Francisco Robles - NO DO

Curso de pregonero

No es un capítulo de «Tontos de capirote». El título de este artículo es tan real como la vida misma, que supera a la ficción

Francisco Robles
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El título de este Nodo no es un capítulo de «Tontos de capirote», el libro que un servidor escribió hace veinte años mal contados. El título de este artículo es tan real como la vida misma, que siempre supera a la ficción. Un centro de formación situado junto a la Ronda Histórica, al lado de las sedes canónicas de dos sevillanísimas cofradías, ofrece un curso de preparación para pregoneros (sic). Un curso de cuatro horas que se imparte por las tardes, de cuatro y media a ocho y media, o los sábados de diez de la mañana a dos de la tarde, y que cuesta cuarenta pavos. De momento llama la atención la escasa extensión horaria del cursillo: hay pregones que rozan el larguero de las cuatro horas, con lo cual se podría llegar a la proeza de aprender a hacer algo durante el mismo tiempo que luego va a durar ese algo.

El curso de preparación para pregoneros contiene tres módulos. A saber: vocalización, modulación y proyección de la voz. Así sonará el vocablo musical en todo su esplendor cuando el educando consiga llegar al atril y proyecte sus sentimientos a través del timbre perfectamente sensibilizado para tal fin. El segundo módulo tiene mucho de teatral o teatrero: interpretación. El pregonero ha de llorar ante el público, ha de interpretar su texto hasta el extremo psicosomático de los vellos de punta y la carne de gallina. Y el tercer y último módulo –no confundir con los de Alcalá Meco– se refiere a un aspecto sustancial en el pregonerismo primaveral hispalense: pérdida del miedo escénico, que en el habla sevillana no es más que la pérdida de la vergüenza, con perdón.

El anuncio de este curso llega como agua de mayo ahora que el Consejo de Cofradías anuncia que hará la merced de nombrar al pregonero y al cartelista el próximo sábado 24 de septiembre, día apropiadísimo para tales mercedes si seguimos la pauta del santoral. Sería bueno que el mismo órgano con sede en San Gregorio Street apuntase al pregonero a dicho cursillo. O que le exigiera que lo hubiera hecho previamente, para asegurarse de que vocaliza, modula, proyecta la voz e interpreta de forma correcta, además de tener perdida la vergüenza de hablar en público, para los cursis valdanistas el miedo escénico.

De camino podrían enseñarle al futuro rapsoda la literaria labor de tejer ripios como el de pena y azucena con Macarena, mañana y capitana con Triana, o la inevitable maravilla con Sevilla. Porque un pregón sin ripios no es nada. Es algo peor que nada: es un texto confuso donde el asistente se pierde a la hora de aplaudir. Ese recurso se aprenderá seguramente en el módulo de interpretación o en el de modulación de la voz: no hay nada como elevar el tono cuando llega el ripio final para fomentar el aplauso que le permite al pregonero la hidratación de sus cuerdas vocálicas, vulgo el buchito de agua.

Y para rematar este Nodo, un consejo nada sangregoriano para la academia que anuncia este curso pregoneril. ¿Por qué no permiten que el público asista, previo pago, a tan prácticos cursillos como libre oyente? O mejor todavía: que se grabe y que se emita un programa televisivo tipo «Operación Plaza del Triunfo». El primer espectador ya lo tienen, y no hace falta que les diga que es el tipo que firma este Nodo...

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