ENTREVISTA

Amigo Vallejo: «El sevillano es la sinceridad o el silencio»

El cardenal Carlos Amigo Vallejo recuerda la visita de la Reina de Inglaterra a Sevilla: «Apenas hablaba pero sabía escuchar, lo captó todo y envió un ramo de flores a la Virgen de los Reyes»

El cardenal Carlos Amigo Vallejo AFP

JESÚS ÁLVAREZ

Carlos Amigo Vallejo (Medina de Rioseco, Valladolid, 1934) es licenciado en Filosofía, Psicología y Teología y autor de numerosas publicaciones. Arzobispo de Tánger desde 1973 a 1982, Juan Pablo II lo nombró ese año arzobispo de Sevilla. Es cardenal desde 2003 y como tal fue elector en los cónclaves que eligieron a Benedicto XVI y Francisco . Hijo predilecto de Andalucía e hijo adoptivo de Sevilla, ciudad que sigue visitando con frecuencia, ABC charló con él la tarde del Martes Santo en el monasterio de Loreto, en la localidad sevillana de Espartinas .

Conoció a Franco y a Gadaffi y a otras personalidades de todo el mundo.

Me planteé escribir un libro sobre las personas importantes que he conocido, especialmente en el Pabellón de la Santa Sede durante la celebración de la Exposición Universal de Sevilla de 1992 . Incluso hice una lista.

¿No hubo ninguna que le impresionara especialmente?

Me llamó mucho la atención la Reina de Inglaterra . Hablaba muy poco. La recuerdo en su visita a la Catedral. Decía bien a todo, ni una palabra más, y en el Palacio Episcopal , después de la comida y la visita, me encuentro con un inmenso ramo de flores que decía « de su Majestad Británica a la Virgen de los Reyes ». Parecía que no se había enterado de nada pero lo captó todo. Daba una sensación de paz, de serenidad, de no hablar pero saber escuchar .

¿Y de su hijo Carlos?

Conocí al Príncipe de Gales junto a Lady Di y noté que algo no cuadraba entre los dos. Y, en efecto, no encajó.

Le ofrecieron ser pregonero de la Semana Santa tres veces.

Sí, y he dado muchos pregones en otros sitios, pero los pregones en Andalucía son muy difíciles . No me sentí nunca pregonero de la Semana Santa, aunque hubiera sido un gran honor. Un periodista me preguntó una vez si prefería ser «pregonero» o «rey mago» y yo le dije: « Prefiero ser arzobispo de Sevilla». Sería un honor muy grande.

En expresión sevillana, se «rajó»...

Completamente. Es una expresión muy sevillana que interioricé y recuerdo que en un pueblo de México me invitaron a participar a un congreso y coincidió con unas graves inundaciones. En mi intervención, los animé a todos a que lucharan contra la adversidad y recuerdo que les dije que no se «rajaran».

Es «hijo adoptivo» de Sevilla e «hijo predilecto» de Andalucía.

Sí. Me hicieron cosquillas en el corazón esas dos distinciones.

¿Qué echa de menos de Sevilla?

Todo, pero sobre todo a los sevillanos. Me acuerdo más de las personas que de los acontecimientos que viví en Sevilla y que fueron muy importantes. La transformación urbanística de Sevilla ha sido espectacular.

El silencio de Sevilla, el de la calle cuando pasa el Gran Poder, o de la plaza de la Maestranza cuando el torero, con acierto o sin él, se juega la vida en el ruedo, parece estar perdiéndose en la ciudad y transformándose en ruido, jolgorio y sonidos estentóreos.

El silencio habla. A mí me enseñaron un principio que era « el sevillano: la sinceridad o el silencio». Si tengo que decir una cosa la digo y si no me callo. Y yo creo que el silencio hiere más que la palabra, aunque también se pueden decir muchas cosas con muy pocas palabras. En Sevilla a veces uno habla con otro y habla de un tercero que va vestido de tal manera y solo dice «mia qué..». Y no necesita decir nada más porque con eso, y el tono, lo dice todo.

Decía Jesucristo «no juzgues y no serás juzgado». ¿Ha sido una de sus máximas?

Sí, hay que respetar a las personas . Y muchas veces no sabes lo que hay detrás de algunos comportamientos. Recuerdo un niño que tenía un gato y en invierno, en un día de frío, lo metió en el horno para calentarlo. El pobre animal acabó chamuscado y el padre lo regañó, cuando le vio, y le dijo: «Hay que ver qué tonto eres, mira que meter al gato en el horno» . Pero al tiempo, viendo que su hijo seguía tan triste tuvo que decirle que no se preocupara tanto por un gato, que él le traería otro gato. El niño no dijo nada pero más tarde confesó que no estaba triste por el gato sino por haber hecho enfadar a su padre.

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