Déjame salirEl color (del dinero) importa

«Déjame salir», un éxito inesperado -costó cinco millones y ya gana más de 200- ha abierto un nuevo camino para reventar la taquilla: mezclar el cine de terror con crítica social

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Para ser una película de terror relativamente modesta y sin profusión de efectos digitales, «Déjame salir» ha tenido una repercusión más que notable además de unas críticas llamativamente positivas. Muchas de ellas añaden que se trata de una película muy oportuna, cuando no «necesaria», como algunos gustan de decir por aquí, por abordar la ecuación racial. Una ecuación que cada vez parece más difícil de despejar, cuando el actual presidente norteamericano parece poco amigo de aliviar las viejas brechas del «melting pot»; así lo revelan esas fotos de unos cuantos hombres viejos blancos reunidos a su alrededor celebrando alguna victoria en el Congreso.

Esto no nació con Trump, empero; la presidencia de Obama, que prefería presentarse como negro en vez de «birracial», exacerbó los ánimos, haciendo que ciertos miembros de una renacida derecha alternativa («alt right») sacaran las antorchas en defensa de símbolos confederados que el tiempo debió convertir en herrumbrosas lanzas.

[Lee la crítica de Déjame salir]

«Déjame salir» se aprovecha de su forma de cine de terror para hacer, en su fondo, denuncia social. Ya decía hace años Roger Corman, el rey de la serie B, que en un filme de género se pueden expresar cierto tipo de metáforas o de imágenes que en una película realista quizá no entrarían: él produjo «La cárcel caliente», dirigida por el recién desaparecido Jonathan Demme, que podía tener una lectura de incitación feminista a la resistencia armada (al mismo tiempo que explotaba el cuerpo de sus actrices sin pudor).

Las figuras de alteridad, que expresan el miedo al otro, a lo Otro, han sido un recurso (un subtexto, si se quiere) clásico del cine de género: los aliens de «La invasión de los ladrones de cuerpos», rodada en plena Guerra Fría, expresaban el pavor ante una sociedad colectivista que amenazaba el sagrado individualismo yanqui. Y los zombis de George Romero, cuya primera entrega se rueda en plena guerra de Vietnam (casi el mismo año que ese western de subtexto transparente que era «Grupo salvaje»), han servido como contenedor de diversas metáforas, llegando a representar a los excluidos de la presunta sociedad de la opulencia que se parapeta de la invasión de esos «bad hombres» que dice Trump. Las guerras, de Vietnam a Irak, han propiciado películas en las que los soldados muertos regresaban en forma de vampiro o de zombi…

Del Blaxploitation a Obama

La cuestión racial, la gran forma de alteridad de la sociedad americana, se ha expresado de forma casi paródica en ese drácula negro que fue «Blacula» y de forma casi revanchista en los héroes urbanos (y heroínas como Pam Grier) del ciclo de «blaxploitation» de los años 70. «Déjame salir» es más original, al proponer una variante racial de la premisa de «Las mujeres de Stepford» (1975): aquella respuesta dentro del género fantástico al rencor que provocaba el feminismo tiene ahora digna descendencia en esta alegoría sobre una forma de explotación racial que algunos hombres blancos no temen resucitar.

Además, los numerosos casos de violencia excesiva que la policía parece aplicar con preferencia a los ciudadanos de color no mejoran el panorama. Una serie televisiva reciente cuyo solo título, «Queridos blancos», ya resulta bastante desafiante, hace girar toda su primera temporada sobre uno de estos casos: dos policías irrumpen en una ruidosa fiesta juvenil mixta y directamente piden que se identifique, encañonándole, a un chico negro cuyos dientes empiezan visiblemente a rechinar de miedo y de ira.

La propia «Déjame salir» alude en su climax a esta forma de discriminación, cuando el héroe negro a punto de librarse de los villanos ve llegar un coche de policía…. ¿qué posibilidades tiene de decir aquello de esto no es lo que parece? O. J. Simpson era, como Will Smith o Denzel Washington en el cine, una figura por encima de su condición racial, una suerte de «American God». Pero por debajo de ellos, los meros mortales de color tienen otros problemas. De ahí la pertinencia de «Déjame salir» y lo atrevida que resulta la forma que tiene de transmitir su mensaje.

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