El agente condecorado en la comisaría de Blas Infante 
El agente condecorado en la comisaría de Blas Infante  - Juan José Úbeda

«He vuelto a nacer varias veces pero nunca me arrepiento»

El policía Raúl Farratell ha sido condecorado esta semana con la mayor distinción al mérito policial un año después de haber estado a punto de perder la vida durante una persecución en Nervión

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La ovación fue atronadora. El público se puso en pie y no eran pocos los que aplaudían con fuerza mientras se rozaban la piel de gallina. Miradas de franca camaradería entre unos agentes uniformados de gala que rendían homenaje el compañero que fue noticia una vez, cuando estuvo a punto de perder la vida en acto de servicio. El policía aguantó como pudo las lágrimas en el escenario aunque una sonrisa temblona lo delataba. A pocos metros sus hijos de 13 y 10 años presumían de padre. Su héroe en el día a día recibía la medalla y el reconocimiento de todo un Cuerpo. «Es un recuerdo inolvidable. No sé cómo agradecer tanto cariño recibido. Es sin duda uno de los momentos más felices de mi vida».

Raúl Farratell Lozano (Sevilla, 40 años) recibía esta semana con motivo de la festividad de los santos Ángeles Custodios, patronos del Cuerpo Nacional, la más alta distinción al mérito policial, la cruz con distintivo rojo.

Él es un policía de la escala básica, un soldado sin rango que trabaja en el Grupo Sombra, lejos del reparto habitual de condecoraciones en la cúpula policial o en unidades que ejecutan operativos más mediáticos como los que combaten el crimen organizado. Raúl y sus compañeros de equipo trabajan en seguridad ciudadana y en uno de esos tantos servicios que no trascienden, pero que dan sentido a la labor más esencial de la Policía Nacional, servir al vecino, la muerte coqueteó con el agente Farratell. «Jamás en mi vida he sentido tanto dolor ni he visto tanta sangre. Quería perder el conocimiento pero no podía».

«Jamás en mi vida he sentido tanto dolor. Quería perder el conocimiento pero no podía»

En la víspera de los patronos del año pasado, Raúl estaba de servicio cuando desde la sala le llegó el aviso de que había dos ladrones intentando acceder a un bar por una azotea, en Marqués de Pickman. «Cuando llegamos los encontramos encaramados a los tejados. No podían escapar y conseguimos convencerlos para que bajaran». El establecimiento y la casa colindante están separados por una reja con puntas acabadas en lanzas. «Ayudé al primero a bajar para que no sufriera un percance con la reja. En cambio, el segundo se lo pensó y decidió escapar por el tejado».

No pensarlo, hacerlo

La lógica de un policía le empuja a perseguir al ladrón a pesar de los obstáculos. «Pensé que al igual que uno había bajado por allí también podría subir». Y casi lo consigue, pero en mitad del ascenso, perdió el punto de apoyo en un saliente y cayó. «De mi brazo izquierdo salía mucha sangre. Estaba muy hinchado, como una pelota de fútbol». Una de las lanzas se había clavado en el antebrazo. Pero aún no era consciente de su estado y de la gravedad de sus lesiones. «Yo sólo pensaba que quería irme de allí y traté de sacar el brazo, pero no podía moverme. Estaba atrapado también de las piernas». El agente estaba ensartado en el brazo y las piernas.

La reja en la que quedó ensartado el agente con restos de sangre
La reja en la que quedó ensartado el agente con restos de sangre - ABC

Mientras cuenta cómo se lo llevaron al hospital y su mujer recibía la temida llamada de teléfono, su jefe de grupo, Rafael Miguez, añade lo que le contaron los facultativos que atendieron a Raúl: «Los médicos no se podían creer que hubiera salvado la vida. La lanza que le entró en el brazo se quedó a centímetros de destrozarle los huesos cúbito y radio. Y las heridas de las piernas rozaron la femoral».

Al mes y medio de aquello, el agente pidió el alta voluntaria. «Necesitaba volver al coche, a la calle, a mi vocación». Le definen como un policía de «corazón», que ya ha gastado más de una vida en su trabajo.

Lo de Marqués de Pickman no ha sido la única vez que estuvo demasiado cerca de la parca. En el año 2010, cuando estaba destinado en Madrid, viajaba en un avión militar de regreso a España después de haber acompañado a un grupo de inmigrantes expulsados a Ghana. En mitad del viaje el fuselaje comenzó a caerse a trozos literalmente. «Pasamos por tres turbulencias y el ala izquierda se rompió. Veíamos cómo el avión se iba descomponiendo y al final pudo hacer un aterrizaje de emergencia en Palma de Mallorca». Aquella vez pensó que sería la definitiva. «He vuelto a nacer varias veces, pero nunca me arrepiento».

En 2008 ingresó en el Cuerpo y ahora aspira a ampliar su familia y después ascender. Si le preguntas por un servicio que recuerde especialmente, su mente se marcha a Torreblanca. «Cuando esa mujer maltratada abrió la puerta y nos vio, sintió que estaba ante sus salvadores. Y eso nunca se olvida».

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