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Comanchería (****): Morder a la serpiente con sus propios colmillos

El director pone al espectador claramente en favor de los perdedores y arrasa con todos los convencionalismos sociales

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Dos hermanos están a punto de perder las tierras de su familia, presionados por bancos de esos que se dedican a masacrar a sus clientes. Uno de los hermanos lleva la guadaña pintada en la cara, el otro la desesperación. Así que, puestos a morir, deciden hacerlo con las botas puestas y por aquello de que “quien roba a un ladrón...”, se deciden a robarles el dinero que han de pagar al mismo banco.

Pero si la trama ya es de por sí interesante, lo mejor de “Comanchería” es cómo se te pega a la piel la pasta de la que están hecha, no solo los dos hermanos, sino el infalible Jeff Bridges, con su mapa surcado por fuera y por dentro de su cara.

En este aspecto Mackenzie no se anda con medias tintas. Pone al espectador claramente en favor de los perdedores y arrasa con todos los convencionalismos sociales: con la ley hecha para unos pero no para otros, con los derechos, con la letra pequeña tramposa, con lo que sea con tal de salirse con la suya. Paga un precio pero logra hacer bueno al malo y malo al bueno.

En medio de todo, un western moderno, de sombrero ancho, sendero polvoriento y revólveres veloces. El director levanta en pleno desierto un edificio sólido, intenso en su continuo crecimiento, apoyado sobre todo en ese monumental actor que siempre ha sido Bridges (uno de los más infravalorados de Hollywood de siempre) y en esa huida que parece hacia adelante de los dos hermanos. Un filme sobre la familia como trasfondo, con la conflictividad social de escaparate y con un excelente guión llevado con excelsa brillantez ante la misma retina del espectador.

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