Los participantes en la grabación de la canción «Curro, 25» posan junto a la mascota de la Expo´92
Los participantes en la grabación de la canción «Curro, 25» posan junto a la mascota de la Expo´92 - R. DOBLADO
EL FOTOMATÓN

Curro, golondrina de Bécquer

No puede ser casualidad que la mascota del mayor acontecimiento que se ha celebrado en Sevilla en el siglo XX fuera un pájaro

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Hay montones de cosas en Sevilla que el olvido ha desinflado y que yacen ajadas, criando hongos, en los baúles de los trasteros. Curro, por ejemplo, ha vivido durante 25 años plegado en el anaquel de alguna estantería vieja esperando que el arcoiris de su cresta recobrara alguna vez la enjundia del pasado, o que su inmensa napia de colores volviera a apuntar como una lanza al pecho de la ciudad.

Su padre, Heinz Edelmann, murió hace casi ocho años y Sevilla ni siquiera le mandó flores para su funeral. El pájaro que pintó el checo en los albores de la Exposición Universal es ahora un símbolo de esa novelería hispalense que da pendulazos para elogiar y olvidar con la misma vehemencia.

Muy poca gente aquí sabe que Edelmann llegó a Sevilla gracias a Pedro Tabernero, un editor exquisito que conocía a todos los grandes ilustradores del mundo y que sigue trabajando en silencio en su casa mientras fuma puros y amontona dibujos en las escaleras, que son su archivador cotidiano.

Por eso ahora Curro volverá a salir de paseo para celebrar su 25 cumpleaños, pero Tabernero continuará en el anonimato y su padre apenas seguirá recibiendo en su tumba la humilde rosa sevillana del editor que le enseñó este vergel tan cargado de espinas.

La apariencia de felicidad de Curro no basta para recuperar otros tesoros perdidos

En ese vaivén rutinario que dirige las cosas de Sevilla, la aguja ha vuelto a ponerse a la altura del pico del entrañable pajarraco que nos acompañó en la experiencia irrepetible de la Expo.

No puede ser casualidad que la mascota del mayor acontecimiento que se ha celebrado en Sevilla en el siglo XX fuera un pájaro. ¡Cuántos pájaros habitan en esta jaula de oro! Pero probablemente sí sea azaroso el aire que vuelve a inflar sus entrañas para hacerlo engordar en este tiempo tan desalentador para nuestro porvenir. No hay dragado, ni metro, ni nada. Y cuando no hay futuro, sólo podemos agarrarnos al pasado. Viento pretérito que llena de ínfulas una mentira que no tenemos más remedio que convertir en verdad.

Curro es el paradigma de todo eso que fuimos y que, sin embargo, nunca seremos. Su resurrección tiene un trasfondo demasiado melancólico. Porque su apariencia de felicidad no basta para recuperar otros tesoros perdidos que no se pueden hinchar a golpe de bimba.

Curro es un pájaro de Bécquer. Una oscura golondrina. Volverán los paseos por el Pabellón de la Navegación a rememorar la incorporación del río como santo y seña de la ciudad a su vida diaria, pero los reflejos del lago de España que ahora se ocultan bajo los jaramagos... ésos... ¡no volverán!

Volverán los Aves de Madrid a llenar nuestras calles de oportunidades y las alas que nos permiten volar planearán como águilas por Despeñaperros. Pero el romanticismo del monorraíl y el telecabina llevándonos desde el ayer hasta el mañana... ésos... ¡no volverán!

Volverán a abrirse las puertas de los pabellones que lograron quedarse en pie bajo el bombardeo del trasiego urbanístico. Pero las noches al aire libre escuchando cómo cantan las estrellas en el palenque... ésas... ¡no volverán! Volverá Curro a sobrevolar nuestros deseos de un arcoiris de progreso para nuestra tierra. Pero Sevilla, aquella Sevilla de locos geniales, la de los taberneros soñadores... ésa... esa no volverá.

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