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Dani Rovira junto a Antonio de la Torre - GTRESONLINE
OPINIÓN

El intento de boicot a los Goya no eclipsa una gala de por sí floja

A pesar de lograr un 23,1% de share, los Goya perdieron este año 300.000 espectadores respecto a 2016

Madrid Actualizado: Guardar
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Los Goya afrontan en su gran día un reto mayúsculo. Por delante y durante tres horas, tienen que dar la talla en una exigente ceremonia de entrega de premios, con todas las miradas en su espectáculo, en sus meteduras de pata e incluso con la sombra de boicots digitales acechando antes de que se dé el pistoletazo de salida.

Si algo les sobra a los Goya, quizás, son ganas... pero también muchos tropezones. Lo demás brilla por su ausencia. Tanto los recursos como la puesta en escena. Las bromas no cuajan, los discursos no emocionan y las novedades que se incorporan ocupan más espacio y burlas que coherencia con el espectáculo.

Como la orquesta, desplegada por un diminuto escenario y con un protagonismo desmedido en una noche que no era la suya. Las cámaras, irregulares y con tembleque, enfocaban más la batuta que el Goya de los premiados. Incluso, con más bien poco criterio, dejaron en un segundo plano el homenaje de la Academia al In Memoriam que recordaba a los miembros de la industria que nos dejaron este año. Ni Chus Lampreave, ni Gil Parrondo ni Ángel de Andrés.

Si Dani Rovira hablaba de Raúl Arévalo, el foco apuntaba a Antonio de la Torre. Y cuando ya dudaba, a J.A. Bayona, que se convirtió en el nuevo Daniel Guzmán, siempre llorando, moviendo las cejas, o bebiendo tila a borbotones mentras miraba a cámara. Él sabe lo que es dar espectáculo.

Si ninguno funcionaba, volvía a enfocar a la orquesta. Su director se convirtió en el robaplanos absoluto de la ceremonia, y en centro de burlas en Twitter. La gente en redes sociales no sabía si el que movía la batuta era Neo de «Matrix» o un mortífago de «Harry Potter».

Ana Belén tuvo que pedir agua, y fue un invitado del público quien cedió a la galardonada con el Goya de Honor su botella, para que pudiese continuar el único discurso preparado. El resto, leídos en móviles, en hojas o a gritos, como el de una nerviosísima Anna Castillo.

Los presentadores tampoco estuvieron más afortunados. Planos en la entrega casi siempre. El único que destacó fue Pedro Almodóvar, por sus gafas de sol en un espacio cerrado, por sus camiseta negra con unas lentejuelas comparadas en redes sociales con migas de pan, y por su manera de presentar el galardón a la mejor actriz protagonista, su «premio favorito».

Porque lo de Rovira con tacones, vestido de Superman o cantándole a Penélope Cruz sabe a rancio y ya no hace gracia. Por eso, a pesar de marcar un 23,1% de share, ha sido su gala menos vista, perdiendo 300.000 espectadores respecto al año pasado.

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