El deporte, aliado en la prevención y el tratamiento del cáncer de mama

La práctica de ejercicio más que una recomendación debería ser un mantra

Madrid Actualizado: Guardar
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Practicar ejercicio físico es beneficioso para todo. Lo dicen los estudios, los profesionales de todos los ámbitos, aparece en todo lo que leemos, y hasta en las cajas de cereales. No es nada nuevo que para vivir más y mejor tenemos que movernos. Pero lo complicado es decírselo a una persona que está en medio de un tratamiento como la quimioterapia, que le deja sin energía. ¿Cómo introducir aquí la idea de que, cuanto más ejercicio practiquemos, menos sufriremos los efectos secundarios y mejor nos encontraremos?

Los expertos llevan años analizando estos beneficios en enfermedades como el cáncer de mama, y no hay duda: la práctica de ejercicio aeróbico y de fuerza moderadamente intenso reduce la fatiga, las náuseas y el dolor que las pacientes experimentan.

Y en cuanto a la prevención, es un elemento clave. Investigadores punteros como los del Grupo Español de Investigación del Cáncer de Mama ( GEICAM) han apostado por esta vía, lo que ha hecho posible desarrollar proyectos como EFiK, que analiza la relación entre ejercicio físico y cáncer de mama. «El proyecto EFiK del Grupo GEICAM de Investigación en Cáncer de Mama analiza, en parte, el impacto del ejercicio en la prevención de los efectos secundarios, trabajando con las pacientes durante la quimioterapia. Este proyecto, centrado también en conocer el efecto del ejercicio a nivel tumoral, es uno de los más innovadores realizado en nuestro país y en Europa», señala Soraya Casla, coordinadora de Programas de Ejercicio en Oncología de GEICAM.

«Además, es el primer grupo de investigación oncológica que ha apostado por este ámbito de investigación, desarrollando en estos momentos varios proyectos sobre el impacto de los hábitos de vida en los pacientes, como el EpiGEICAM, que demostró que la dieta mediterránea puede reducir el riesgo de tener cáncer de mama hasta en un 30%», añade.

Soraya Casla es una apasionada del tema. Dirigió su doctorado hacia este nuevo campo porque solo la hipótesis de que el deporte tuviese un importante impacto en la prevención y la salud de los pacientes le resultaba muy atractivo. «Me parecía increíble que con el ejercicio pudiésemos ayudar a tratar una enfermedad como el cáncer y eso me motivó mucho». Ahora dirige y coordina los programas de ejercicio, y comprueba a diario y en primera persona la mejoría en las pacientes. «Los beneficios más importantes del ejercicio en las pacientes que han tenido cáncer se centran en la prevención y reducción de diferentes efectos secundarios de los tratamientos que, por un lado afectan a su calidad de vida y, por otro, afectan a su salud a largo plazo. Los principales efectos secundarios que el ejercicio reduce son todos aquellos relacionados con la composición corporal y el desajuste que esta sufre durante los tratamientos, como disminución de la masa muscular y aumento de la masa grasa», explica Casla.

Un desequilibrio que conduce a una obesidad sarcopénica por pérdida de masa muscular y que habitualmente se asocia al proceso de envejecimiento. El ejercicio logra equilibrar de nuevo la cantidad de masa magra y masa grasa devolviéndolo a valores saludables.

Evita secuelas

Otro efecto secundario muy importante es la recuperación del corazón, ya que este órgano sufre durante la quimioterapia y se ve alterado, produciéndose un efecto denominado cardiotoxicidad. Este efecto secundario puede desencadenar problemas cardiacos a largo plazo, por lo que es muy importante, a través del ejercicio, volver a fortalecer el corazón y mantenerlo activo para prevenir este problema.

El ejercicio ayuda también a devolver la fuerza al cuerpo, en general y, en particular en el tren superior. «Imagínate no poder coger un plato de la cocina porque no puedes con él. Esto tiene un gran impacto en la calidad de vida de la paciente y en su autoestima. Por ello, recuperar la funcionalidad es fundamental para sentirse curadas». resalta Soraya Casla.

Además, el ejercicio ayuda a prevenir y tratar otro efecto secundario, denominado linfedema, que consiste en la inflamación del brazo, provocando limitación funcional y en mucho casos dolor e inmovilidad. Es la secuela más importante del tratamiento del cáncer de mama. Se estima que esta complicación afecta a una de cada 4 mujeres.

«Con el ejercicio podemos reducir este efecto, siempre trabajando en colaboración con fisioterapeutas», explica esta investigadora.Lo más interesante de esta línea de trabajo, es que ofrece soluciones a algunos problemas emocionales de las pacientes, asuntos que les importan más que el malestar físico. Por ejemplo, poder coger en brazos a tu hija, correr detrás ella o, simplemente, seguir el ritmo de sus juegos.

«Durante el desarrollo del proyecto de investigación de mi tesis, una de las chicas a las que había operado para extirparle un ganglio, se acercó para decirme que ella no quería "dejar de ser madre"», explica Soraya Casla. «Le habían recomendado que no cogiera en brazos a su hija de un año por el riesgo de que le pudiera salir un lifedema. Tras dos meses en el programa, ella seguía a su hija y la cogía sin miedo y sin dolor. Además, tras tres meses haciendo ejercicio, participó en la carrera de la mujer corriendo siete kilómetros.

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