El Papa Francisco saluda a un miembro de la guardia suiza a su llegada al Sínodo sobre la familia celebrado en la Ciudad del Vaticano
El Papa Francisco saluda a un miembro de la guardia suiza a su llegada al Sínodo sobre la familia celebrado en la Ciudad del Vaticano - efe

El Sínodo de la Familia dedica los cuatro últimos días a la preparación del documento final

Promoverá las «redes de familias» para el apoyo mutuo y la evangelización

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Cuando, en su tercera semana, el Sínodo de la Familia entra en la fase decisiva, la abrumadora mayoría de los participantes coinciden en que el nuevo método introducido por el Papa Francisco es más libre, más transparente, y mucho más profundo.

Los últimos cuatro días de trabajo -de miércoles a sábado- estarán destinados a redactar, estudiar, modificar y votar párrafo a párrafo la Relación Final, un «acta» sobre lo debatido, que queda a disposición del Papa con vistas a un futuro documento de magisterio.

El cardenal Lluis Martinez Sistach manifestó el martes en conferencia de prensa que «se ha conseguido un clima de "sinodalidad" en que hemos "caminado juntos" ("sín-odos" en griego) tanto en las plenarias como, sobre todo, en los grupos lingüísticos».

Cardenales de gran envergadura como Christian Schoenborn de Viena o Donald Wuerl de Washington coinciden en que ha sido el Sínodo «más interesante», el «más intenso» y el que ha permitido hablar «con más confianza y más libertad».

El motivo fundamental es haber dedicado la mitad del tiempo a reuniones de los 13 grupos de trabajo por idiomas: cuatro en inglés, tres en francés e italiano, dos en español y uno en alemán. Con la excepción del grupo alemán, todos los demás incorporan personas de los más variados rincones del mundo pues se ha buscado la máxima diversidad geográfica gracias a que hay norteamericanos y asiáticos que hablan italiano, sudamericanos que hablan inglés, polacos y brasileños que hablan español, etc.

Así se constituyeron 13 «mini-sínodos» de veinticinco a treinta personas que contaban al menos con uno o dos matrimonios y un representante de Iglesias hermanas -un metropolita ortodoxo, un obispo anglicano, un pastor evangélico, etc.- empeñados todos en ayudar a las familias, tanto en lo espiritual como en lo material.

Los sínodos anteriores, centrados en setenta u ochenta intervenciones diarias -a veces muy inconexas- en el Aula, resultaban con frecuencia soporíferos. En cambio, esta vez, según un veterano como el cardenal Schoenborn, «el sentimiento de frustración que yo experimentaba en sínodos anteriores ha desaparecido por completo».

Muchos cardenales y obispos coinciden en que las intervenciones más interesantes han sido las de los dieciocho matrimonios que participan como tales. La mayoría son parejas expertas en orientar a otras familias o en ayudar a matrimonios en crisis, y provienen de grupos y movimientos como Marriage Encounter, Retrouvailles, Equipes Reliance o el Camino Neocatecumenal, representado por un matrimonio italiano.

Massimo y Patrizia Paloni forman una familia misionera del Camino en Holanda junto con sus doce hijos. El más pequeño, Davide, tiene solo tres meses, y sus padres lo han tenido todo el rato con ellos. Ha sido la «estrella» del Sínodo: todo el mundo quería hacerse fotos con él y sus padres.

En la plegaria nocturna con ochenta mil personas celebrada en la plaza de San Pedro la víspera del comienzo del Sínodo, el Papa Francisco invitó a los 359 participantes a acercarse a la Familia de Nazaret «para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella».

Y así ha sido. Los debates en los grupos de trabajo, incluían muchas veces experiencias de cada uno con la propia familia o con las familias a las que cada persona ha ayudado. Se creó un clima de escuchar a los demás y, sobre todo, de escuchar a las familias con problemas –matrimonios rotos, personas divorciadas casadas civilmente, madres solteras o abandonadas, etc.- cuando cada uno vuelva a su diócesis.

Ante las dificultades de las familias nucleares –padre y madre, a veces trabajando los dos, junto con sus hijos-, el Sínodo ha visto la necesidad de crear en torno a los movimientos y las parroquias «redes de familias», no sólo para la ayuda espiritual sino también para la material –llevar hijos al colegio, atender a enfermos, hacer compras, etcétera- pues, como dice un proverbio africano, «para sacar adelante un niño hace falta todo el poblado».

El mismo protagonismo se pide para los matrimonios veteranos en cuanto tales para ayudar en los cursos de preparación matrimonial y en la ayuda a parejas que entran en crisis –perfectamente superables con apoyo exterior- al cabo de unos años de matrimonio.

Estas dos semanas y media en Roma incluyeron una sorpresa de envergadura el pasado sábado cuando, en el acto conmemorativo de los 50 años de la institución del Sínodo de Obispos por Pablo VI, el Papa Francisco afirmó que «el camino de la ‘sinodalidad’ es precisamente el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio».

El Santo Padre añadió que «una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha. De una escucha recíproca en la que cada uno tiene algo que aprender: el pueblo fiel, el colegio episcopal, el Obispo de Roma; unos de los otros y todos escuchando al Espíritu Santo». Es una Iglesia que debe ser «como una pirámide invertida» en la que el Papa está abajo como servidor de todos, “siervo de los siervos de Dios”.

En ese mismo acto, el cardenal Schoenborn invitó a vivir los Sínodos a ejemplo del primero, el llamado «concilio de Jerusalén» en el que los Apóstoles, después de «una discusión muy fuerte», aprobaron el bautizo de los no judíos, como proponían Pablo y Bernabé contra de la opinión de Santiago y la buena parte de la comunidad de Jerusalén.

Ya en ese primer «Sínodo», Pedro zanjó el debate, y todos aceptaron el abrir plenamente la Iglesia a los no judíos, la decisión de mayor alcance en toda su historia.

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