«Su sonrisa no es hoy para nosotros un recuerdo, sino un impulso»
«Su sonrisa no es hoy para nosotros un recuerdo, sino un impulso» - ABC
OBITUARIO

«Cristo, nuestra vida»

Francisco Javier Carreño Cuevas nació en Osuna el 27 de junio de 1976 y falleció el 7 de mayo de 2016. Era seminarista de segundo curso en el Seminario Metropolitano de Sevilla y cofrade de la Hermandad del Santo Entierro de la Villa Ducal.

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«Muerte y vida lucharon, y la muerte fue vencida. Cristo ha resucitado, Cristo nuestra vida.» Bajo la letra de este himno, la voz de los seminaristas rompió el silencio frío de tantos como acudieron al templo de San Agustín, de Osuna, en la tarde del pasado domingo, para despedir a Francisco Javier Carreño Cuevas.

Este joven, natural de Osuna, era llevado hacia el altar sobre los hombros de sus hermanos de la Hermandad del Santo Entierro, del mismo modo que hace un año y medio caminaba hacia el altar de la capilla del Seminario Metropolitano para recibir una cruz que le pedía fidelidad en su vocación. Una fidelidad que no abandonó (y que fue llevada hasta el extremo) ni en la áspera y ruda prueba de la enfermedad.

El 27 de junio de 1976 entró a formar parte de la familia de los hijos de Dios, y desde entonces no se ha separado de los brazos maternales de María Santísima en su Soledad y Amargura, su devoción.

Su vida ha estado marcada por una búsqueda permanente de la voluntad de Dios, un camino que ha recorrido aferrado a la mejor y más fuerte de las armas: la fe. El descubrimiento la voluntad de Dios ha de ser la batalla constante de los cristianos, y en ocasiones no le encontraremos explicación a ésta. Pero la vida nos enseña que al Señor no hay que pedirle explicaciones, que lo único que hay que pedirle es fuerza y confianza para seguir andando.

Hoy sus hermanos, su familia, son quienes se agarran a esa fuerza y confianza en el desierto del dolor. Pero, en el centro de ese desierto tienen una fuente de la que beber, el ejemplo vivo que Javier dejó en la tierra para que siguiéramos caminando. Su sonrisa no es hoy para nosotros un recuerdo, sino un impulso. Su humildad y discreción no son imágenes borrosas de la memoria, sino huellas sobre las que colocar nuestros pies. Su sencillez y su bondad no nos invitan a una mirada al ayer sino que sellan nuestro itinerario para hoy y para el mañana.

Francisco Javier, fiel a sus convicciones, dijo sí al Señor en la entrega a su hermandad, en su comunidad del Camino Neocatecumenal, en su insaciable generosidad con los más necesitados de Cáritas Diocesana. Dijo sí al Señor al recibir la llamada a la vocación sacerdotal, un sí, como el de María, confiado, sin condiciones, sin reservas.

Este buen hombre, orante, como el Señor, dijo con su vida lo mismo que Cristo al Padre: «En tus manos encomiendo mi espíritu.»

Solamente la fe da sentido a todo lo que ocurre, por eso, no puede ser casualidad que se abrieran las puertas del cielo, para recibir la sonrisa de Javier, el mismo día en que se celebra la Ascensión del Señor al cielo, resucitado y exaltado a la derecha del Padre. En ese mismo lugar, en el que hoy nuestro hermano intercede, ya sin dolor y sin angustias, por cada uno de nosotros. Tal como es, acogedor, entrañable, leal, sincero y firme en su fe.

«Cristo es nuestra esperanza, nuestra paz y nuestra vida.»

Durante la Pascua del pasado año, poco después de conocer su enfermedad, Javier entonaría este himno una y otra vez. Este año, la voluntad de Dios ha querido que, teniéndolo en su Gloria, sus compañeros seminaristas pongan, en su sonrisa, imagen a la esperanza, a la paz y a la vida que Cristo nos promete en la resurrección.

En el transcurso de la misa corpore insepulto, el arzobispo, monseñor Juan José Asenjo, afirmó que la vocación de Javier no está perdida; es más, apeló a ella como instrumento de oración para pedir al Señor que los jóvenes sigan interrogando para la vida sacerdotal. La vida de Javier y su muerte, tiene que ser para muchos jóvenes ejemplo y signo vocacional.

Javier marchó de este mundo cumpliendo como seminarista el deseo del Señor: prepararse para el sacerdocio. Hoy sin duda, su vocación es abrazada por el Sacerdote Eterno, Jesucristo. Hoy no podemos recordarlo de otro modo que con la fe ciega que alimento su corazón, con la oración que dio sentido a su vida, y con la sonrisa que siempre se dibujó en su cara.

Seminario Metropolitano de Sevilla

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