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Vídeo: El azúcar añadido, malo para el corazón (ABC) - SEBASTIÁN RADU

Los cardiólogos le declaran la guerra al azúcar

Ya lo hizo la Organización Mundial de la Salud. Ahora, los cardiólogos estadounidenses recomiendan que los niños no ingieran más de 25 gramos (seis cucharaditas de té) de azúcar al día

MADRID Actualizado: Guardar
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Su hijo no debería comer más de 25 gramos de azúcares añadidos al día. Es decir, el equivalente a seis cucharaditas de té o un poco menos de lo que contiene una lata de refresco (30 gr.). Lo dice la Asociación Americana de Cardiología en una recomendación publicada en su revista «Circulation». Y aclaran tener una evidencia científica «sólida» para hacerlo.

Los azúcares añadidos son todos aquellos presentes en alimentos o bebidas de forma artificial, es decir, en chocolates, caramelos, bollería, galletas, cereales azucarados, refrescos, y un largo etcétera, así como el azúcar de mesa. Queda excluido, por lo tanto, el azúcar que aporta el consumo de fruta o de leche, por ejemplo.

La presencia de estos apetecibles pero «peligrosos» alimentos con azúcar refinado en la dieta está vinculado al desarrollo del síndrome metabólico, es decir, un conjunto de factores de riesgo cardiovascular que pueden provocar obesidad, aumentar el perímetro abdominal, la presión arterial, la glucosa, los triglicéridos y bajar el colesterol «bueno».

La recomendación se dirige específicamente a los niños de 2 a 18 años. Es precisamente en la población joven, por lo menos en España, en la que el azúcar es el mayor responsable de la obesidad. «No es nada extraño que las recomendaciones se dirijan a la población joven. El síndrome metabólico está aumentando mucho en este sector, sobre todo en aquellos con niveles socioeconómicos bajos porque consumen más comida preparada y hacen menos ejercicio», asegura José Ramón González Juanetey, presidente de la Sociedad Española de Cardiología.

Los jóvenes vivirán menos

Pese al supuesto aumento de la concienciación respecto a la necesidad de tener hábitos saludables, como hacer ejercicio y comer de forma equilibrada, combinando frutas, legumbres y verduras, y sin excederse en la ingesta de calorías diarias, la realidad parece ser diferente y muy preocupante. «Estoy convencido de que si el perfil de riesgo en la población española sigue así, las generaciones que ahora están entre los 10 y los 20 años acabarán teniendo más enfermedades del corazón y vivirán menos que sus padres», sentencia González Juanetey.

El comunicado advierte de que la probabilidad de que los niños desarrollen enfermedades es proporcional al aumento de azúcar añadida ingerida. De hecho, los pequeños con sobrepeso que continúen tomando azúcares añadidos son proclives a desarrollar resistencia a la insulina, un primer paso para el desarrollo de la diabetes. El efecto de la presencia del azúcar en el cuerpo es global. Provoca una subida de insulina, una hormona que tiende a quemar el azúcar, pero que también facilita que se acumule el exceso en forma de grasa. Conforme se va aumentando de peso, se genera resistencia a la insulina. Y es esta resistencia el inicio de todas las enfermedades cardiovasculares.

Educar en sabores

La solución a estos problemas no es, desde luego, prescindir del azúcar ya que la necesitamos para vivir, y más siendo jóvenes. «El cerebro necesita unos 160 gramos diarios, pero la obtiene de otro tipo de alimentos, sobre todo de hidratos de carbono de absorción lenta como cereales, legumbres, patatas, arroz, pan, etc, así como frutas y verduras», explica Susana Moreneo, jefa de servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Gregorio Marañón y secretaria de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO).

En resumen, el problema del azúcar añadido es, precisamente, que es añadido. «Es un elemento superfluo de la dieta. Cuando se empieza a incorporar es por una cuestión más hedónica que otra cosa. El problema es que no se sustituyen, sino que siempre se suman», explica Moreneo.

A su juicio, una ingesta de 25 gramos de azúcar al día «es poco», en el sentido de que a los pequeños les costará prescindir de los dulces, pero coincide con la recomendación de los cardiólogos estadounidenses y recuerda que hay que «educar en sabores» para evitar la necesidad de ponerle azúcar a todo. «Hay personas que lo ponen incluso a la fruta o la leche. Si se empieza así desde pequeño, es difícil quitarla luego y, además, producirá una sobrealimentación».

Juanetey también aplaude la medida y señala que en España es un problema de primera magnitud y que, por lo tanto, «tendría que abordarse en los colegios, con educación para la salud obligatoria por los niños como motores de cambio para los padres». Los adultos tampoco se salvan de la ingesta reducida. En 2015, la Organización Mundial de la Salud recomendó que los adultos con un peso normal disminuyan la ingesta de azúcar al 5% de la ingesta calórica diaria, lo que equivale a una cucharada sopera al día.

Ante esto, en lo primero que se piensa no es en eliminar el dulce de nuestras vidas, sino en sustituirlo. ¿Los edulcorantes son una buena opción? Sí, pero no del todo. «Pueden afectar al metabolismo de los lípidos, pero no está del todo claro. En principio, si se quiere tomar refrescos es mejor que sean light y en el caso del café, la mejor opción es la sacarina», señala Juanetey. «Si el consumo de edulcorantes es excesivo, a veces se produce un efecto rebote y parece que el cuerpo quiere más dulce. Además, hay estudios que señalan que pueden atacar a la flora intestinal, pero se han hecho en animales, no en humanos», añade Moreneo.

Efectos en la salud dental

Otro problema con el azúcar, no menor, es que puede ser un problema también para la salud bucodental dando lugar al desarrollo de enfermedades cardiovasculares. «Toda la enfermedad metabólica, en el fondo, es un trastorno inflamatorio. Procesos parelelos como una infección de la boca por ingesta de azúcar pueden aumentar la inflamación y favorecer así la resistencia a la insulina. Además, las personas con problemas en las encías como la periodontitis tienen más enfermedades cardiovasculares», concluye Moreneo.

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