El silencio y la ira en la trastienda de los Goya

Resumen de lo que no se vio durante la noche de Raúl Arévalo, J.A. Bayona y Emma Suárez

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Treinta segundos antes de que Alejandro Amenábar y Penélope Cruz anunciaran que la mejor película del año era « Tarde para la ira», de Raúl Arévalo, los pasillos del Hotel Marriott eran como las trincheras silenciosas de una guerra. Nadie quería moverse de su posición en previsión de lo que estaba por venir. Y lo que llegó fue una marabunta vestida de gala, hombres y mujeres que desalojaron a la carrera el auditorio en cuanto Dani Rovira clausuró la ceremonia. El objetivo: la triple discoteca que estaba preparada en el propio hotel.

Entre la riada de esmóquines y lentejuelas se filtraban las sonrisas de los ganadores que, a la carrera, buscaban las puertas donde la prensa les esperaba para hacer las mismas fotografías y preguntas en bucle.

Al menos con los grandes nombres. Los premiados con menos tirón mediático vivieron las cosas de otra manera. Todos, tras recibir su premio, pasaban por el photocall de medios. Un viaje que realizaban por los pasillos tenues del hotel. La escena es tal que así: un ganador o ganadora, con su Goya bajo el brazo, sorteando trípodes, mochilas y restos hasta llegar a la luminosa sala de prensa. Flashes. Y de vuelta en silencio a su asiento del auditorio. Su gran noche terminaba (al menos de cara a la prensa).

La situación se repitió hasta casi el final de la gala. A partir de ahí era el gran momento de los triunfadores del año. Emma Suárez, J.A. Bayona y Raúl Arévalo son lo mejor del 2016 para la Academia. Antes, un ejército de la organización, enlutados en sus trajes negros de batalla, se desplegaron al ritmo que les ordenaban desde sus pinganillos para que la coreografía saliera perfecta. Tenían que estar en sus puestos para cuando a los triunfadores se les lanzaran los micrófonos encima.

La trastienda de la gala se puede resumir en una sala del Hotel Marriott: «Punto de encuentro de los premiados». A la una de la madrugada, en una sala de unos 30 metros cuadrados, al menos 50 personas, muchos de ellos con su Goya agarrado con fuerza, charlaban entre risas y gritos de felicidad. Durante las tres horas que duró la gala esa habitación fue otra cosa. Fue el lugar donde los camareros vaciaban las bandejas de comida en grandes bolsas de basura. Fue la sala donde una camilla con una bombona de oxígeno esperaba por si alguien la necesitaba. Fue la zona donde tres sillas en semicírculo y frente a la pared parecían esperar a que alguien las recogiera. Después fue el purgatorio donde los premiados esperaban antes de poder escaparse a la fiesta, su fiesta, donde tomarse una copa para celebrar que habían tocado el cielo.

Ver los comentarios