Las otras vidas partidas por la carretera: «No hay nada más duro que informar a la familia de un accidentado»

Facultativos y expertos reclaman más ayudas económicas y asistencia al entorno de quienes sufren un siniestro en la carretera

Lesionados medulares, en plena sesión de rehabilitación de la Unidad del Hospital Chuac de La Coruña. El primer semestre tras el accidente es decisivo para el paciente y su recuperación IAGO LÓPEZ
Érika Montañés

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IAGO LÓPEZ

«A un paciente no le mientes, pero no le cuentas toda la verdad»

Antonio Rodríguez Sotillo es jefe de la unidad de Lesionados Medulares del Complejo Hospitalario coruñés (Chuac). Pocos facultativos como él hablan tan claro: «La parte más dura de mi profesión es informar a las familias. En ese momento concibo mi lengua como si fuera una metralleta. Aunque lo hagas con todo el valor y paciencia del mundo, tus palabras nunca son suaves. Quieres ser piadoso, pero es complicado. No quieres hacer daño ni puedes faltar a la verdad del diagnóstico. Al paciente no le mientes, pero no le cuentas toda la verdad . En cambio, tienes que ser más realista y contundente con la familia».

Asegura el doctor con toda franqueza que tres días después de un accidente, ya saben cómo va a quedar el paciente en seis meses. «Si una lesión medular es completa, el 95% de sus posibilidades es que se quede completa. Pero eso no se puede decir así», apremia. De ahí que en un centro francés de la Orden de San Juan de Dios acuñasen la frase de que el facultativo «tiene que poner el corazón en sus manos» al hablar con el paciente. «La palabra de un médico puede ser muy cruel y hundir en la desesperación a cualquiera», asume Rodríguez Sotillo.

«La palabra de un médico puede ser muy cruel y hundir en la desesperación a cualquiera», asume el jefe de la Unidad de Lesionados del Chuac coruñés

«La palabra de un médico puede ser muy cruel y hundir en la desesperación a cualquiera», asume el jefe de la Unidad de Lesionados del Chuac coruñés

Las frías cifras de la Dirección General de Tráfico indican que, en 2016, los costes económicos asociados al tratamiento de víctimas de accidentes de tráfico ascendieron a 5.552 millones de euros. El último dato disponible, de 2015, de los dados de alta en hospitales públicos y privados fue de 20.542 personas con lesiones ocasionadas por siniestros en el asfalto, presentando cada uno de estos ingresados 2,5 lesiones de media. Según fuentes sanitarias, por cada fallecido, durante 2015 se registraron once heridos hospitalizados y 263 no hospitalizados.

Para todas sus familias, desde las asociaciones de víctimas como DIA han desarrollado una guía dentro de un programa de comunicación para dar la mala noticia de que un pariente ha resultado lesionado, amputado, o fallecido. Tienen palabras prohibidas, como «pérdida» o «muerte», comenta Elena Fernández Cuadrado , responsable del departamento de Atención a las Víctimas en DIA . «No es lo mismo –discierne– hacerlo de manera correcta o brusca. Que una familia se entere por la prensa o con alguien cogiéndole de su mano». Una regla de oro es que el familiar esté sentado y sienta cercanía.

Da cuenta de ello María José Jiménez , cuyo hijo Iván murió atropellado en 2016 y que recuerda cada día esa primera llamada. «Yo estaba en Barcelona. Te telefonean y no sabes si te engañan al decirte que tu hijo sigue con vida». Iván fue arrollado un 4 de diciembre y murió por las lesiones cerebrales el día 20.

Las grandes olvidadas

Tanto Rodríguez Sotillo como Fernández Cuadrado reposan su lectura en esas familias, las grandes «olvidadas» en el proceso de integración que debe comenzar tras un siniestro vial. Son las «víctimas indirectas» sobre las que el accidente va a tener repercusión, tanto en su esquema vital, como en el perjuicio patrimonial (adaptación de vehículos, hogares...) y el daño moral que les viene encima, dice la abogada Fernández Cuadrado. «España no está trabajando bien con ellas», coligen ambos expertos.

Mientras asiste a una sesión de rehabilitación, el doctor del Chuac lamenta la falta de medios en los servicios sanitarios dedicados a las otras víctimas colaterales. «No tenemos un profesional específico para atender con la asistencia debida a la familia. Solo nos ocupamos de los accidentados».

María José Jiménez habla de la muerte de su hijo Iván para ABC BELÉN DÍAZ

Pasado el duro trago de la primera comunicación , llega el desconcierto y la desorientación en la que entran las familias por cuestiones como «el papeleo de las indemnizaciones, los seguros, etc., que deben compaginar con la terapia acorde al impacto traumático a que se han visto sometidos. Y en caso de pérdida hablamos de un estado de absoluta depresión», apunta Fernández Cuadrado, que añade: «Un padre ve cómo su hijo cambia de rol. Cambia su calidad de vida, le debe ayudar en las tareas más precarias, aumentan los gastos...». Una frase muy escuchada en DIA es « yo ya no pienso en el dinero,ni en nada, solo quiero encontrarme mejor o que mi hijo se encuentre mejor». Y, mientras, la burocracia no ayuda.

«Una lesión medular cambia para siempre la evolución de una familia – asiente el doctor Rodríguez Sotillo–. Y la medicina se está olvidando del manejo de la familia y de mitigar su dolor emocional. Este país sigue teniendo una gran asignatura pendiente».

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María José Jiménez mostró su dolor en una entrevista concedida a ABC BELÉN DÍAZ

María José Jiménez Cebrián perdió a su hijo Iván en 2016

El relato de María José Jiménez Cebrián es un sollozo incesante. «Dolor indescriptible, entendible» solo por quienes hayan perdido a un hijo, relata durante una larguísima entrevista concedida a ABC. Es por ello por lo que forma parte de la asociación Stop Accidentes. Pero el suyo es un punzón letal porque no comprende por qué un joven conducía a 150 km/h por La Castellana, bebido, drogado, en un coche robado que acabó encajado en el garaje de Las Cortes con una vida en su capó. Iván tenía 15 años. « No es un accidentado, es un asesinado », corrige su madre, que «solo» sobrevive para abanderar una causa: prisión permanente revisable para homicidios de violencia vial que se producen por un comportamiento criminal al volante. El conductor tiene una ficha policial con 34 folios de antecedentes.

«Solo siento odio. Se llevó por delante muchas vidas, las de sus cuatro abuelos, mi exmarido, la mía...». La evolución anímica de estas víctimas secundarias es una montaña rusa de tristeza. «Acudo a psicólogos, soy médico, pero no estoy depresiva, estoy de duelo», completa María José.

Hace gala de fortaleza, aunque piensa en reunirse con Iván cada día. Es el niño quien despeja esa idea de su mente, mientras ella repasa cómo se ha ido dando de bruces entre el shock, la agonía, la recriminación, la psicotización, la rabia y el realismo.

María José sonríe al mostrar la última foto de Iván. Dos horas antes de que se apartase unos metros de la marquesina donde esperaba un autobús. Fue junto al personaje televisivo de «El Hombre de Negro». Iván estaba pletórico. Sus profundos ojos oscuros brillaban de felicidad.

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«Toda la vida en moto y se aceleró... una tontería», dice Miguel Ángel, junto a sus tres hermanos Pilar, Javier y María Jesús ANA PÉREZ HERRERA

Miguel Ángel Serrano, lesionado desde octubre por un accidente de moto

Motero de toda la vida, a los 61 años, Miguel Ángel Serrano tuvo un infortunio en Triora , en los Alpes italianos. «Se aceleró la moto y acabamos en un barranco. Haces miles de kilómetros y luego... una tontería», cuenta, ingresado desde hace cuatro meses en el Hospital de Parapléjicos de Toledo , donde prosigue su rehabilitación. Un instante cambia un destino. «Desperté y exclamé: “No me toquéis que tengo la espalda rota”». Era el pasado 13 de septiembre. «Hacía tres días que había muerto mi amigo Tirso, que llevaba 35 años en silla de ruedas. Me lo tomé como algo inevitable», asevera.

Viudo desde 2008, su accidente parece no haber trastocado tantas vidas como las de los jóvenes que le acompañan encamados en el hospital de referencia para lesionados medulares. «A muchos los abandonan sus parejas», se duele. Sus hermanos Pilar, María Jesús y Javier podrían opinar lo contrario, turnándose para estar con él varias veces a la semana. Ese periplo solo ellos lo saben.

La familia de Miguel Ángel recorre con él las instalaciones del Hospital de Parapléjicos de Toledo ANA PÉREZ HERRERA

Pilar ha comprado una casa adaptada para su «regreso» a Madrid. Miguel Ángel se siente acompañado. Y le arropa su envidiable sentido del humor. «Lo asimilé desde el primer momento, pero es duro reaprender hasta a ducharte. Estoy en el proceso de ser autónomo y seré independiente cuando salga», se esperanza.

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María Paz lleva en la silla de ruedas más tiempo del que caminó F. DE LAS HERAS

María Paz González Gallego, parapléjica desde 1995

A Coca, a 62 kilómetros de Valladolid, tuvo que mudarse María Paz González Gallego después de sufrir un accidente de tráfico cuando no había alcanzado siquiera la mayoría de edad. Su hermano, que murió hace tres años de leucemia, era el conductor de aquel utilitario que a 60 km/h se le fue de las manos y acabó empotrado contra un muro fuera de la vía. Ella viajaba sin cinturón de seguridad, acabó con paraplejía y la cara quemada bajo un chorro de gasolina; y su hermano mayor no se perdonó haberla anclado, se culpaba, a una silla de ruedas.

Resultaría tópico decir que la vida de María quedó truncada ese 12 de mayo de 1995, pero ella, coqueta, modelo, amante de los caballos, lo resume en que saltó de la pasarela a la silla con su lesión medular. «Sigo con pesadillas, reviviendo el accidente a diario», afirma.

«Estuve dos meses en coma por ruptura de tórax. Lo peor fue para mis padres: tenían a una hija postrada y a un hijo que no superaba haberlo causado ». Accidentados como María Paz se rompen al hablar de las secuelas para sus familias antes que de las propias. Tras el siniestro, empieza la brega diaria, por la adaptación, por la accesibilidad. Esta pucelana recuerda: «Me fui de casa de mis padres, donde dependía del vecino para que me pudiesen subir o no. Me trasladé a la casa que sí se podía adaptar en Coca. Aquí se obró el patio, se diseñaron rampas y accesos, un baño y cocina específicos en la planta de abajo... Echo de menos subir un bordillo».

María Paz, en una de las clases de educación vial que imparte en Valladolid F. DE LAS HERAS

«Un accidente hunde a una familia, a mis padres les destrozó la vida. Mi madre sufría cáncer de pecho y me cogía; mi padre, profesional del volante, se levantaba cada tres horas para darme vueltas y movilizarme...». La familia es el perpetuo soporte ; en cambio, a María Paz, varias amistades la abandonaron para «no soportarle “empujando la sillita”, decían». Su hijo ha sufrido «acoso escolar por ser la madre de una parapléjica», sentencia. El pequeño, de 12 años, lleva mal que la gente aparque en zonas de movilidad reducida. «Son para su mamá».

Para ella, ¿qué ha sido lo peor? Sensaciones, como la de su padre desmayado sin poder auxiliarle; o impedida a ver moribundo a su hermano, por la silla. «Llevo más de 22 años en ella, más tiempo del que caminé. Pero el infierno dura años». Resulta curioso que fuese su mismo hermano quien le diese el amarre a la vida: las riendas de los animales que tanto adora han convertido a María Paz en la única parapléjica que compite en doma vaquera y clásica en Europa. « Él me sacó del hoyo », afirma. Su garra no se detiene ahí. En la actualidad, colabora con la Asociación de Lesionados Medulares ( Aesleme ) e imparte clases de educación vial en colegios, institutos, universidades y autoescuelas. Para concienciar, reafirma.

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