«La mujer que sabía leer»: El deseo femenino y el «hombre semilla»

Un pueblo en el que desaparecen los hombres permite a la directora Marine Francen hablar sobre la feminidad, el sexo y la maternidad

Escena de «La mujer que sabía leer»
Fernando Muñoz

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El germen de « La mujer que sabía leer » es un pequeño relato de 38 páginas titulado «El hombre semilla» con el que la directora francesa Marine Francen construye una metáfora sobre la feminidad, el amor, la maternidad y la supervivencia. El punto de partida, la simiente, es quizá lo más original del filme: en plena revolución contra el último rey de Francia, Napoleón III, las tropas del emperador se llevan a los hombres de un pequeño pueblo aislado en las montañas. Las mujeres, primero asustadas ante el destino de sus padres, maridos e hijos, y después temerosas de su propia supervivencia, construyen una comunidad enteramente femenina en la que pronto entran en conflicto las necesidades materiales (mano de obra para el campo), carnales (el sexo como alimento) y las espirituales (el salto de niña a mujer, la maternidad...). Con esa perspectiva, todas sellan un pacto: si llega un hombre, tendrá que ser «disfrutado y compartido» en común. Y, efectivamente, un desconocido acaba por aparecer.

«Me conmovió la manera en la que el libro aborda el deseo femenino de una manera tan poética y al mismo tiempo tan directa », explica la cineasta en conversación con ABC. «Los temas que toca no están vinculados a esa época, se dan en todos los tiempos, y plantean preguntas que han atravesado a hombres y mujeres desde siempre. ¿Qué es ser mujer? ¿Cómo asumimos la sexualidad, el deseo de tener hijos... ?», explica Francen, también guionista del filme.

Ficha completa

La mujer que sabía leer

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Cuando el desconocido entra en la comunidad, el teórico pacto se diluye ante el corrosivo ácido de los sentimientos. «El pacto no era de amor, era de desesperanza. Les permitía seguir pensando su sexualidad, el amor y, las que quieran, tener hijos», desgrana. Pero una de ellas, a la que el resto elige como anfitriona, descubre el amor a través de las lecturas que comparte con su invitado. Y se abre el conflicto: si es egoísta, desaparece el pueblo, y si comparte al hombre, adiós a la pareja. «No son mujeres que deciden vivir solas. Les es impuesto y tienen que superarlo. Pero deciden permancer juntas y ser libres mientras esperan el regreso de sus hombres para mantener el pueblo», explica la directora, que presume de haber jugado con los roles: «Me parece interesante la idea de que el hombre sea el objeto de deseo».

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