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Willy Herteleer, primer vagabundo enterrado en el Vaticano

Reposa con la nobleza alemana y holandesa en el Cementerio Teutónico

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En uno de los rincones más bonitos y más serenos del Vaticano, reposa para siempre Willy Herteleer, un vagabundo flamenco de unos ochenta años que había pasado la última parte de su vida en las cercanías de la plaza de San Pedro. Es la primera persona sin hogar enterrada en el Vaticano, precisamente en el Cementerio Teutónico, un terreno cercano a la tumba de san Pedro donado hace mil doscientos años al emperador Carlomagno.

Willy era conocido de la Guardia Suiza, pues solía acudir a la capilla del pequeño ejército papal en la Puerta de Santa Ana cuando celebraba misa su amigo, el canónigo de la basílica de San Pedro, Americo Ciani, quien solía charlar con él e invitarle a un «cappuccino» de vez en cuando.

Monseñor Ciani le echó en falta a principios de enero y, después de algunas pesquisas, descubrió que había fallecido el 12 de diciembre en el cercano Hospital del Espíritu Santo, donde permanecía su cadáver ya que nadie lo había reconocido ni reclamado. Según Americo Ciani, “no murió de frío, sino de enfermedad. Sufría diabetes, había perdido muchísimo peso y quizá tuviese un tumor”.

Willy era una persona muy digna en su modo de comportarse, y mantendrá esa misma dignidad junto a los nobles alemanes, austríacos, holandeses y flamencos enterrados en el Cementerio Teutónico, un bellísimo jardín antiguo, oculto por altos muros, a pocos pasos del Aula de las Audiencias construida por Pablo VI.

El Cementerio Teutónico se rige por su propio reglamento. El periodista alemán Paul Badde, uno de los miembros de la confraternidad, hizo las gestiones para autorizar el entierro, llevado a cabo el 9 de enero. Monseñor Ciani ignora si el Papa, que está de ejercicios espirituales fuera de Roma, ha llegado a tener alguna noticia: “No lo sé. Pero, en todo caso, estará contento, pues se ha seguido una línea que es su mensaje constante”.

A lo largo de los últimos meses, el Papa Francisco ha prodigado los gestos destinados a recordar, en lenguaje contemporáneo, la parábola del buen samaritano o sea, la respuesta a la pregunta «¿Quién es mi prójimo?».

Un Papa que rompe moldes

El Santo Padre había empezado a romper moldes el 18 de diciembre del 2013, el día de su cumpleaños, invitando a tres vagabundos a desayunar. A la vuelta del pasado verano ordenó la instalación de tres duchas para personas sin techo en los cuarto de baño situados a la derecha de la plaza de San Pedro. Están abiertas todos los días excepto el miércoles, por el gran número de personas que acuden a la audiencia general.

Las personas sin techo encuentran, además de jabón y toallas, ropa interior limpia para cambiarse. El servicio está en manos de un grupo de voluntarios al que se han sumado, desde el pasado lunes, peluqueros que cortan el pelo gratis en su día libre.

Entre los primeros «clientes» dominaba la variedad: un joven italiano de 24 años que lleva cinco en la calle, un ingeniero rumano de 56 que vino hace cuatro años a Roma buscando trabajo pero no ha conseguido nada, una familia italiana joven, expulsada de su piso por no pagar el alquiler y que ahora vive en el coche…

El Papa y su limosnero, Konrad Krajewski, han ido proporcionando ayuda muy práctica. El pasado mes de diciembre, los voluntarios de la Limosnería distribuyeron cuatrocientos sacos de dormir a personas sin techo que no quieren ir a dormir a los refugios. Prefieren un pórtico o algún rincón que consideran «suyo», pero se exponen a morir de frío. A principios de febrero, en una semana de lluvia gélida, distribuyeron los trescientos paraguas olvidados por los turistas en los Museos Vaticanos…

A veces, los vagabundos prestan una pequeña ayuda. El pasado domingo, cien vagabundos distribuyeron un librito de cristianismo básico –los mandamientos, las virtudes, los sacramentos, las obras de misericordia, los dones del Espíritu Santo, etc.- preparado y regalado por el Papa a más de cincuenta mil fieles que acudieron al rezo del Ángelus. Era un gesto de confianza con esas personas sin hogar, y una lección de humanidad para los peregrinos, sorprendidos y agradecidos por el detalle.

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