Hernán Zin: «De Siria a Europa no viene la plana mayor del Daesh»

El reportero de guerra estrena «Nacido en Siria», un documental nominado a los Goya en el que cuenta la huida desesperada de siete niños desde la guerra

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Hernán Zin se encontraba en Nairobi grabando un documental sobre la matanza de elefantes cuando vio en televisión al pequeño Aylan Kurdi muerto en una playa al suroeste de Turquía. La imagen del niño kurdo de tres años ahogado boca abajo sobre la arena conmovió tanto a este veterano reportero que cogió su cámara y, tres días después, se plantó en Hungría sin saber muy bien qué quería hacer, mientras el resto del mundo le ponía cara a la crisis humanitaria generada por la guerra de Siria: 470.000 muertos en cinco años, cuatro millones de refugiados, seis millones de desplazados internos, un 11,5% de la población asesinada o herida como consecuencia del conflicto, un 52% empujada al paro, la esperanza de vida reducida desde los 70 a los 55 años, un 85,2% en situación de pobreza…

«Lo que buscaba era humanizar y mostrar que detrás de esas cifras están Marwan o Hamude, que no viene la plana mayor del Daesh. El 99,9% son gente normal a la que, de un día para otro, le cayó una bomba en casa y se fue con lo puesto», explica Zin a ABC sobre «Nacido en Siria», el documental nominado a los Goya en el que cuenta la huida desesperada de siete niños, a lo largo de un año y once países, desde la guerra hasta Europa.

—¿Cuando llegó a Hungría sabía que iba a hacer un documental?

—No lo tenía claro. Tenía miedo de que cuando llegara no hubiera nadie, pero me encontré a 10.000 personas atrapadas en la estación de Budapest. A los pocos días Angela Merkel dijo, «venid», y comenzó el éxodo. Ahí supe que había una historia con mucho calado.

—¿No le chocó ver a un niño de ocho años como Hamude preocupado porque le han robado su único juguete, un patinete, al mismo tiempo que hablaba de bombas y destrucción?

—Eso me dejó conmocionado. Es la primera vez que reflexiono sobre ello. Miles de personas atrapadas en una frontera y los niños jugando, con esa capacidad de normalizar cosas tan terribles como el hecho de que haya caído una bomba en sus casas de Alepo y a los dos días están caminando con lo puesto sin saber hacia dónde.

—¿Cómo marca esa experiencia a un niño?

—A pesar de esa normalización, los traumas están dentro y continúan 20 o 30 después. El miedo, las prisas y los días acumulados con sensación de peligro te causan un trauma. Yo he tenido estrés postraumático y lo sé. Todo el día preguntándote si llegarás a algún sitio o qué le pasará a tu familia hace que te rompas. Marwan, de 13 años, dice: «Cada vez que me acuerdo de la patera y de cómo caminamos, lloro». Estos niños estarán marcados de por vida, tanto por la guerra como por el éxodo.

—Cuenta que dos de los protagonistas, Gaseem (14 años) y Arasuli (12), no han dado señales de vida desde el día que los filmó. ¿Tiene noticias de ellos ahora?

—No sé nada de ellos. A la mayoría de los 25 niños que filmé los perdí por el camino. Yara, por ejemplo, que nos la encontramos caminando por Eslovenia. Recuerdo también cuando Merkel invitó a los refugiados a ir a Alemania, un gesto valiente y generoso que hay que reconocerle, pues estuvo a la altura de los valores europeos. Ese día caminé cuarenta kilómetros con tres hermanos de 14, 15 y 16 años que habían huido de Alepo después de perder a sus padres. Uno de ellos, con parálisis cerebral. Después de aquello, tampoco los volví a ver. Eso demuestra el caos que hay.

—Recurrí a Cruz Roja, Acnur y a los gobiernos alemán, belga y holandés. Y contraté a gente árabe para que pusieran mensajes en páginas de internet que funcionan como punto de encuentro de los refugiados, pero no hubo manera. Para mí, no saber qué ha pasado con esta gente es la gran frustración del documental, me ha desgarrado. Gente con la que te encuentras un día, te cuentan su vida, los grabas, te dan un contacto y, cuando vas a llamarlos, el teléfono ya no funciona.

—¿Es un documental sobre supervivientes?

—Totalmente. La odisea de estos refugiados no termina cuando salen de Siria, sino que empieza. Esperan otro recibimiento en Europa y se muestran desilusionados cuando ven lo difícil que es integrarse y encontrar un sitio. Es muy duro.

—De hecho, Marwan dice: «Al principio pensaba que el problema era solo cruzar el mar. Pero ahora aquí me doy cuenta de que el problema es mayor».

—Yo también pensaba que el éxodo era la parte más dramática, pero después el drama continúa. Las familias separadas, las trabas burocráticas en los diferentes países de Europa, los problemas culturales, el idioma o la integración. La ONU felicitó recientemente a Canadá, que acoge a 200.000 inmigrantes y ha acogido a muchos más refugiados sirios que Estados Unidos. Esto demuestra que se puede hacer bien. En Europa ha faltado capacidad de respuesta.

—Pero, ¿qué se puede hacer cuando se escucha a dirigentes como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, diciendo: «Por favor, no vengáis»?

—Creo que una parte de Europa no ha estado a la altura de los valores que representa y de los que estamos muy orgullosos. Defenderlos implica sacrificios y, si vienen cinco indeseables entre un millón de refugiados, habrá que intentar prevenirlo y asumirlo, pero no podemos renegar de su derecho al asilo y a tener una vida mejor. Hay que tener una mirada lúcida, inteligente, comprometida y apegada a nuestros ideales. Nos podemos mirar hacia otro lado. La crisis nos ha empobrecido a todos y hemos descubierto a políticos corruptos que nos han robado, y ahora tenemos que quedarnos con este populismo rancio de muros, Trump y el Brexit. ¿Cuándo va a parar la tontería? ¿Cuándo vamos a usar un poco el sentido común?

—¿Los refugiados sirios son conscientes de lo que se van a encontrar en Europa?

—El 99% aguantaron en Alepo todo lo que pudieron y escaparon a la desesperada. No sabían qué se iban a encontrar. En Atenas me han llegado a preguntar dónde se cogía el metro a Macedonia y muchos no sabían ni en qué país estaban. Una locura. Han destruido sus vidas y esperan cierta empatía cuando salen de Siria, pero no la han encontrado.

—¿No le parece que conmueven más las imágenes de los protagonistas deambulando por las calles de las ciudades europeas sin saber dónde van a dormir, menos habituales en los telediarios, que las de las pateras en el mar?

—Esa primera parte del documental la tuve clara, que es la parte dura que he cubierto siempre como reportero, pero con la segunda tuve dudas todo el rato. No sabía si iba a funcionar, porque todo es más sutil, sin el bombardeo de imágenes de gente cayéndose de las pateras y jugándose la vida, así que agradezco que se haya conseguido eso. Después de hacer el documental, cuando veo un refugiado por la calle, veo algo diferente a la que veía antes. Los entiendo y el documental me ha ayudado a ponerme en su piel. Ojalá que al público le pase lo mismo.

—¿Cuál es el momento más crítico que ha vivido durante la grabación?

—La historia de Kais fue muy dura, me dejó tocado. Apareció en la frontera de Turquía, a donde fuimos para ver qué heridos salían cuando comenzaron los bombardeos de Rusia en Siria. Era un niño de 10 años en el que se mezclaban la inocencia de no saber que su padre había muerto y la brutalidad de los bombardeos indiscriminados de Al Assad y Putin. Hice un amago de abandonar el documental, no podía más, y me tuve que tomar unos días.

—¿Se atrevería a dar una fecha de finalización de la guerra?

—Afortunadamente creo que está en sus últimos estertores, pero es una vergüenza el método utilizado para ello. Lo que ha hecho Rusia no tiene nombre, acabando con el conflicto como si fuera Hiroshima o Dresde, arrasando a la población. Los civiles deberían estar al margen, pero si bombardeas indiscriminadamente en Alepo, está claro que vas a acabar con la insurgencia, pero también con la población civil… ¡es tremendo! Rusia es un país desbocado, con unas ambiciones muy grandes, que busca poder tapar sus propias debilidad económica.

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