El Morapio de Triana, aquella Sevilla que abría hasta el amanecer

Los jipis retardados de los ochenta y la progresía política emergente se daban cita para hablar de la revolución

El Morapio de Triana abría hasta el amanecer FACEBOOK
Felix Machuca

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Rula por youtube una grabación inestimable en el patio terrizo del Morapio , quizás en primavera avanzada, con Silvio y su colega Miguel Iglesias protegidos por la sombra de la parra, como dos roqueros de la Grecia hispalense intentando ligar con una chica monísima con acento norteño.

El Morapio que yo conocí, en Pelay Correa, Triana , era el desguace de un corralón vecinal, donde los jipis retardados de los ochenta y la progresía política emergente, se daban cita para hablar de la revolución, la socialdemocracia sueca y ligar, por los palos tristes y aburridos de la pose intelectualoide de la época, a las musas más encarnadas y potentes que salían de nuestra Universidad. De vez en vez, los más risueños, liaban trompetas como escobones, para reírse por Ketama sin necesidad de que nadie contara el chiste de los garbanzos de Paco Gandía .

A los ochenta, El Morapio, nos llegó ya desvestido de sus ropajes primigenios, con los que vino al mundo en la lejana y anoréxica década de los cincuenta, con Juan Montilla como propietario al servicio de las noches más largas que conocieron las estrellas del Guadalquivir.

Fue por entonces una especie de cuarto de cabales, de refugio para la gente del bronce, que montaban unas vigilias con muchísimo compás la noche en la que Esperanza, la de Pureza, salía a conquistar Sevilla .

El que pudo vivir aquellas alegrías conoció la gloria en la tierra. Los señoritos de la época, cuando la juerga encadenaba noche y día, se acercaban hasta el Morapio para contratar gargantas por tangos y entrepiernas por alegrías. El caso es que, en la Sevilla de los sesenta, cuando los artistas terminaban sus trabajos en los teatros o en los colmaos , todos acababan en El Morapio, donde se abría hasta el amanecer y el caldo puchero se encadenaba con la copa de anís y el café primero de la mañana.

Los gitanos de la calle Cisne, los del monte Pirolo, los que dieron sello y partida de nacimiento a Triana Pura, todos ellos recalaban allí porque allí se invocaban a sus duendes.

Recuerdos en el Morapio YO ME CRIÉ EN TRIANA

En Nueva Orleans El Morapio habría sido un lugar escogido por la mano del jazz para destilarlo con burbon y mucho ritmo. En Triana fue, muchas veces, el lugar donde Rosalía cantaba por soleá para encogerte el corazón; donde el Herejía pegaba taconazos que le sacaban al suelo polvo de oro; la rueda de bronce donde El Titi elevaba el tango a categoría de bellas artes y donde Carmen Montoya y El Morito tocaban las palmas como si vinieran los americanos a salvarnos con chicle en la boca, Chester en los bolsillos y muchas pelas de sobra para donde tanto faltaban.

Me cuenta Ricardo Miño padre, guitarrista cabal y muchas veces requerido por don Antonio Mairena, que la papa más sublime y creativa del gitano del Alcor la pilló allí, en el santuario pagano del Morapio. La cuadrilla era para que los toros de San Fermín corrieran al revés. Manuel Molina , Juan Talega , Antonio y Curro Mairena y alguien más que ahora se le extravía en la calle de su memoria.

Pulpón padre les dijo que fueran a Mairena del Alcor porque había que ultimar con el alcalde el cartel de las fiestas. Fueron, se ambientaron y regresaron a Sevilla la mar de finos y amontillados. En el taxi, don Antonio, declaró sentirse muy bien, con muchas ganas. Y preguntó que a dónde se podía ir para no zanjar tan bendito estado de ánimo. Ricardo Miño, que por entonces era un chaval, le dijo que a Triana, al Morapio.

Y en uno de los reservados montaron una bienal de flamenco con tanto gusto y paladar que allí no se cabía, cada vez venían más gitanos y payos a ver y escuchar tanto derroche. Del Morapio salieron para la Plazuela. Y allí siguió la fiesta. Al día siguiente, la hermana de Miño, le dijo a su hermano: hermano ayer por la mañana vi a don Antonio Mairena con el sombrero quitado sentado en la Plaza de Cuba … Es probable que don Antonio no pudiera ver a la hermana de Miño. De lo a gusto y perdido que estaba.

Con el cambio sociológico de la ciudad, El Morapio pasó de cuarto de cabales, bujío de señoritos y caladero de amores de pago a ese territorio roquero y progre que significó el cambio de época. Felipe, Gualberto, Silvio y tantos símbolos del nuevo tiempo disfrutaron de la parra, de las pringás y del eco inolvidable de su pureza. Hasta que a finales de los ochenta llegó la piqueta y lo convirtió todo en recuerdos. En un reloj de arena…

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