Un párroco lee las memorias del Papa emérito Benedicto XVI, hoy en la avenida próxima al Vaticano 
Un párroco lee las memorias del Papa emérito Benedicto XVI, hoy en la avenida próxima al Vaticano  - AFP

Benedicto XVI: «Muchos agradecen que el nuevo Papa tenga un nuevo estilo»

El Pontífice emérito se desmarca de los clichés de los «ratzingerianos» en el libro-entrevista «Últimas conversaciones», que se ha presentado hoy

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Lo más asombroso de las 650 respuestas de Benedicto XVI en el cuarto libro-entrevista con su amigo alemán Peter Seewald es la absoluta libertad del papa emérito y el modo en que desmiente los clichés de algunos «ratzingerianos» que intentan utilizarle para erosionar a su sucesor.

En «Últimas conversaciones», publicado este viernes simultáneamente en los principales idiomas, Benedicto XVI reconoce que algunas personas se sintieron «desconcertadas» y «abandonadas» por su renuncia pero, al final, «la gente lo ha aceptado. Muchos agradecen que el nuevo papa tenga un nuevo estilo».

Al mismo tiempo, comenta con sencillez que «Otros, quizá me echan un poco de menos, pero están en todo caso agradecidos también ellos. Saben que mi momento había pasado, y que yo había dado todo lo que podía dar».

En las largas conversaciones con el periodista alemán, el papa emérito relata que conocía al cardenal Bergoglio «gracias a las visitas "ad límina" y a la correspondencia. Lo veía como un hombre muy decidido, que en Argentina decía de modo muy resuelto: esto se hace, y esto no se hace. No conocía, en cambio, su cordialidad y su atención respecto a los demás».

La sorpresa por la elección de un cardenal del que apenas se hablaba y el primer momento de inquietud desaparecieron en cuanto le vio dirigirse a los fieles en la plaza de San Pedro y al enterarse de que antes de salir al balcón había intentado hablar con él pero nadie había descolgado el teléfono en Castel Gandolfo, donde todos estaban pendientes solo del televisor.

Como el afecto y el apoyo mutuo entre Benedicto y Francisco son fuertes y evidentes, las novedades de «Últimas conversaciones» se centran más en aspectos de la espiritualidad y la sencillez de Joseph Ratzinger. Peter Seewald, autor de los libros- entrevista «La sal de la tierra» (1996), «Dios y el mundo» (2000), y «Luz del mundo» (2010), completa con este cuarto volumen el perfil de un personaje extraordinario.

Benedicto decidió no llamarse Juan Pablo III, pues «me parecería excesivo; era una comparación que no habría podido sostener. No podía ser Juan Pablo III. Yo era una figura distinta, tenía otro perfil, otro tipo de carisma o de falta de carisma».

Tampoco ha tomado como modelo a un predecesor en especial pues «para mí todos los Papas del siglo XX eran modelos, cada uno a su manera. Sabía que no habría podido parecerme a ninguno de ellos, pero que cada uno de ellos tenía algo que decirme».

Su prioridad, en los ocho años de mandato, «era poner en el centro el tema de Dios y de la fe, y la Sagrada Escritura. Yo provengo de la Teología, y sabía que mi punto fuerte, si tengo alguno, es anunciar la fe de modo positivo. (…) Y sabía también que mi pontificado no iba a ser largo».

Entre las sorpresas del libro aparecen algunas circunstancias familiares desconocidas hasta ahora como el hecho de que su madre, María Ratzinger, fuese hija ilegítima.

Lo descubrieron durante el nazismo cuando su padre, Joseph Ratzinger, que era gendarme de Baviera, tuvo que presentar un certificado de antecedentes «arios» tanto suyos como de su esposa.

Al reunir la documentación se dieron cuenta de que María Rieger había nacido antes de que sus padres se casasen. Su padre, el panadero Rieger, pensaba que esa situación civil se arreglaba automáticamente al celebrar el matrimonio, pero descubrió después que no era así.

La anécdota, en todo caso, recuerda el durísimo clima de la toma de poder y de control por parte de los nazis en los años de infancia y juventud de un muchacho sencillo de Baviera que jamás hubiese pensado llegar a ser Papa.

Como había comentado otras veces, Benedicto XVI recuerda que vio su elección «como la caída de una guillotina», pues no se consideraba ni digno ni físicamente capaz de suceder a Juan Pablo II.

Como trabajaba sin cesar, muy pocas personas estaban al corriente que había sufrido dos ictus, que llevaba desde hacía años un marcapasos y que estaba ya prácticamente ciego del ojo izquierdo.

Aceptar el papado en esas condiciones fue un acto de heroísmo, como lo fue, ocho años más tarde, renunciar con plena libertad para que el timón de la Iglesia lo llevase una mano más fuerte.

La de un cardenal, Bergoglio, que había sido el segundo más votado en 2005 pero que en 2013, según confiesa en el libro Benedicto XVI consideraba como «agua pasada, pues no se había vuelto a oír hablar de él», en parte debido a su edad. Pero que, camino de cumplir 80 años el próximo mes de diciembre, demuestra un vigor que asombra al mundo.

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