Manuel Barrera junto con una parte de su particular colección de juguetes que pone a la venta
Manuel Barrera junto con una parte de su particular colección de juguetes que pone a la venta - F. R. M.
LOS PALACIOS

«Trastos y tratos», la singular empresa sevillana que consigue hacer negocio con el patrimonio del olvido

La empresa palaciega triunfa vendiendo juguetes, artículos y colecciones de la década de los setenta y ochenta

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Antes de entrar en su inmenso almacén, Manuel Barrera me advierte de la frase más repetida entre los que lo visitan: «Esto lo tuve yo». Con gran expectación cruzo la puerta de acceso y observo infinidad de artículos viejos que amarillean en la cartelera de la memoria colectiva de los setenta y ochenta.

De inmediato reconozco un futbolín que me echaron los Reyes Magos y sucumbo a las primeras de cambio ante la reiterada locución avisada previamente. Giro la cabeza y me doy de bruces con un arsenal de soldaditos de plástico en miniatura, «eso lo tuvo mi hermano»; otro cambio de dirección y adivino a lo lejos entre una enorme marabunta de objetos polvorientos un videojuego que tenía mi primo.

A los cinco minutos de empezar la entrevista aparece un tal José Ignacio, un camionero de Logroño que ha aparcado su tráiler a escasos quinientos metros del local para adquirir pequeños tesoros de su infancia. El riojano, de 39 años, ha desviado su ruta varios kilómetros tras conocer hace escasos días a través de internet los productos que vende Manuel.

Se había enamorado de un camioncito de juguete y unos paquetes de Monta-Man. Podría parecer poca cosa, ya que en los ochenta ambas cosas no sumarían más de cien o ciento cincuenta pesetas. Sin embargo, la cara del conductor al tener en sus manos estos preciadas piezas poco tiene que envidiar en emoción a la de Indiana Jones cuando consigue estar frente al arca perdida.

«Recuerdo perfectamente el día en que mi madre me regaló un camión exactamente igual que éste...»

«Recuerdo perfectamente el día en que mi madre me regaló un camión exactamente igual que éste. Mi madre falleció hace unos meses y para mí tener esto ahora no tiene precio», confiesa con los ojos vidriosos.

El origen del negocio de Manuel es una paradoja en sí mismo. Siempre le ha gustado coleccionar. Empezó con coches antiguos, luego con objetos de todo tipo. Pronto se dio cuenta de que podía sacar dinero y hacer algo de negocio mientras seguía recopilando.

Poco a poco fue metiéndose más en este mundillo y comenzó a ofrecerse para hacer mudanzas de casas y fincas de alto poder adquisitivo en Sevilla y algunos pueblos cercanos cobrando muy poco, o incluso sin cobrar, a cambio de que le diesen las cosas que éstos ya no querían.

Fue ahí donde el palaciego cambió el chip, donde dejó de coleccionar y optó por enfocar el tema como negocio. Y es que en estas mudanzas —en muchos casos de personalidades muy conocidas— los matrimonios ancianos o los hijos de padres ya fallecidos se desprenden sin la más mínima aflicción de objetos de gran valor sentimental y/o monetario.

Los objetos como recuerdos

«He llegado a la conclusión de que los objetos no forman parte del recuerdo de las personas. Es algo que experimento casi a diario. Cuando ves las colecciones de la gente que se ha llevado toda una vida juntando y conservando algo con toda ilusión del mundo y tras su fallecimiento sus hijos se los quitan de encima por unos cuantos euros o incluso gratis, al final pierdes el cariño a esta afición», reconoce Manuel.

Varios son los motivos que llevan a las familias a desprenderse de activos muy valiosos. «Hace poco recogí en sacos cinco o seis mil libros (muchos de ellos auténticas reliquias ya descatalogadas), se los compré a un hombre que no tenía espacio para tenerlos y con lo que le pagué me dijo que iba a financiar parte de un viaje que quería hacer. Otros lo hacen por economía del espacio. Cada uno tiene sus motivos», dice.

No solo de las mudanzas se nutre Trastos y tratos, que es como se llama su empresa, también adquiere material de barberías, farmacias antiguas, etc. En su almacén hay enseres de lo más variopinto: atracciones de feria de los años cincuenta, una caramelera antigua (ya vendida al Bar Comercio de Sevilla); vajillas vintage de la marca Duralex, muy cotizadas entre los restaurantes de postín; dos ataúdes del siglo XIX del hospital militar de Sevilla que se utilizaba para trasladar hasta el cementerio los cadáveres en carruajes de lujo; o un excitador de los años cuarenta para «mujeres histéricas que a cierta edad aún no han conocido varón».

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