Contratiempo (*): El thriller como trampantojo

Thriller efectista, con truco y brusca revelación final con efectos retrospectivos: un tipo de película que se ahoga en su pirotecnia

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Hace ya tiempo que el cine español se ha quitado complejos y aborda géneros ante los que antes parecía sufrir de cierta falta de confianza. Uno de ellos es el thriller efectista, con truco y brusca revelación final con efectos retrospectivos: un trampantojo narrativo que no muestra sus cartas hasta que no le conviene y en donde el espectador no sabe más o menos que el protagonista (ambas variantes, de ilustre tradición) sino que sabe exactamente en cada momento tan solo lo que le da la real gana al narrador para seguir llevándole de la mano como en una versión de luxe del timo de la estampita.

No es este, ya se entiende, mi formato favorito de un género tan fecundo y lleno de potencial como el thriller.

Pese a ejemplos brillantes como «Sospechosos habituales», es un tipo de película que se agota en su pirotecnia: no aguanta un segundo visionado porque todo dependía de ese truco y porque el mcguffin que, según Hitchcock, es solo una especie de excusa para poner en marcha la maquinaria narrativa, ocupa aquí todo el espacio de una trama en la que no hay nada más. Uff, lo que hay que hacer para no destripar el principal atractivo de la película, porque si encima lo cuento…

Bien, Oriol Paulo ya hizo algo parecido en el guión de «Secuestro», y aquí ha querido reincidir ocupándose también de dirigir. La pena es que ha contado con un galán tan pétreo como Mario Casas, que pronto liquida nuestra posible empatía, y que una actriz como Ana Wagener es nuestro único anclaje ante una sobredosis de flashbacks que harían palidecer a «Rashomon».

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