Santiago Martín

Dos tercios de anuncio

El gran tabú de nuestra época, aquello de lo que no se puede hablar, es precisamente Dios

Santiago Martín

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En el complicado mundo en el que vivimos, con noticias que estremecen y cuestionan, procedentes tanto de dentro como de fuera de la Iglesia, los sacerdotes corremos el riesgo de olvidar algo que es más importante que cualquier otra cosa: hablar de Dios. Nos podemos pasar la vida denunciando, y razones y motivos tenemos de sobra, pero a cambio dejamos de anunciar. La denuncia sofoca el anuncio. Se nos olvida que lo que la gente necesita en primer lugar es el anuncio, y además un anuncio concreto: el del maravilloso mensaje del amor de Dios manifestado en Cristo, lo que llamamos en teología el «kerygma».

Hace ya muchos años, en pleno apogeo del extraordinario pontificado de San Juan Pablo II, ya advertí que tan parcial podía ser una predicación dedicada a denunciar las injusticias sociales, como otra dedicada a denunciar las política anti familia y anti vida; cuando nos concentramos en las denuncias, dejamos de lado el anuncio. Eso no significa que no haya que denunciar, sino que no podemos dedicarnos exclusiva o principalmente a ello, sobre todo a costa de no predicar a propios y extraños la buena noticia del Evangelio. La llamada «Iglesia profética» se caracterizó, en un principio, por las denuncias sociales y llegó incluso a justificar el uso de la violencia; pero después fue sustituida por otro tipo de «Iglesia profética», que denunciaba las políticas abortistas , aunque sin caer en la aberración de defender la vida justificando la muerte. A ambas les faltaba el anuncio. Ya entonces recomendé que había que poner en práctica la práctica de los tercios (no los de Flandes): dos tercios de anuncio y uno de denuncia.

Todo esto me lo ha recordado la inteligente conferencia dictada por el cardenal Cañizares en la inauguración de la Universidad católica de Valencia. «Es urgente que hablemos públicamente de Dios», ha dicho. Lo cual es muy parecido a lo que decía no hace mucho el nuevo arzobispo de París, que constataba que el gran tabú de nuestra época, aquello de lo que no se puede hablar, es precisamente Dios. Dios existe, Dios te ama y te ama tanto que ha dado la vida por ti; hay vida eterna, hay esperanza, no estás solo. Volvamos a lo esencial y de ahí partamos de nuevo.

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