COMERCIO TRADICIONAL

La última tienda de máquinas de escribir de Sevilla cumple 54 años en la calle Acetres

En pleno apogeo informático, Josefina Sánchez Montoya aún vende tinta y recambios

Josefina Sánchez Montoya, en el mostrador de su tienda, entre algunas máquinas de escribir antiguas Rocío Ruz

EDUARDO BARBA

A un paso de la casa donde nació Luis Cernuda, en el corazón de la calle Acetres, perdura retando al tiempo y haciendo historia la última tienda de Sevilla de máquinas de escribir y recambios de carretes y cartuchos de tinta . La única superviviente. El pequeño establecimiento se sigue sosteniendo en plena era de las nuevas tecnologías gracias al empuje y el empeño de su dueña, Josefina Sánchez Montoya . Regenta el comercio que lleva el nombre de su marido, José Luis Iglesias , fallecido hace un par de años y que abrió sus puertas en 1964. Ella tomó el testigo y, a sus 73 años, tira adelante mientras pueda por simple gusto. «Podría estar jubilada y quedarme en casa, pero me gusta mucho lo que hago, me hace estar bien y activa, y mientras la salud lo permita, ahí estaremos. Esto me distrae, es lo que me da la vida porque es donde llevo toda la vida, desde los quince años, cuando mi marido y yo abrimos en Ceuta la tienda oficial de Olympia», recalca.

Recuerda Josefina que su prole, sus tres hijos, tienen trabajo y no necesitan la tienda para subsistir, por lo que «sigue abierta por simple gusto , porque lleva muchos años y da cosa acabar con ella porque sí, sin más. Si podemos seguir adelante y yo me encuentro bien, ¿por qué no? No se vende ya como antes, ni mucho menos, claro. Se saca para cubrir gastos y a veces ni eso. Pero no necesito mucho más. Las cosas han cambiado y ahora la tecnología ha superado todo esto, pero aún viene gente a por recambios o hacemos envíos de pedidos para muchos que siguen usando máquinas y no encuentran esos recambios. Aquí sí que los tenemos. Y también, sobre todo, cartuchos de tinta para impresoras. Entre la gente más mayor es muy habitual ponerse a escribir sus propias memorias , sí, es algo que aunque suene llamativo está pasando mucho, y no saben hacerlo si no es con una máquina de escribir. Lo del ordenador y la impresora es algo a lo que ya no llegan; ni quieren hacerlo. Y con lo que encuentran aquí podemos ayudarles».

Detalle de una de las máquinas de escribir de la tienda Rocío Ruz

Del escaparate llaman la atención e incluso impresionan las viejas máquinas de escribir, con varias Olivetti de enorme sabor y que, pese a acumular más de medio siglo, aún funcionan perfectamente. También hay alguna Olympia y una Remington . Con un folio en blanco, su inconfundible tecleo o la campanita del final de línea queda demostrado. Todo tiene ese maravilloso aroma que ya apenas se encuentra de lo auténtico, como el trato absolutamente personal de la responsable de la tienda, uno de los grandes valores de este tipo de comercio tradicional. «El trato con la gente —explica— es fundamental ahora que todo se pide por internet y se compra sin que se vean las caras, sin que nadie se vea. Mucha gente de la que viene todavía aquí busca precisamente eso, la atención personal y el conocimiento de los productos que puede tener alguien que lleva más de cincuenta años trabajando con ellos».

«El trato con la gente es fundamental ahora que todo se pide por internet y se compra sin que nadie se vea»

Lo más codiciado de todo el establecimiento son, sin duda, las máquinas antiguas, que sobre alguna de las estanterías o junto al propio mostrador parecen gozar de una especie de alma propia que confiere un carácter muy especial al establecimiento. Nadie conoce todas las historias que han surgido de esas teclas y de esos rollos de tinta aún colocados. «Algunas se quedaron aquí tras traerlas alguien para arreglar y no venir a recogerla o no interesarle. O bien porque iban a tirarlas. Y otras las he comprado. Ahora interesan un poco más a los coleccionistas , hay un poco de auge en ese sentido, eso sí que es verdad. Pero la tienda no es de antigüedades sino de recambios. Al menos, aún», comenta en tono jocoso, que ha tirado para delante ella sola, «sin ayuda de nadie en estos años más recientes», para sobrevivir a duras penas en un mercado descarnado y alejadísimo del que ella conoció.

La gama de productos, lógicamente, ha evolucionado mucho incluso entre estas cuatro paredes, donde la actividad se ha ido adaptando con toda la modestia, pero todavía se mueven algunas de esas viejas máquinas de mano en mano. «Mucha gente las tiene arrumbadas en casa —indica Josefina—, comidas de polvo en un trastero o un armario, y vienen aquí a vendérmelas o incluso a regalármelas . Yo luego vendo aquí algunas, aunque varias de ellas las tengo reservadas para mí o para mis hijos, que las tengan de recuerdo para que sepan de dónde venían sus padres. No las vendo, de ninguna manera. Esas son mías».

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