El Papa Francisco reza con representantes de líderes religiosos de todas las confesiones
El Papa Francisco reza con representantes de líderes religiosos de todas las confesiones - AFP
Encuentro mundial en Asís (Italia)

Los líderes religiosos declaran que «la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma»

Desde Asís piden a los estadistas «acabar con los motivos: el ansia de poder y de dinero, la codicia del comercio, los intereses partidistas…»

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La cuarta plegaria conjunta de los líderes de las grandes religiones mundiales ha sido la más contundente. Convocados el martes en Asís por el Papa Francisco, dos centenares de representantes del cristianismo, el Islam, el judaísmo, el budismo, el hinduismo, el zoroastrismo, etc… han firmado un vigoroso llamamiento conjunto por la paz.

En el documento declaran solemnemente que «la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma. Con total convicción, reafirmamos por tanto que la violencia y el terrorismo se oponen al verdadero espíritu religioso».

Esto significa la desautorización religiosa de los crímenes del Estado Islámico, un grupo político-criminal financiado sobre todo por donantes de Arabia Saudí y Qatar que utiliza falsamente la bandera religiosa para provocar un conflicto interno entre sunníes y chiíes y otro externo contra los cristianos.

El Llamamiento de Asís es, lógicamente, un documento religioso, y lo más llamativo del texto es la confluencia de puntos de vista entre creencias tan distintas arraigadas en culturas tan antiguas y tan variadas a lo largo de todo el planeta.

Aunque rezaron en grupos separados, cada uno según sus propias normas, los líderes religiosos declararon unánimemente en la plaza de la basílica de San Francisco que «la guerra empeora el mundo, dejando una herencia de dolor y odio. Con la guerra todos pierden, incluso los vencedores».

El Llamamiento relata que «hemos dirigido nuestra oración a Dios para que conceda la paz al mundo. La paz es el nombre de Dios. Quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra no sigue el camino de Dios».

No podían decirlo más claro. Los líderes de las religiones del mundo están de acuerdo en que su objetivo es la paz. Los fundamentalistas explotan vilmente el sentido de la religión de personas ingenuas igual que otros explotan el sentido de nación, siempre para ganancia política o económica propia.

Los líderes religiosos se ha dirigido a los estadistas en un todo muy directo: «Imploramos a los responsables de las naciones para que se acabe con los motivos que inducen a la guerra: el ansia de poder y de dinero, la codicia de quienes comercian con las armas, los intereses partidistas, las venganzas por el pasado...».

Y ahí está precisamente el nudo de la cuestión. Algunos estadistas, sobre todo de países totalitarios, explotan esos sentimientos, mientras que algunos líderes de países democráticos no se atreven a enfrentarse a los intereses de las grandes industrias del armamento o del petróleo, y les dan cobertura militar.

Desde su silla de ruedas, el anciano David Brodman, rabino de Israel y testigo del Holocausto, ha advertido con todas sus fuerzas que «quienes no conocen la historia están condenados a repetirla», y ha aplaudido el esfuerzo realizado a lo largo de treinta años por la Comunidad de San Egidio para difundir por el mundo el «espíritu de Asís», nacido del primer encuentro de plegaria interreligiosa por la paz, convocado por san Juan Pablo II en 1986.

Impresionaba también escuchar al profesor Din Syamsuddin, Presidente del Consejo de los Ulemas de Indonesia -el país musulmán más populoso del mundo, con gran diferencia- en su esfuerzo por dejar clarísimo que el Islam es una religión de paz y que ninguno de sus fieles debe promover o practicar la violencia.

El anciano Patriarca del Budismo Tendai de Japón, Koei Morikawa, ha insistido a su vez en la importancia de no generar odio y frenar a los que lo hagan antes de que el mal se extienda y cause daño a los inocentes. Igual que sus colegas musulmanes y judíos, el representante del budismo ha elogiado a la Comunidad de San Egidio por llevar por todo el mundo la bandera religiosa de la paz.

Por su parte, el Papa Francisco ha iniciado su discurso haciendo notar que «Dios nos exhorta a afrontar la gran enfermedad de nuestro tiempo: la indiferencia. Es un virus que paraliza, que vuelve inertes e insensibles, una enfermedad que ataca el centro mismo de la religiosidad, provocando un nuevo y triste paganismo: el paganismo de la indiferencia».

Era un concepto nuevo: igual que la violencia es antirreligiosa, aunque intente utilizar la religión como disfraz, la indiferencia es pagana, propia de personas sin verdadero sentido de espiritualidad o al menos de humanidad.

Dirigiéndose a los demás líderes religiosos, Francisco ha reconocido que «nosotros no tenemos armas, pero creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración».

Con alegría, el Papa pudo constatar que «nuestras tradiciones religiosas son diversas. Pero la diferencia no es para nosotros motivo de conflicto, de polémica o de frío desapego».

Refiriéndose a la plegaria recién terminada, Francisco hizo notar que «hoy no hemos orado los unos contra los otros, como por desgracia ha sucedido algunas veces en la historia. Por el contrario, sin sincretismos y sin relativismos, hemos rezado los unos con los otros, los unos por los otros».

En nombre de todos, el Papa ha resumido el sentimiento común: “Deseamos que los hombres y las mujeres de religiones diferentes, allá donde se encuentren, se reúnan y susciten concordia, especialmente donde hay conflictos”.

Deben esforzarse en hacerlo porque «nuestro futuro es el de vivir juntos. Por eso, estamos llamados a liberarnos de las pesadas cargas de la desconfianza, de los fundamentalismos y del odio».

Para ello, resulta decisivo «que los creyentes sean artesanos de paz invocando a Dios y trabajando por los hombres. Y nosotros, como responsables religiosos, estamos llamados a ser sólidos puentes de diálogo, mediadores creativos de paz».

Era un momento de gran emoción en un clima cargado de encanto por la belleza del lugar, los ropajes de los diferentes líderes religiosos, la dulzura de los rayos del sol de atardecer, la inocencia de los niños de varios países que recibieron simbólicamente el texto del Llamamiento por la Paz de manos de los líderes religiosos…

Al mismo tiempo, la ceremonia era muy cercana a la trágica realidad, sobre todo cuando una mujer siria, Tamar Mikalli, describió el clima de convivencia entre musulmanes y cristianos en Alepo antes de la guerra, y como esa buena vecindad se convirtió en un infierno bajo los bombardeos que mataban a las personas y destruían las casas, incluida la suya, obligándola a huir «dejando atrás todo» para poner a salvo a sus padres en Líbano.

Tamar se declaraba afortunada y agradecía, pues ahora vive como refugiada en Italia gracias a uno de los «corredores humanitarios», una de las actividades que dignifican a una Europa poco ejemplar en esta crisis humanitaria de 65 millones de refugiados, la cifra más alta de la historia.

Si en la plegaria se había mencionada cada uno de los nombres de los países en guerra –desde Afganistán hasta Yemen- o en serio conflicto interno –como Venezuela-, en la ceremonia final se mencionaban víctimas como «las de los atentados de Niza» al tiempo que se iban encendiendo velas conmemorativas. Era un momento de dolor, pero al mismo tiempo de gran esperanza. Al final, los líderes religiosos se despidieron con un abrazo de paz acompañado de unas notas muy alegres: el «Aleluya» de Haendel.

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