El respeto al medio ambiente es una de las consignas de este colegio
El respeto al medio ambiente es una de las consignas de este colegio - J.L.M.
MARCHENA

Un colegio donde los niños apagan las luces, reciclan papel, plantan árboles y fabrican jabón

Juan XXIII es una ecoescuela pionera en Sevilla a la que le llueven los premios y reconocimientos

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Uno de los grandes males que azota al mundo en la época actual tiene mucho que ver con el daño producido al medio ambiente durante décadas. Malas prácticas o el derroche excesivo de los recursos naturales afectan a la vida del planeta. No obstante, hay lugares en los que todavía es posible encontrar un poco de esperanza.

Uno de ellos se encuentra en Marchena. Es el colegio Juan XXIII. Se trata de una «ecoescuela», esto es, la educación medioambiental como parte fundamental de la vida en el colegio. «Nosotros somos pioneros en este sentido», explica Maribel Jiménez, directora de este centro desde 1992. Ella llegó poco después de que el personal docente comenzase a apostar por este modelo educativo, «que lo hacíamos antes incluso de que llegasen los programas de ecoescuelas de la Unión Europea».

Aquí el respeto por la naturaleza transforma la vida diaria del colegio hasta en los más ínfimos detalles. Desde alumnos que apagan las luces que se encuentren encendidas sin que nadie les diga nada hasta el reciclaje; los papeles en los que los profesores tienen que firmar el parte de asistencia son hojas de propaganda electoral reutilizada.

«Ser una ecoescuela vertebra todo el trabajo del centro: en las clases hay contenedores para separar la basura, porque los niños, los primeros minutos del recreo los pasan en la clase desayunando». Así, se puede ver a niños de tres y cuatro años depositando la basura en los contenedores que corresponde sin que necesiten ayuda de los docentes.

Y, por supuesto, también marca los proyectos educativos de un centro que también es bilingüe. Muchos proyectos educativos son medioambientales. Algunos puntuales (los alumnos plantan árboles, ya sea en el propio colegio o en sus campos, si los tienen) y otras se realizan cada año. Una de las actividades estelares es, sin lugar a dudas, la fabricación de jabón.

Cerca de 1.500 kilos, de los cuales se emplea una parte para limpiar el propio centro, para las casas e «incluso para el bienestar de algunos enfermos». Pero el grueso de la producción se destina a la ayuda humanitaria.

Son muchas conductas que «luego lo ponen en práctica en su casa, de forma continuada, no con campañas aisladas sobre el reciclaje. Y es algo que se consigue con el tiempo», explica Antonio Mérida, coordinador del programa ecoescuela desde que comenzó la actividad.

No solo han demostrado gran efectividad a la hora de cambiar esa mentalidad ecológica, sino que también han experimentado un aumento de la calidad en muchos aspectos. Por supuesto, en el plano educativo, el centro va mucho mejor. «Los niños participan más, contestan a las preguntas, están atentos... claro que siempre hay casos puntuales, pero por lo general hasta han mejorado su comportamiento. Solo está el ruido propio de la infancia», afirman.

En el plano económico, el uso de material reciclado, del jabón fabricado o la política de desayunos en las aulas antes del recreo para evitar la suciedad en el patio también ha incidido de forma positiva, suponiendo un ahorro importante para las arcas del centro.

Este engranaje, además, sería imposible sin la participación del profesorado, que se engancha enseguida. «Desde que existe esto hemos tenido la suerte de que no ha habido ningún profesor que se haya opuesto a participar», reconoce Mérida: «Los hay más animados, pero ninguno se ha negado jamás. Igual que el personal no docente, fundamentales en una ecoescuela», añade.

Gracias a esto, la bandera verde ondea de forma ininterrumpida en el centro, el certificado más visible de las buenas prácticas medioambientales y el último premio y reconocimiento es uno de los que más ha llamado la atención. «Viene de Zaragoza, una asociación que ha querido reconocer nuestras buenas prácticas en el respeto a los animales», comenta Antonio Mérida, «algo que vino por sorpresa». En la mayoría de las ocasiones, los premios vienen por las buenas noticias que genera el Juan XXIII, y de todas partes: desde asociaciones al Ayuntamiento de Marchena, pasando por la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía. Esta otorgó en 2015 el Premio a la Excelencia por sus buenas prácticas educativas.

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