Joaquín Vázquez Parladé
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OBITUARIO

Joaquín Vázquez Parladé, el cazador ilustrado

Monárquico de convicción, compartió muchas horas con Don Juan en el yate «El Saltillo»

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TENÍA la convicción de que sus amigos no leían sus libros, pero eso jamás lo desanimó. Tampoco se cobró nunca un elefante de 100 libras (43,5 kilos de peso de sus colmillos), su máxima aspiración con un rifle en las manos, jamás cumplida.

Retirado de la principal pasión de su vida, la afición cinegética, se dedicó en las tres últimas décadas a escribir con una voluntad que el destino reserva a los escritores vocacionales. Y Joaquín Vázquez Parladé lo era. Casi tanto como cazador.

Perseguía la literatura con la misma determinación que el cazador va detrás de la pieza que se quiere cobrar. Él mismo dio cuenta de esa obsesión melvilliana en «El fantasma», la primera obra que vio publicada, en 1988, en la que relata la historia de un venado legendario y el montero que le dio muerte antes de perecer él mismo, culminada su victoria sobre el animal casi fabuloso.

Monárquico de convicción, compartió muchas horas de singladura con Don Juan de Borbón en el yate «El Saltillo». Así recordaba él mismo la boda de Don Juan Carlos y Doña Sofía en Atenas: «Fuera había una especie de tribuna escalonada donde iban los invitados importantes, tanto españoles como los internacionales, y más fuera aún, literalmente en la calle, estábamos la tripulación de “El Saltillo”, y gracias a que teníamos un pase para ello.»

Había nacido en Sevilla en 1932, el año de la sanjurjada, en el seno de una familia de la alta burguesía en la casa familiar sita en el número 2 de la calle Caballerizas, precisamente el título de su autobiografía. Él mismo se presentaba así en el blog en el que iba recopilando recuerdos de lo más variados de su intensa biografía: «Cursó el bachillerato en el colegio de jesuitas de El Palo (Málaga) y perito agrícola, entre Pamplona y Sevilla. Después de dos años en Cambridge (Inglaterra) ganó una beca para marchar a USA, donde estuvo otro año más viajando de Sur a Norte y donde aprendió a querer y a conocer a los americanos.»

A pesar de su formación, la explotación agrícola familiar de Mudapelos la llevó su hermano Ignacio (fallecido en 2006) mientras él consagró sus esfuerzos a «El Bravo», una enorme finca en Encinasola que convirtió en insignia de las monterías serranas. Cazó por medio mundo y dio cuenta de aquellas peripecias en una serie de libros muy apreciados por los aficionados: «Por fin el Yukón», «Safari en Zambia» y otros más cercanos, de mayor interés antropológico, como «Baldomero Rodríguez ‘Picolao’, guarda de patos y ánsares en la marisma» y «De Doñana al Pirineo», subtitulado como memorias de caza.

Precisamente en las marismas estaba uno de sus lugares preferidos para la caza menor, según confesión propia. Las Nuevas, junto a los cotos de Medina para las perdices; la sierra de Andújar para montear y el Pirineo, para los sarrios. Con el medio siglo cumplido y tras superar una grave enfermedad se retiró de la caza, que decía haber iniciado con sólo tres años capturando zapateros de niño.

Empezó entonces a cultivar la afición que también le había acompañado toda la vida. En el internado de los jesuitas, se valía de una linterna para sumergirse bajo las sábanas en las aventuras de Julio Verne. De niño, su preceptor José María Trujillo de Vargas lo llevaba a una tertulia literaria en el número 14 de la calle Carlos Cañal en la que velaba sus primeras armas… literarias. El propio Ramón Carande, al que había escrito una carta repleta de ingenio, fue quien le animó a escribir, lo que hizo toda su vida aunque la publicación de los textos tuviera que esperar medio siglo.

Su interés le llevó a zambullirse en la Sevilla decimonónica en la que vivió su bisabuelo Torrefuerte, que trabó amistad con Montpensier y coincidió con Ybarra en la mejora que supuso el arado inglés y la trilladora mecánica. Estudió el mantón de Manila y su procedencia, que él databa a principios del siglo XVIII en los denominados trajes de «china poblana».

Como autor de ficción, explotó el costumbrismo de los años 20 del pasado siglo en libros como «El conde se coloca» y, sobre todo, «Sevilla en verde y violeta», en el que repasaba el ambiente crápula anterior a la Guerra Civil.

«Me divierte enormemente escribir y por eso creo que mis novelas pueden resultar divertidas. Porque los que se aburren escribiendo, vaya las cosas que escriben», confesó en una entrevista en ABC de Sevilla, del que llegó a ser columnista en una sección titulada «Andalucía al día».

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