

Se trata, para ellos, de una vieja costumbre de las poblaciones árabes, más propia de las zonas rurales que de las grandes urbes, y no de una exigencia del Corán.

La mayoría de los gobiernos occidentales se separan también de la visión religiosa del velo. Las normas actualmente vigentes, y la avalancha de las que están en barbecho, van dirigidas a asegurar que la prenda femenina musulmana no suponga un obstáculo para la integración de las niñas y mujeres musulmanas en las sociedades occidentales (todos los estudios coinciden en que el velo segrega a las niñas en las aulas), y para hacer respetar reglas de identificación de los ciudadanos en lugares públicos, imposibles con el «burka» y el «niqab».

¿Qué dice el Corán?

La contienda entre los propios musulmanes sobre la obligación del velo femenino es antigua. Según algunos, Mahoma la estableció para sus mujeres, turbado al ver cómo flirteaban con hombres que venían a ver al profeta.

De la obligación inicial para las esposas de Mahoma se habría pasado a la de las mujeres de «los creyentes» si se sigue literalmente el versículo 59 de la sura de los Partidos: «¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas, a las mujeres de los creyentes, que se ciñan los velos. Ése es el modo más sencillo de que sean reconocidas y no sean molestadas».

Algunos estudiosos opinan que la obligación se limitó a las mujeres del profeta y no se aplicaba, ya en tiempos de Mahoma, a las otras. De hecho las «musfirat», las mujeres descubiertas, abundaban entonces. Lo que empezó como costumbre tendió a sacralizarse con el tiempo, como ocurre con muchos otros aspectos del Corán –donde es difícil encontrar la frontera entre los sagrado y lo profano–; pero nunca llegó a tener la fuerza que hoy tiene gracias al auge del islamismo, y a la falta de alternativas políticas a ese movimiento en el mundo musulmán.

Hace sólo cuatro décadas, en El Cairo, la gran urbe musulmana del mundo, la mayoría de las mujeres no llevaba velo. Hoy son minoría. Antes de la llegada de Jomeini, el velo era considerado un tocado campesino en Teherán; hoy es un símbolo religioso y obligatorio.

En Irán se han alzado algunas voces cualificadas contra la falacia de los argumentos religiosos en favor del velo femenino. La premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi recuerda que la prenda que cubre a toda la mujer –presentada por los islamistas como la vestimenta de la mujer religiosa perfecta– «no existe en el islam; de hecho, si la musulmana va a la Meca con su rostro completamente cubierto, la pereginación no es válida».

Por su parte, la dirigente iraní en el exilio Maryam Rajavi critica la imposición que muchos varones musulmanes hacen a sus mujeres e hijas para que porten el velo. «La lucha real –dijo recientemente en Bruselas– ha de fijarse en abolir el uso obligatorio del velo: eso no es el islam porque el Corán dice que no puede haber coacción en la religión».

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