El Papa Francisco: «La guerra siempre acaba en el reino del terror y de la muerte»

El Pontífice ha presidido la misa por la conmemoración de los Fieles Difuntos en el cementerio de los caídos durante la II Guerra Mundial

El papa Francisco coloca rosas blancas en las fosas Ardeatinas, donde fueron fusiladas más de 300 personas en la II Guerra Mundial EFE

ÁNGELES CONDE

Con gran sobriedad, en el más absoluto silencio y de forma pausada, el Santo Padre colocó una a una varias rosas blancas en las lápidas de algunos de los soldados enterrados en el cementerio italiano de Nettuno. Unas tumbas tenían forma de cruz, otras de estrellas de David. El Pontífice paseó entre ellas recogido en una profunda oración. Además de dejar con cuidado una flor, Francisco también tocó algunas de estas lápidas como queriendo rememorar la atrocidad que representa este camposanto en el que reposan 7.861 almas. Este año el Papa Francisco ha elegido este cementerio estadounidense de la provincia de Roma para celebrar la conmemoración de los Fieles Difuntos . Muchos de los enterrados aquí son soldados estadounidenses que perecieron en las costas italianas en 1943 cuando los aliados desembarcaron en Sicilia, Salerno y Roma para liberar Italia de la ocupación nazi.

El Papa presidió la misa al aire libre bajo un cálido sol de otoño y pronunció su homilía sin ayudarse de ninguna nota escrita. El Santo Padre habló del dolor que provocan las guerras y del grito que los hombres, mujeres y niños que las padecen elevan a Dios: «Y en ese momento de dolor, de llaga, de sufrimiento nos hace mirar el cielo y decir, “creo que mi redentor está vivo pero para Señor". Esa es la oración que sale quizá de todos nosotros cuando vemos este cementerio. “Estoy seguro Señor que están contigo, estoy seguro”, -nos decimos esto-, pero por favor Señor para. Nunca más. Nunca más la guerra». Francisco evocó a uno de sus predecesores, el Papa de la paz, Benedicto XV, -en cuyo pontificado se desarrolló la Gran Guerra-, para recordar que las guerras siempre son una «masacre inútil». Tampoco aquel Pontífice (que llegó a escribir en 1917 una exhortación apostólica, «Dès le début», dirigida los jefes de estado en la que detallaba cómo llegar a un armisticio) fue escuchado en sus advertencias sobre el mal que estaba por llegar.

El Papa Francisco invitó a todos los asistentes a la ceremonia a rezar por todos los difuntos pero en especial, «por estos chicos», refiriéndose a los soldados enterrados en ese camposanto. Con profundo pesar, tal y como sucedió en el rezo del Ángelus de este miércoles, lamentó con tono serio que el mundo esté en una espiral de violencia que parece que va a conducir «a una guerra mayor».

«Con la guerra se pierde todo», concluyó el Pontífice quien además recordó la historia de una anciana que vivió la tragedia de Hirosima: «Esta anciana decía, “los hombres hacen de todo para declarar y hacer una guerra pero, al final, se destruyen a sí mismos”». Francisco pidió no olvidar las lágrimas de mujeres como esta, de madres y de esposas que reciben «el orgullo» de haber entregado a sus hijos o maridos para la guerra. «Son lágrimas que hoy la Humanidad no debe olvidar . Este orgullo de esta Humanidad que no ha aprendido la lección y que parece que no quiere aprenderla». Francisco también cuestionó que en el origen de las guerras se esconda algún noble motivo. Ninguna trae «una primavera» sino que lo que traen es «un invierno cruel» que siempre acaba en «el reino del terror y de la muerte». « El fruto de la guerra es la muerte », sentenció antes de marcharse a la segunda etapa de sus compromisos de este jueves.

El Papa se trasladó posteriormente a las Fosas Ardeatinas , una antigua mina testigo de otra matanza atroz. 335 personas fueron masacradas por el ejército nazi como represalia a un ataque de los partisanos en el que perecieron 31 soldados del Reich. Hitler personalmente ordenó que por cada soldado asesinado fueran ejecutados 10 italianos. Fueron asesinados 68 militares y 255 civiles. De ellos, 73 eran judíos.

En su interior, Francisco rezó en silencio en el punto exacto de las ejecuciones donde los nazis llevaron de 5 en 5 a sus víctimas y las ajusticiaron con un tiro en la nuca. El Papa, profundamente conmovido, se dirigió después al lugar donde reposan los cuerpos, una enorme sala con 335 lápidas donde 12 de ellas no tienen nombre pues son 12 víctimas a las que nunca se pudo reconocer. Ante estas sepulturas Francisco imploró por que la memoria de estos caídos «por la libertad y la justicia» haga a todos los seres humanos despojarse de la «indiferencia y del egoísmo». Acompañado por representantes de la comunidad judía de Roma y algunos miembros del ejército, el Papa recorrió el interior de estas grutas para, antes de marcharse, dejar sus impresiones en el libro de honor donde escribió: «Estos son los frutos de la guerra: odio, muerte, venganza... Perdónanos Señor».

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