Crítica de «9 dedos»: El barco de los condenados

F.J. Ossang se pone al frente de este thriller al que salvan el talento visual del cineasta y su fotografía

Antonio Weinrichter

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Como ha revelado el ciclo que le acaba de dedicar la Filmoteca Española, F.J. Ossang es un tipo interesante , músico punk y director de piezas experimentales y de largos ligeramente más convencionales como este que ahora se estrena comercialmente. Un hombre huye de la policía, recibe un botín de un moribundo, sigue huyendo solo que ahora de unos gangsters y acaba en un barco fantasmal con un cargamento mortal. Y esto es solo el principio… Pero a partir de ese punto, la trama de género se detiene.

Si Ossang estaba haciendo cine negro, ahora cambia el expresionismo por el existencialismo. Los personajes hablan solos o entre sí pero da un poco lo mismo porque parecen enfermos de literatura. Sus diálogos resultarían difícilmente creibles aun contratando a un elenco de actores británicos pero en este barco sólo hay sujetos que parodian sin querer el laconismo tallado que inventaron Hammett y Chandler.

Además, se les hace actuar al modo bressoniano, lo que sólo le salía bien a Bresson. El resultado será hipnótico o exasperante, según los gustos; el mío ya lo adivinan. Salvo el talento visual del cineasta y su fotógrafo: hay algunas imágenes indelebles (casi siempre acuáticas) y un uso del blanco y negro y de recursos vintage como el iris que puede remitir a los seriales mudos. Pero para eso revisen «Spionen» de Lang.

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