Crítica de Alma Mater: Horas de hogar en zona de guerra

El belga Philippe Van Leeuw consigue el pequeño milagro de encontrar en el horror dramas tan enormes como la tragedia que los envuelve

Hiam Abbass protagoniza «Alma máter» ABC
Oti Rodríguez Marchante

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Tragedia en un acto que la cámara absorbe como un pañuelo de lágrimas, con una precisión de tiempo y espacio y con una tensión constante, sin altibajos, siempre arriba, en el pico de lo dramático y donde la claustrofobia, el no salir, el no entrar, resulta reconfortante, tranquilizadora. La acción es una, como el lugar y el tiempo: unas horas en el interior de una casa en el centro de una guerra (puede ser en Siria en o en cualquier otro nicho abierto de nuestro próximo Oriente), un refugio en el que una madre, sus hijos, el abuelo y una vecina con un bebé cuentan los minutos sitiados entre el bombardeo, los francotiradores y los rapiñeros . La sensación de realidad, de verosimilitud, incluso da qué pensar: ¿no estaremos dónde parece que estamos?

El director, el belga Philippe Van Leeuw, le otorga al plano y al movimiento de cámara (ese recorrer los pasillos de la casa con la tensión a cuestas) una función notarial que realmente es abrumadora, y consigue el pequeño milagro de encontrar ahí, entre el horror, la humanidad y la vida que pende de un hilo, y pequeños dramas tan enormes como la gran tragedia que los envuelve . Las interpretaciones son algo más que excelentes, y en el rostro de Hiam Abbass (la madre) están los pilares de una historia, de una realidad, que pocas veces se ha visto tan de cerca, y que convierte nuestra mirada en un caballo de troya sin nada, ni aire, dentro.

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