Salomé (izqda.), Rosa Mari y Guadalupe son internas de Picassent
Salomé (izqda.), Rosa Mari y Guadalupe son internas de Picassent - ABC

«Pocas veces los presos tienen la oportunidad de salir de la cárcel para ir a una misa con el Papa»

Alrededor de 25 reclusos españoles peregrinaron este fin de semana a Roma, junto a su familia y los capellanes de prisión con motivo del Jubileo de la Misericordia

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Guadalupe baila y taconea «de pura alegría» en plena calle, en Roma, a unos metros del Vaticano. No se puede creer lo que está viviendo. «Esto nos hacía falta», explica emocionada. Ella es una de los 25 presos españoles que han peregrinado hasta la Ciudad Eterna con motivo del Jubileo de las personas encarceladas.

Rosa María y Salomé también son reclusas de Picassent como ella. Caminan las tres muy juntas e insisten: «Estamos aquí en representación de todos los presos que no han podido venir». Rosa María piensa en su cuñada y en su hermano, también en prisión. Guadalupe en el suyo. Para Salomé este viaje es un sueño. Explica que la están haciendo sentir «muy importante» y, como si se sorprendiera por sus propias palabras, apostilla: «Me estoy dando cuenta de que soy buena persona y no lo sabía hasta ahora».

Los voluntarios las escuchan con una sonrisa en los labios y se emocionan. Son muchos sinsabores compartidos entre rejas y verlas atravesar la amplísima Via della Conciliazione es una estampa inimaginable hace unos meses. «Estos son los preferidos de Jesús», asegura sin lugar a dudas Mariano, el capellán de Picassent, mientras caminan hacia la Indulgencia Plenaria.

Con tesón y mucha paciencia, Mariano y otros 10 capellanes de prisiones españolas han logrado traer hasta Roma a estos 25 internos para atravesar la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y asistir a la misa presidida por el Papa Francisco. «Los últimos 4 meses han sido muy intensos. Ha habido mucha negociación y mucho diálogo, pero ha valido la pena», indica el padre Florencio Roselló, director del departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española.

Rubén Orihuela está preso en Valdemoro
Rubén Orihuela está preso en Valdemoro - ABC

Los 25 tuvieron que pasar una serie de filtros y la aprobación tanto de la propia prisión como de instituciones penitenciarias y de los jueces de vigilancia. Parecía que todo se ponía en contra para que Rubén pudiera ganar este Jubileo, pero al final, el tercer grado le ha llegado justo a tiempo facilitando el camino hasta Roma. «Esto pocas veces pasará en la vida, que un preso pueda salir a un viaje así, para una misa con el Papa… Es un regalo que en el contexto de nuestra vida… Que el Papa haya tenido esta iniciativa es muy buen mensaje para la sociedad».

Rubén no solo era un candidato apto por ser un preso de confianza, a sus 37 años ha descubierto la fe en la prisión de Valdemoro con lo que disfrutar de esta oportunidad tenía otro aliciente: «Si he tenido que entrar en la cárcel para descubrir el amor de Dios, no me arrepiento. Es un sitio duro pero el día a día con fe se hace más llevadero, no te sientes preso». Le quedan 7 meses en la cárcel y es muy consciente de que debía cumplir condena por lo que hizo, pero a la vez, reivindica su segunda oportunidad: «Me merecía pasar por la cárcel, pero también es justo que salga y que pueda rehacer mi vida porque he pagado el castigo. Creo que tengo derecho a seguir viviendo».

«Este día no es una anécdota»

Pablo Morata parafrasea al Papa Francisco para explicar qué significa este Jubileo y este viaje de los presos a Roma: «Ninguna celda está lo suficientemente cerrada como para que no pueda entrar en ella el amor de Dios». Él es quien ha llevado a Rubén hasta Roma y hasta la fe. «Este día no es una anécdota. Esto no es folclore. Entrar por esta Puerta Santa de la Misericordia es justo lo contrario a entrar por la puerta de la cárcel», afirma con la experiencia de dos décadas acompañando a personas en las prisiones. Por eso mismo también sabe que la segunda oportunidad que reclama Rubén depende mucho de otras puertas, las que encuentre más allá de la prisión. «Desean la libertad y cuando la tienen físicamente se encuentran con otros cerrojos y con otras prisiones. Para ellos, la Iglesia intenta siempre dar una respuesta».

En la casa de acogida de Casarrubios, en Madrid, saben responder. Tienen expresos que viven de forma permanente y durante los fines de semana a quienes salen de permiso. Desde hace 17 años este hogar está financiado con mucho esfuerzo por la Diócesis de Getafe con ayuda de Cáritas y por los propios voluntarios como Alfonso, quien denuncia la falta de oportunidades para quien ha saldado su deuda: «En la sociedad nos cuesta aceptar a los presos». Este padre de cuatro hijos explica que pasa todo el tiempo que pueda ayudando a quienes quieren retomar su vida antes del corte en seco que supone la cárcel porque como asegura, «los hay que cuando salen ni conocen ni el euro o no saben lo que son los medios digitales».

Porque algunos pasan mucho tiempo dentro. Y con ellos, sus familias y más que nadie, las madres. Emma lo sabe desde hace más de 25 años, los que lleva entrando y saliendo su hijo de prisión. Ella ha querido cruzar la Puerta Santa por él y por todas las madres que sufren «esta angustia y este dolor». «Mi hijo lleva desde los 17 en esta situación. Es una vida que no ha vivido. Y es muy duro, no por mí, sino por él. Me duele dejarle ahí», asegura con la voz entrecortada. Sin embargo, explica que la fe le permite llevarlo con mucha paz y que, para seguir así, le gustaría pedirle al Papa que rece por las madres como ella, para que no desesperen. «Mi hijo sabía que venía y estaba muy contento. También porque vengo con otros compañeros suyos de la prisión. Las personas encarceladas son muy sensibles. Tienen esa sensibilidad de quien lo está pasando mal», concluye.

Para algunos el calvario continúa. Para otros ya terminó. Mientras atraviesa la Puerta Santa Miguel se queda sin palabras, y eso que habla bastante. Este cordobés ya pasó por la cárcel y aunque asegura que está en paz con la justicia dice que «no estaba en paz con Dios todavía». «Ahora estoy eufórico», confiesa, «estando en la oscuridad he tenido a Cristo, en un “chabolo muy oscuro de la cárcel” he tenido a Cristo. Hoy soy un privilegiado», afirma conmovido. Igual que Antonio, otro preso rehabilitado, que frente al rechazo en la sociedad que sigue sufriendo, dice sentirse como en casa dentro de la basílica de San Pedro. Por eso, asegura con una sonrisa de oreja a oreja: «Tanto el Papa como “El de arriba” hoy me están acogiendo».

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