En el Hospital de Bellvitge se trata el trastorno de la ludopatía
En el Hospital de Bellvitge se trata el trastorno de la ludopatía - INÉS BAUCELLS

La voz de la ludopatía: «Me duele recordar que olvidé a mi familia por la ruleta»

Emilio I., barcelonés y padre de tres hijos, recurrió a la ruleta para reflotar la economía doméstica, pero acabó enredado en los tentáculos del juego

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Cuando su mujer le descubrió jugando, Emilio I. sintió pavor pero también un gran alivio porque, según dice, pudo «desprenderse de la pesada mochila» que llevaba cargando a sus espaldas desde hacía un año. Tras doce meses de engaños y de jugar a escondidas de su familia, este barcelonés de 53 años y con tres hijos no tuvo más remedio que afrontar su adicción.

«Llevaba un año jugando a la ruleta on line, aprovechaba todas las horas que estaba solo en casa para dar rienda suelta a mi obsesión. No sabía si tenía mujer e hijos, solo pensaba en el juego», confiesa en una entrevista concedida a este diario. Su testimonio es el de un enfermo que ignoraba su condición y que pudo afrontar su patología gracias a la fortaleza de su mujer y a la ayuda de dos asociaciones de afectados que les ampararon en el duro proceso de recuperación.

Después de dos años de reuniones, una crisis conyugal de por medio, que les llevó a vivir varios meses separados, y «fuerza de voluntad, mucha fuerza de voluntad», Emilio y su mujer María S. avanzan de la mano en la nueva vida que les depara desde este alto en el camino. «He sido jugador toda la vida, aunque no lo sabía», dice Emilio. Todos estos meses de terapia le han servido, según reconoce, para cambiar algunas partes de su personalidad que no le gustaban y a las que atribuye su caída en la adicción. «Siempre he sido una persona a la que le cuesta afrontar los problemas; ahora sí lo hago», dice satisfecho.

Siete horas jugando sin parar

Su profesión, la informática, no le ayudó, ya que estaba continuamente en contacto con el mundo on line. El hecho de que la ejerciera desde casa tampoco. «Empezaba a jugar a las siete de la mañana y podía estar enganchado a la ruleta hasta siete horas sin parar», dice Emilio. Solo hacía un paréntesis para preparar la comida a sus hijos, aunque cada vez dedicaba menos tiempo a este quehacer.

«Me daba cuenta de que llegaban mis hijos y no había preparado nada. Solo quería que se marcharan y volvieran a dejarme solo», confiesa a este diario. Asegura que las razones que le arrojaron al abrazo envenenado del juego fueron varias, la económica entre ellas. «Las circunstancias económicas no eran tan buenas como siempre y empecé a jugar a la ruleta porque estaba convencido de que podía ganar y aportar más solidez económica a mi familia». A diferencia de la mayoría de los jugadores no fantaseaba con un premio multimillonario que le permitiera llevar una vida de excesos.

300 euros menos cada día

Su meta era, según explica, «conseguir unos 300 euros al día para ir haciendo caja». La misma cantidad que fue lastrando de su cuenta diariamente, hasta dejar un descubierto de 3.000 euros . Emilio hizo auténticos encajes de bolillos para que su mujer no descubriera que había arrasado con la cuenta común familiar. «Le explicaba de todo hasta que empezó a sospechar que algo pasaba por qué no llegaban cartas del banco», recuerda Emilio.

Esa fue, dice María, que le acompaña en la entrevista sin perder detalle del testimonio de su marido, la primera señal que «me hizo sospechar que algo no iba bien». Sí había notado, «y mucho» -según apostilla-, un giro en el caracter de Emilio.

«Se enfadaba por todo. Estaba muy irascible. No se le podía decir nada», explica. Gracias al azar, que hizo que un día de enero le enganchara con el ratón clickando en la ruleta, la adicción de Emilio pudo contenerse a tiempo. «Todavía estoy pagando el descubierto que dejó en la cuenta aunque el impacto económico de su enfermedad no ha sido lo más grave, lo peor ha sido el daño emocional y psicológico», afirma su mujer. Aún siente un latigazo interior cuando recuerda lo que sintió en los segundos siguientes a descubrir a su marido jugando.

«Odio, mucho odio, sentí odio porque me lo tomé como algo personal, no entendí que era una enfermedad. Solo ví que me había estado engañando y que yo había estado trabajando para tirar la familia hacia adelante y él se había pasado los días jugando a la ruleta», explica María.

«Me cayó el mundo encima»

Ahora entiende que hizo bien reclamando ayuda. «Me cayó el mundo encima.No sabía como afrontar la situación», apunta en declaraciones a este diario. Por suerte, para ella y para Emilio, no tardó en reaccionar y pidió a la asociación de apoyo a familiares de afectados por ludopatías «Gam-Anon» que le ayudara a afrontar la situación.

Se trata de una entidad sin ánimo de lucro que tiene como único objetivo apoyar a todas aquellas personas «cuya vida se ha visto afectada por un jugador compulsivo», explican portavoces de la asociación.

A María le resulta aún doloroso recordar qué pasó aquel enero de 2013 y cómo cambió su vida y la de su familia, aunque, según reconoce, ya ha aprendido a vivir con ello.

«Antes de descubrirlo fueron unos meses muy intensos. Estaba desconectado de todo. No tenía interés por nada. Estaba aislado en un mundo en el que yo no estaba», afirma. Recuerda que cómo empezó a «notar cosas raras».

«Estaba muy irritable y no me llegaban cartas del banco.Después me enteré de que había un descubierto», dice la mujer de Emilio. En un principio, pensó que su marido les preparaba una sorpresa para la vuelta de las vacaciones y que había dado la entrada para la compra de un coche.

Pasó el verano y no hubo coche, ni tampoco explicaciones. «Supe que algo le pasaba. Al encontrarlo jugando, lo entendí todo», apunta. «Luego vino el bloqueo emocional y la negatividad absoluta», «Todo mi mundo se había hundido», afirma María .

Afortunadamente, según apunta, supo reaccionar a tiempo. «Necesitaba salir de aquella situación, de aquella negatividad absoluta, de aquel odio hacia mi marido, y supe que sola no lo conseguiría». Acudió a la asociación Gam-Anon, de ayuda a afectados por ludopatías, y allí, según explica, le hicieron entender que lo que le pasaba a Emilio es que estaba enfermo.

«Decidí seguir con él»

«Me ayudaron a comprender que lo de Emilio era una patología crónica, que debía controlarla sin mi ayuda y que yo debía decidir si quería o no seguir con él y sus circunstancias», dice. Recuerda, ya en la distancia, cómo le ayudó ver a gente que pasaba por «el mismo infierno». «Ves que no estás sola en eso y te reconforta», asevera. Finalmente, y después de unos meses de distancia, María se decidió a seguir con él y sus nuevas circunstancias.

Viendo el ejemplo de su mujer, Emilio buscó también ayuda en Jugadores Anónimos. «Al llegar a la primera reunión me sentí arropado. Vi que había gente que estaba peor y que habían casos más graves que el mio. Eso me ayudó a relativizarlo todo», afirma Emilio.

Antes de ir a la asociación, acudió a un psiquiatra, aunque, según dice, «no me ayudó nada». «En la asociación me ayudaron a comprender que no era un monstruo, ni una mala persona, solo estaba enfermo», dice Emilio. Ahora, después de dos años de terapia intenta recomponer su vida junto a su mujer e hijos.

«Sé que no será fácil pero pondré todo lo que está en mis manos. No soy responsable de mi enfermedad pero sí de mi recuperación», concluye.

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