Antonio Banderas en 'La piel que habito'. /Foto: ElDeseo
Ficha:
Las risas del respetable en una escena pretendidamente dramática no significan que el director haya naufragado en su propósito. Uno de los personajes de 'La piel que habito' (Roberto Álamo) aparece vestido de tigre, recién llegado de atracar un banco y hablando con acento brasileño. En ese momento recordamos que estamos en una película de Almodóvar, un universo bizarro donde las amas de casa son adictas a las anfetaminas y asesinan con una pata de jamón, y un juez puede travestirse de noche y subirse a un escenario. La especialidad de nuestro cineasta más internacional es moverse en la delgada línea que separa lo ridículo de lo sublime.
'La piel que habito' provoca esas risas nerviosas fruto de la incomodidad y la falta de asideros. Empieza como un 'thriller' terrorífico, una historia de 'mad doctors' con un cirujano que mantiene secuestrada en su finca toledana a una joven con la que experimenta un tipo de piel artificial revolucionaria. Parece un cuento moral sobre un científico que se cree Dios, pero pronto entendemos que es una historia de venganza por la violación y posterior locura de la hija del galeno, cuya mujer también acabó suicidándose. Los sucesivos giros narrativos deparan una sorpresa esencial que, de contarse, reventaría toda la película.
Almodóvar se detiene en los preparativos quirúrgicos con la asepsia y frialdad de David Cronenberg. Se deleita en esa víctima-verdugo con la misma fascinación que el doctor Ledgard (Antonio Banderas) contempla a través de pantallas a su criatura (Elena Anaya). La cinta más radical y desconcertante del manchego ostenta un impecable diseño de producción: tan suntuosa resulta la fotografía de José Luis Alcaine -toda la piel de Anaya está digitalizada en postproducción- como la música de Alberto Iglesias, que experimenta con sonidos electrónicos. Nunca ha estado tan contenido Banderas, fibroso y con flequillo hitleriano; no cabe más entrega por parte de Anaya, objeto de amor 'fou' necrófilo.
Chirrían, como es habitual, los tics culturetas del director, llamados a complacer a la parroquia ilustrada que se sentirá más inteligente al reconocer los guiños a las esculturas de Louise Bourgeois, las canciones de Buika y los libros de Alice Munro y Cormac McCarthy (hasta aparece una lista de referencias en los títulos de crédito). El radar de Almodóvar, cineasta de la postmodernidad, sigue alerta. Escabrosa como 'Frankenstein', delirante como 'Eduardo Manostijeras', 'La piel que habito' retrata a una familia disfuncional con un sentido del riesgo casi suicida que irritará y deleitará a parte iguales.
