El Papa Francisco posa con un sombrero mexicano a bordo del avión que le llevará hasta la Habana, en Cuba, hoy
El Papa Francisco posa con un sombrero mexicano a bordo del avión que le llevará hasta la Habana, en Cuba, hoy - EFE

Un Papa «mexicano» y feliz

El vuelo del Pontífice a la Habana, donde tendrá lugar una reunión histórica con el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ha estado rodeado de anécdotas con los periodistas allí presentes

A bordo del avión papal Actualizado: Guardar
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Cuando se acerca a saludar a los periodistas al comienzo de cada viaje, el Papa suele estar esperanzado pero, al mismo tiempo, cargado de una sensación de incertidumbre. El pasado mes de noviembre, cuando salía hacia Kenia, Uganda y la República Centroafricana, estaba preocupado por la etapa en este último país, especialmente por la seguridad de los fieles en una zona de guerra.

El viernes, en cambio, Francisco estaba feliz ya en el viaje de ida hacia La Habana. El solo hecho de haber logrado un acuerdo con el Patriarca de Moscú para reunirse en Cuba era ya un paso de gigante.

El Papa agradeció que, unos días antes, la decana de los vaticanistas, Valentina Alazraki, le hubiera regalado una colección de películas de Cantinflas para ambientarle en vísperas del viaje a México.

Era un aperitivo de buen humor.

La corresponsal de Televisa volvió a sorprenderle ofreciéndole, en ese momento, un gran sombrero mexicano que una familia había intentado entregar, sin éxito, al Papa durante su visita del año pasado a Cuba.

Francisco se lo puso inmediatamente, y sonreía encantado al convertirse en “mexicano” en una fracción de segundo para delicia de quienes le veían.

Después, al saludar individualmente, como hace siempre, a cada periodista, se emocionó más de una vez. Una corresponsal italiana y otra argentina le entregaron sendas rosas blancas, un símbolo de favores de santa Teresa de Lisieux.

Pero el regalo más inesperado fue el de un periodista mexicano que trabaja en Los Ángeles para un canal televisivo panamericano. Nació en Tijuana y, de niño, trabajó como limpiabotas para ayudar a mantener a la familia.

Le pidió a Francisco que le dejase darle brillo a los zapatos con un cepillo y un paño que traía especialmente para eso. El Papa se lo consintió, se lo agradeció y se llevó el cepillo y la bayeta como el regalo más inesperado y más emotivo de este vuelo. El periodista, a su vez, estaba infinitamente más feliz.

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