Vista del mosaico de Pan o de Polifemo, uno de los mejores de Europa
Vista del mosaico de Pan o de Polifemo, uno de los mejores de Europa - RAÚL DOBLADO
PATRIMONIO

Casa de la condesa de Lebrija: El refugio de Roma en la calle Cuna

Sin fundación ni subvenciones y con libertad, la domus de la condesa mecenas pervive para Sevilla en manos de la marquesa de Méritos

SEVILLA Actualizado: Guardar
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En la década final del siglo XIX y los albores del XX, Italica, Santiponce y los campos aledaños eran terreno libre para un nuevo expolio extranjero y patrio y para la ignorante destrucción, que hicieron desaparecer de Sevilla impagables piezas arqueológicas de los gloriosos tiempos de la ciudad de Adriano.

Frente a la cohorte de «huntington» de diversa procedencia internacional y demás coleccionistas expertos y amateurs, a la venta de objetos indiscriminada, a los «rebuscadores», a la carencia de un proyecto de excavaciones serio, al descontrol y a una ley que protegiera aquel patrimonio —que no se promulgó hasta 1911—, se alzó una figura cuyo merecido reconocimiento se ha diluido en la actualidad: la aristócrata Regla Manjón y Mergelina, condesa de Lebrija, a quien debemos la preservación de un legado patrimonial de enormes proporciones, en el que destacan poderosamente los mosaicos italicenses completos que pavimentan el piso bajo de su casa palacio de la calle Cuna, en la que la segunda planta lleva a adentrarse en el ambiente, el mobiliario, las obras pictóricas, las colecciones de abanicos, pitilleras, porcelanas, cajitas...

y los objetos curiosos y cotidianos de una noble atípica, apasionada por el pasado y el arte, que reunía en sus salones a intelectuales, pensadores, pintores, escritores y escultores de su tiempo, aun sin olvidar su dedicación a las obras benéficas y de fomento de la educación y la salud.

Cien años después de que esta gran mecenas polifacética, mujer adelantada a su tiempo, materializara su apasionante aventura coleccionista y museográfica en su casa de la calle Cuna, su descendiente, Isabel de León y Borrero, marquesa de Méritos, conserva intacto el testigo material y espiritual de la condesa de Lebrija, que —dice— «hizo esta barbaridad para el bien de todos». «Esta barbaridad» es, realmente, tan impresionante como desconocida para muchos sevillanos. La casa de la calle Cuna arranca en una portada renacentista que abre el paso a un extraordinario gabinete de la historia y las maravillas de carácter inigualable, compuesto por valiosas piezas que fue atesorando Regla Manjón desde su juventud y para el que buscó perfecto acomodo en el inmueble que adquirió en 1901 y comenzó a dotar de vida anclada en la historia gracias a los tesoros romanos, las piezas de lejanas culturas y épocas, además de los azulejos recuperados de palacios y conventos en ruinas, que, de otra forma, también se hubieran perdido irremediablemente.

Uno de los mosaicos de la casa
Uno de los mosaicos de la casa - R. DOBLADO

«La casa vive», afirma Isabel de León, quien, con el beneplácito de sus hermanos, fue artífice de la apertura al público desde 1999, fecha en la que falleció su padre, Eduardo de León y Manjón, octavo conde de Lebrija, quien inculcó a su hija la premisa de que no se creara fundación ni patronato «para no perder la libertad». Ese deseo del conde se ha respetado escrupulosamente y, aunque la casa y la colección no reciben subvención alguna, su estado es magnífico, gracias a que lo que se ingresa con las visitas turísticas y culturales se invierte directamente en mantenimiento y conservación.

«Vengo todos los días, porque he apostado por esta casa y por la Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría», de la que es presidenta, afirma Isabel de León, que se convirtió en 2006 en la primera mujer que lograba tal honor y responsabilidad. Su enorme interés por las artes es otra de las conexiones que unen a la marquesa de Méritos con su antepasada, primera fémina designada en 1918 académica numeraria de esta institución, igual que correspondiente de la Academia de San Fernando en 1922.

Desde 1901, año en el que, ya viuda de Federico Sánchez Bedoya, adquirió la casa, hasta 1914, Regla Manjón fue construyendo la que fue su gran obra. Tanto es así que fue adaptando toda la planta baja, derribando y levantando muros, al tamaño y forma de los mosaicos que fue hallando y adquiriendo en Itálica. «Compraba los terrenos según aparecían las piezas—explica la marquesa de Méritos— y fue personalmente a Roma para que le explicaran cómo se extraían, trataban y restauraban los paños de mosaico. Consiguió que no acabaran fuera de España o destrozados por los arados».

Uno de los salones de la casa
Uno de los salones de la casa - R. DOBLADO

Vio el primer mosaico en 1901. «Estaba en un pajar a una profundidad de tres metros y medio», escribió la condesa de Lebrija. Era el mosaico octogonal, que hoy puede admirarse en la denominada Sala Ochavada y es uno de los cinco que pavimentan la planta baja, sin olvidar el zaguán de magnífica solería de opus sectile romano con raros mármoles de colores, hallada en Santiponce en 1902, técnica a la que también corresponde el de las galerías perimetrales del famoso mosaico del dios Pan o quizá de Polifemo, ya que la imagen central, que muestra una flauta, posee un solo ojo, del patio principal —. Fue descubierto en 1914, es uno de los mejores de Europa y, a juicio de muchos expertos, el mejor que ha pervivido de Itálica.

El marqués de Lozoya afirmó que era «el palacio mejor pavimentado de Europa». Hoy, el aserto sigue correspondiendo a la realidad en el recorrido por los espacios ya citados, a los que se añaden las salas de las Columnas, Medusa, Hermes y Ganímedes... estancias jalonadas por piezas arqueológicas, estatuas, bustos, torsos, brocales de pozo de diferentes dataciones, vídrios, restos grecorromanos, muchos de ellos expuestos en vitrinas en las que también pueden verse barros, cerámica musulmana, piezas mexicanas y peruanas precolombinas, del arte califal... todo ello habla del amor de la condesa por la historia, la arqueología y el puro arte, que protegió, tan entrañable como ecléctica, siempre con la bandera de dejar la herencia y el estudio de su querido legado, que sabía que sería «clave segura para reconstruir una época pasada y desvanecida por la acción demoledora de los siglos que han de venir», tal y como certeramente dejó escrito en su descripción manuscrita de la casa, «relicario» de sus tesoros.

En la segunda planta se encuentran tanto la mano de Regla Manjón como la de Isabel de León, que se ha encargado personalmente de remodelar, «sin tocar lo esencial», estancias con el enorme potencial de mobiliario y enseres que se conservaban y que la condesa también atesoró durante su vida. En la intervención de la marquesa de Méritos se halla el interés que desde pequeña mostró por el arte, su pasión por la pintura, la escultura, las exposiciones, los anticuarios, los objetos antiguos... tanto es así que cuando su abuela quería regalarle algo ella le pedía que abriera el armario y sacará «algún cacharrito, un carné de baile, un viejo recuerdo...»

Un comedor de la Casa de la Condesa de Lebrija
Un comedor de la Casa de la Condesa de Lebrija - R. DOBLADO

El visitante podrá volver a viajar a otros tiempos, con vista a importantes pinturas y retratos familiares, tapices, biombos, bargueños, arcones precolombinos, muebles decorados en decoupage, mientras contempla el salón comedor de invierno, que Isabel de León tiene preparado con la mesa puesta, como si fuera a recibir a sus invitados, con cristal de Baccarat y una preciosa vajilla inglesa decorada en azul. En este salón, como en todos los de la planta, circundada por la Galería de los Bargueños, dejó volar Isabel de León su pasión por el interiorismo, cuando, sin que perdiera su esencia, mezcló colores y estilos mientras restauró «todo en armonía, porque la belleza es armonía», dice y añade su impenitente empeño «por darle vida a las cosas que están medio muertas».

«Ofrezco esta casa viva, abierta, difundiendo cultura y el legado que dejó la condesa de Lebrija. Sería un error no conservarla como está, mantenerla en su esplendor. Y eso es lo que procuro», rubrica la marquesa de Méritos, mecenas del siglo XXI, mujer abierta, divertida y auténtica, que, cargada de sentido común, sensatez y honestidad, ha sabido huír de los artificios que rodean a los poseedores de títulos nobiliarios asumiendo la responsabilidad que conllevan y dando pasos hacia adelante, con un objetivo marcado: «trabajar por ayudar a Sevilla».

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