Pepe Luis Siete Revueltas: Soy un truhán, soy un señor

Una de las figuras más inmarcesibles de la charanga noctámbula sevillana, podía verse reflejada en esta canción

Pepe Luis Siete Revueltas, a la derecha, con «Joseliqui» y Francisco González Valverde, «Paquito Fiestas», hermano del actor Máximo Valverde ABC

FÉLIX MACHUCA

El estribillo de Julio Iglesias , susurrándole al micro la doble personalidad de un bohemio con inclinaciones donjuanescas, ponía a las señoras bien y a sus hijas en edad de merecer de lo más tiernas y dispuestas, conocedoras ambas de las dotes de galán del madrileño. «Y es que yo/amo la vida y amo el amor/soy un truhán, soy un señor/algo bohemio y soñador». Cuando Pepe Luis Siete Revueltas , una de las figuras más inmarcesibles de la charanga noctámbula sevillana de los setenta, escuchaba esta canción podía verse reflejado en ella sin estridencia alguna. Él fue eso. Un truhán y un señor. Un bohemio y un soñador . Un torrencial personaje de los que hacen las delicias de cualquier reunión, narrando ocurrencias y sucedidos dignos del diario de un sinvergüenza, con mucho whisky en la cantimplora y una pulcra elegancia en sus formas. Fue el rey de aquella Sevilla que se despeinaba en los flamenquitos de Vicente El Traga y en el local que en la calle Siete Revueltas tenía Pepe Luis. En su corte brillaron señoritos puteros y dos ministros plenipotenciarios: Joseliqui y El Loqui de Triana . Dos cabezas de vidrio quebradas al nacer que eran objeto de esa burla local que suele engolfarse con los más débiles. En las 7 Revueltas, recuerda Josele Moreno , se iba a tocar la guitarra y a apretarle las clavijas a alguna chavalita en deseos. Elegante, educado, ingenioso, bien dotado para refrescar vasos largos en güisquerías calientes, dicen, causaba asombro entre las profesionales la herramienta de nuestro bohemio, una llave inglesa o americana que le llegaba a la rótula.

Con aquella herramienta abrió las puertas de las alcobas más poderosas y más humildes. Yo a los palacios subí, a las cabañas bajé. La puerta más dorada que traspasó fue la de Joanne Hearst , nieta del potentado empresario de prensa norteamericano, William Randolph Hearst, con la que mantuvo una tórrida y turbulenta relación, que acabó en los tribunales. No obstante, hasta que la hermana de Patricia Hearst , la pirada que asaltaba bancos en nombre del Ejército Simbiótico de Liberación en los yunaites, no vio violada su confianza, le dio la vida a Pepe Luis, montándole un apartamento donde se podía correr el Grand National , en la Plaza de Cuba, justo debajo del luminoso de la Cruzcampo . Antes, recién llegada la encaprichada Joanne, le dio parada y fonda en una de las suites del Colón, donde convivía la pareja. La otra suite alquilada la destinó la señora Hearst a vestidor para su carísima y maravillosa ropa. Joanne, alguna vez, quiso lucir a su burlador de Sevilla a los EE.UU. Pretendió acercarlo al círculo de los Kennedy . Pepe Luis no estaba para eso. Se aburría como una vaca mirando el paisaje. Necesitaba el oxigeno de su botella… de whisky y se las apañaba para dejar el jardín y los canapés de la reunión para fugarse con algunos de los del servicio de seguridad que guardaban las espaldas amenazadas del clan. Las calles más descuadradas y musicales de Nueva York le devolvían la sonrisa.

Cuentan que Joanne le preguntó alguna vez si conocía a Liz Taylor . Pepe Luis le dijo, con aquella pasmosa tranquilidad donde alambicaba el licor de su intratable desahogo, que la había visto dos o tres veces en el cine Regina… Ese era el compás de aquel señor.

Cuando las noches se le hacían demasiado largas y las güisquerías muy breves, ni las papas de la Algaba alcanzaban la gloria y el paladar de las de nuestro incorregible bohemio. Josele se lo topó una mañana, sobre las doce, camino de su bosque de nubes. Cuando le preguntó que a dónde iba le respondió: discúlpame José pero no tengo tiempo para entretenerme. Llego tarde a trabajar… La Sevilla más golfa y encastada de los setenta se lo rifaba . Su compañía era un seguro para la felicidad ligera y sin culpa del madrugón. Me cuentan que acostumbraba a realizar la cena de Navidad en una casa de Los Remedios, muy cinematográfica, llena de máximos y mínimos acontecimientos. Sentado a la mesa, elegante como un dandy , desahogado como una estafa, la tita de la familia, a la que quería con locura, le preguntó que a qué se dedicaba, en qué trabajaba. Pepe Luis la miró desde el asombro de aquellos ojos como huevos y le dijo que él no trabajaba. La tita, sorprendida y quizás enojada, le dijo que no le gustaban los tipos que no trabajaban. En salida extraordinaria le contestó: tita, entonces se va a tener que ir usted de esta casa… Pudo haber sido un personaje social del mundo de Truman Capote . Se quedó en un canallita de Joaquín Sabina, a quien podría haber inspirado una canción para un disco de platino.

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