Cuando el dolor está prohibido

La norma social nos dice que las que vamos a vivir no son fechas para la muerte, aunque debamos irremediablemente convivir con ella

Alfa y Omega

Perder a un ser querido siempre es un golpe a la estabilidad de cualquier persona, que se agrava si estamos a las puertas de una fecha como la Navidad . Y todavía más si ese duelo, que la mayoría de las personas hacen de forma natural con la ayuda del entorno, está de algún modo estigmatizado o silenciado. Es el caso de Juan (nombre ficticio), de 25 años, homosexual, de familia «muy controladora». Tenía un miedo terrible a que sus padres descubriesen su orientación sexual y, por eso, se casó con una mujer, cuyo matrimonio duró 20 días. Al mismo tiempo, Juan mantenía una relación con un hombre que, a los cuatro meses, falleció.

¿Cómo acompañar un caso así? Consuelo Santamaría, doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, experta en counselling e intervención social, profesora del Centro de Humanización de la Salud y voluntaria del Centro de Escucha de los religiosos camilos, le ayudó a superar esta situación. «Fue un duelo terrible –dice–. No hablaba, no compartía nada. Solo sufría. La culpa no le facilitaba seguir adelante. Sentía que su vida había sido un engaño, que había traicionado tanto a su mujer como a su amante. Se culpaba también por no haber sido capaz de decir la verdad», explica.

Para esta experta en counselling, fue sin un duda de los casos más difíciles que le han llegado nunca: «Puedes imaginar la maleta tan terrible que este chico llevaba a cuestas. Verdaderamente, si lo ves desde una perspectiva humana, es una injusticia que no pueda expresar lo que siente, lo que desea vivir, por miedo. Tampoco lo pudo hacer cuando murió su pareja. Si lo pudiese haber hecho, no hubiese llegado hasta donde llegó…». Con el paso del tiempo y la ayuda de Consuelo, Juan fue cogiendo fuerza, siguió sin ser capaz de expresar a sus padres todo lo que había pasado, pero les escribió una carta y se marchó a Latinoamérica para poner tierra de por medio.

El caso de este joven es uno de los llamados duelos prohibidos. Se llaman así porque, de alguna manera, no están socialmente aceptados en un entorno . Junto a estas situaciones, aparecen otras como la muerte de un amante con el que se estaba siendo infiel a un esposo, la muerte por sida o la pérdida de un hijo por aborto, ya sea natural o provocado.

Tienen todos características comunes: no se manifiesta el duelo públicamente y, por tanto, no reciben apoyo y contención socia l. Se produce un aislamiento de estas personas, que se sienten desestabilizadas pero no lo pueden compartir, sino que deben mantener la compostura. Sara Castro, psicóloga del Centro de Escucha San Camilo de Zamora, que acogió hace unas semanas una jornada sobre este tipo de duelo, explica que en estos casos «uno no tiene con quien expresarlo y, por tanto, no recibe apoyo. La soledad ya es dura por sí misma, más aún cuando se produce en medio de un duelo y todavía peor si le añadimos sentimientos de incomprensión, vergüenza o culpa».

La clave para abordar este tipo de duelo reside, según Consuelo Santamaría, en tener claro el «valor sagrado del dolor de una persona». Y añade: «Hay que mirar a la persona y no a lo que hace. Además, cuando escuchas a personas en esta situación, si no las aceptas ellas lo huelen, y para que se pueda sanar uno tiene que sentirse aceptado, no juzgado».

Sara Castro ahonda en esta reflexión: «Hay que acompañar desde el respeto, sin juicios, tratando como sagrado el dolor de las personas y ayudándolas para que elaboren ese duelo y lo puedan expresar».

La psicóloga del centro zamorano pone el foco en el duelo por aborto que, según dice, se trabaja de una manera particular. En el aborto natural, « no es que pierdas a tu hijos, que ya es de por sí muy duro, sino que se mueren muchas ilusiones . Además, en ocasiones, las madres no han podido verle la cara del bebé ni tener constancia de cómo es, ni disponen de un lugar a donde acudir para sentirle más cerca», explica. Por eso, en muchos hospitales, voluntarios y asociaciones acompañan a estas mujeres y les ofrecen recursos para poder tener referencias de ese bebé perdido.

Consuelo Santamaría relata la incomprensión que estas mujeres reciben del personal sanitario, que lo único que les dicen es que «no se preocupen, que ya vendrá otro, porque la máquina funciona». «Esto es terrible, porque sienten que nadie las entiende y se aíslan», explica. En el caso de los abortos provocados, el sentimiento de culpa se acentúa todavía mucho más y a veces aparece muchos años después porque no se había reconocido que esa situación había generado un dolor y no se había elaborado el duelo.

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